Cine La Mina extrae historias a las comunidades de Guanajuato

Cine La Mina nació en 2016. Desde entonces ha cubierto las necesidades de las audiencias de la ciudad de Guanajuato, un público que ha sido excluido del turismo cultural de la región, y que cuando terminan los grandes eventos buscan una sala que les ofrezca cine mexicano de calidad de forma constante y cercana. 

 

Pero Cine La Mina es algo más: desde su slogan Alternativa C contemplan una experiencia que trasciende el mero acto de ver cine: “es alternativa de cine pero también alternativa comunitaria y la alternativa de tener un colegio, porque también estábamos enfocadas en la parte académica”, explica Leslie Borsani, quien está al frente del proyecto.

Con la pandemia debieron dejar su espacio físico; el percance se convirtió en oportunidad. De la oscuridad de la sala extrajeron el proyector y las pantallas, y durante este año se han avocado a llevar imágenes preciosas y resplandecientes, minerales de gran valor, a las plazas de Guanajuato capital, de sus alrededores, de comunidades más lejanas.

 

¿Cómo es el nuevo momento de Cine La Mina? Leslie Borsani nos platicó: 

 

¿Cómo inició el proyecto Cine La Mina? 

El proyecto comenzó a gestarse en 2016. Cuando iniciamos sólo había una sala comercial en la periferia, y para el público local de Guanajuato las opciones culturales eran elitistas. La capital de Guanajuato tiene una fuerte oferta de turismo cultural pero para los locales hay muy poco. 

Y en cuanto a cine, queríamos ver el cine mexicano que se estaba exhibiendo en Ciudad de México pero que no podíamos acceder a él. 

Tenemos el cine club de la Universidad de Guanajuato, uno de los más longevos, pero está atenido a calendarios universitarios y educativos. Bajo esa premisa empezamos a probar si existía público como nosotras, con esta necesidad de tener un espacio en el que se exhibiera un cine distinto de forma constante, que no tenía cabida en salas comerciales ni en el cine club.

En 2016 tuvimos la primera función piloto: Las elegidas, de David Pablos. Fue sorprendente el recibimiento del público y de aliados, de medios de comunicación, de instituciones; notamos que sí existía en Guanajuato la necesidad de un espacio de exhibición constante. Rentamos un espacio con dos salas pequeñas, para quince a veinte personas, con espacio para cafetería y vender libros especializados en cine. Ahí duramos cuatro años. A partir del covid tuvimos que soltar el espacio. Intentamos mantenerlo pero en ese momento revaloramos esta parte que siempre estuvo entre nuestros objetivos: la comunitaria, porque queríamos atender público local de Guanajuato pero también estábamos interesadas en salir a la periferia. Con el espacio físico nos estábamos momificando y no habíamos tenido oportunidad de recuperar la otra veta del proyecto, la formación de públicos. Fue muy fuerte dejar el espacio físico, pero nos abrió una gama de posibilidades que habíamos querido explorar y no se había lohtsfo. A partir de Focine se pudo concretar esto. 

 

¿Cómo describirías a la audiencia guanajuatense?

Tenemos mucho público de la Universidad de Guanajuato, que la mayoría vienen de otros poblados a estudiar acá. También trabajamos con público de la diversidad, tenemos enlaces interesantes con colectivas feministas y de la comunidad LGBTQ. Además atendemos a muchos, ya no turistas, sino personas extranjeras que viven en la ciudad de Guanajuato. Buscan actividades locales y practicar el idioma, entonces procuramos tener una programación que nos acerque a ellos. Por ejemplo, exhibimos cine mexicano con subtítulos en inglés o con subtítulos en español y eso les ayuda para practicar el idioma y conocer diferentes narrativas de cine mexicano. 

Ahora que estamos de forma itinerante llevamos cine mexicano infantil a escuelas rurales. Hemos trabajado también en casas hogares y está el proyecto de atender a otros públicos específicos, como cárceles o este tipo de espacios que necesitan un tratamiento distinto. 

La otra parte es llegar a las comunidades. Son funciones en plazas públicas y ha estado interesante llegar a lugares donde no existe ninguna oferta; esos públicos no se han generado naturalmente, los hemos trabajado. 

 

¿Qué les significó sacar sus pantallas de un espacio fijo y volverse itinerantes ? 

Estuvo intenso. Ya no tenemos un espacio propio. Por un lado, da tranquilidad para las personas que sosteníamos el espacio. Creo que el covid hizo visible la fragilidad de este tipo de proyectos. Con esa fragilidad intentamos rescatar lo que nos hacía Cine La Mina y transformarlo, no perderlo, conservar lo fundamental.

 Aunque no tenemos un espacio físico propio, si tenemos un convenio con una casa cultural, en la cual tenemos funciones todas las semanas: jueves, viernes y domingo; dos funciones cada día. Si bien no es el modelo sala, no dejamos de tener oferta cultural permanente. Seguimos con una programación diversa y alterna, seguimos recibiendo estrenos, todavía vivimos un poquito de taquilla, llevamos nuestra pequeña cafetería con nuestras palomitas de sabores. Conservamos la parte fundamental de un espacio físico. 

Ahí guardamos las cosas y las montamos cada vez, desde ahí es itinerante. Una galería de arte es nuestra base de operación y tenemos otra sede que se llama Niño Caído, ahí proponemos temáticas de la comunidad LGTB y feminismos. 

Como humanas que estamos atrás del proyecto nos llenan de energía estos nuevos acercamientos. Ha sido interesante cómo se hace la gestión de funciones al aire libre, qué alianzas tienes que conseguir, qué permisos tienen que pedir, cómo te conectas a la luz. 

 

 

 

¿Cómo trabajaron con el apoyo que recibieron de Focine Exhibición?

Cuando metimos la convocatoria de Focine estaban estas opciones: solicitamos recursos para montar un nuevo espacio físico, o lo invertimos en equipo que nos permita exhibir en diferentes escalas. Solicitamos un equipo muy versátil, porque versátiles están siendo nuestras funciones.

No perdimos el público que ya se había logrado, ni dejamos esa oferta desatendida, más bien buscamos otras vetas para salir a otros territorios y hacer una formación de público más enfocada. 

Ahí llevamos la pantalla que adquirimos por Focine. Recibimos dos, una de dos metros, que usamos para funciones en Guanajuato y en espacios pequeños. Hay otra intermedia, que ya teníamos desde antes, y ahora una tercera, de cinco metros, que llevamos a plazas públicas de localidades periféricas a la capital de Guanajuato. 

Ahí estoy súperagradecida con los compas que tienen proyectos de cine itinerante como ElCineClub o NayarLab. Hemos hecho una red de colaboración muy fructífera; cuando íbamos a comprar el equipo echábamos telefonazo a estas personas para aprender de lo que nos puedan enseñar. Este tipo de alianzas ha sido muy rico, más que quedarnos en nuestra sala, encerradas. 

 

¿Qué les enseñaron los compas de Nayar Club o ElCineClub, más allá de los datos técnicos como “esta pantalla funciona bien”? ¿Qué aprendieron lo que significa la itinerancia como fenómeno de exhibición?

La parte técnica fue fundamental, sobre todo pensando en que usamos recursos públicos. Cuando llegó el apoyo de Focine sentimos mucha alegría pero también mucha responsabilidad. Nos apoyaron para la compra de equipo técnico., digamos que nos salvaron de cometer ciertos errores, eso está muy padre. 

En cuanto a la programación, ser consciente de que en itinerancia tienes que conocer de forma distinta al público, que no puedes llegar a imponer temas que te pueden gustar mucho, pero que son temáticas que no los van a enganchar. Debes tener una sensibilidad distinta, no sólo de la clasificación de la película, también de cómo vas a trabajar a públicos específicos.

Nosotras siempre hemos apostado por la potencia de transformación del cine, a diferencia de una sala comercial, que ves la película y  se acaba. Nosotras creemos que sí sucede algo después de ver una película, que incluso en el montaje, en el proceso de llegar, ya está pasando algo. Y lo otro, la parte de permisos en comunidades, cómo te acercas a solicitar el uso de una plaza pública, son un montón de detalles que se tienen que ir considerando y que tener hermanas exhibidoras, ayuda. 

 

 

¿A dónde va Cine La Mina? ¿Han hecho algún ejercicio de proyectarse hacia el futuro?

Este año volvimos a aplicar a Focine en programas de exhibición y también fuimos beneficiadas. Ya tenemos el equipo técnico, ahora es cómo lo hacemos útil para los públicos. Seguimos con el modelo que estamos haciendo en Guanajuanto, pero también tratamos de llegar a plazas y a las periferias. Tenemos aseguradas doce funciones para este año, que incluye una muestra de cortometrajes guanajuatenses. Porque esa es una parte que no hemos podido explorar: la banda que está haciendo cine aquí. ¿Dónde se ve el material de los guanajuatenses? Queremos acercar al público a lo que estamos haciendo, en el sentido de hablar comunitariamente. 

También empezamos a trabajar talleres de cine comunitario. Enrique Meza, director de Ayotzinapa, el paso de la tortuga, es de Guanajuato y tiene experiencia para hacer cine con infancias y adolescencias. Este año ya tuvimos dos talleres y el resultado es un cortometraje, entonces cierra el círculo muy bonito. Nos gustaría mucho seguir indagando esta parte.

Y hay otra rama de Cine La Mina: estamos interesadas en la distribución, porque muchas películas no llegan a espacios como el nuestro. 

Y seguiremos en Guanajuato, con las funciones constantes. Que siga lo que se sembró, aunque también tenemos interés de explorar otros estados de la república.