'Nómadas de la 57' de Alberto Arnaut Estrada y José María Castro Ibarra
Tú venías de hacer dos historias muy contenidas y asfixiantes, cada una en su propio universo: una en el Tec y otra en un departamento de la Narvarte. Quizá hacer Nómadas de la 57 fue como salir a la carretera, ¿cómo fue esa experiencia de subirte al camión y lanzarte a esta nueva ruta?
Alberto:
Sí, justo. En A plena luz y Hasta los dientes ya conocía la historia que quería contar; sabía cómo terminaba y tenía detrás una investigación muy profunda sobre lo que había ocurrido en esos casos. En cambio, con Nómadas no sabía qué iba a pasar, y esa incertidumbre me gustaba. Llegaba sin tener todo escrito, simplemente a ver qué sucedía en las cachimbas, qué nos contaba Clara ese día o qué le pasaba en la carretera.
Cada vez que volvíamos a grabar con ella, su vida había cambiado: tenía nuevos patrones o se dedicaba a otra cosa. Eso me hacía soltar el control y pensar: “Pongo la cámara y veo qué pasa”. Rodábamos casi sin descanso, dormíamos dos o tres horas por día, pero el proceso era más libre.
La historia fue encontrándose en la edición; lo que buscábamos era descubrir qué aparecía en cada jornada de carretera. No había una lista de declaraciones o escenas que debía conseguir, sino más bien la disposición a observar. Esa libertad me permitió disfrutar mucho más el rodaje que en mis películas anteriores.
Hablar de los camioneros era, en cierto modo, hablar de los marineros, con todos esos clichés del marinero que tiene un amor en cada puerto y una vida en constante movimiento, sin poder asentarse.
Me pareció que había una similitud muy clara: una especie de sociología de la carretera, como podría hacerse una sociología del mar o de la vida del marinero. ¿Qué piensan ustedes de esta percepción y de ese elemento sociológico que la película termina revelando?
José María:
Sí, desde el inicio me atrajo mucho la vida nómada de los camioneros, ese estar en constante movimiento pero, al mismo tiempo, encontrar lugares fijos donde se detenían a descansar, convivir o reencontrarse con amigos. En medio de un territorio tan vasto como la red carretera nacional, esos puntos se volvían espacios familiares: sitios donde tomaban café, eran bien atendidos y podían relajarse un momento.
Las cachimbas, estos restaurantes al borde del camino, cumplen una función muy importante: no solo alimentan, sino que brindan estabilidad emocional y psicológica. Son como faros en la carretera, lugares de referencia y respiro. Originalmente, hace 40 o 50 años, cuando los trayectos eran más largos y no había luz, las cachimbas se iluminaban con lámparas de gasolina para que los camioneros supieran que ahí podían encontrar comida o un café, incluso en medio de la noche.
Esa dinámica las vuelve comparables con la vida de los marineros: siempre en busca de nuevas experiencias, pero con puntos fijos donde detenerse, establecer vínculos y mantener una red de relaciones que les da sentido a su recorrido.
Dicen que el cine se hace tres veces: al escribirlo, al rodarlo y al editarlo. En el caso del documental, la escritura puede ser más ambigua. ¿Qué tanto del material original conservaron o eliminaron? ¿Cómo fueron construyendo la estructura final, considerando que el material podría incluso haber dado para una serie?
Alberto:
Sí, fue un trabajo de edición muy duro, probablemente la parte más difícil del proceso. Como la historia no estaba completamente estructurada desde el inicio, teníamos solo una lista de temas que queríamos abordar: la relación con las sustancias, las apariciones nocturnas, la violencia, los accidentes, la soledad, entre otros. Pero no sabíamos cómo organizarlos dentro de la película.
Clara, a través de su historia de vida, nos ayudó a construir un arco narrativo, y a partir de ahí fuimos incorporando los demás temas que aparecían en otras cachimbas y paraderos, buscando contrastar o profundizar en lo que ella representaba.
El reto era que Clara nunca iba a la cachimba principal, la de Adelita, así que no existía un vínculo directo. La conexión se estableció más bien por temas, por emociones o ideas. También tuvimos que decidir si priorizábamos el contenido de la investigación o las secuencias más naturales y espontáneas.
Fue una discusión constante entre el editor y nosotros para ensamblar la historia. Al final, quedó una estructura poco convencional, pero nos gustó porque reflejaba nuestra manera de entender el viaje y la experiencia.
José María:
Creo que en el resultado final se nota el trabajo de Pedro G. García, nuestro editor. Nosotros le planteamos lo que queríamos y él hizo un primer corte, a partir del cual empezamos a intercambiar ideas entre los tres. Fue un proceso largo y exigente, pero logramos una estructura que, aunque rara, refleja los intereses de cada uno.
Tal vez no se muestran los datos académicos de forma explícita, pero están ahí, integrados en el relato. Y eso la hace más interesante, porque el público logra seguir el viaje y entender los temas, aunque la estructura parezca libre o fragmentada.
Nómadas de la 57… me gustó mucho la palabra “nómadas”, porque remite a algo muy interesante, incluso desde la antropología: lo opuesto al sedentarismo, a la vida urbana, a ese estar anclados en nuestras casillas, en nuestras rutinas.
Para ustedes, ¿qué representa haber elegido ese término, “nómadas”? ¿Qué les significa hoy, en un momento en que el nomadismo parece cobrar nueva vigencia?
José María:
Sí, exactamente. Hay un sociólogo francés, Jacques Attali, que escribió un libro llamado El hombre nómada, donde plantea la historia de la humanidad como una disputa constante entre el sedentarismo y el nomadismo.
Él explica cómo, a lo largo del tiempo, lo sedentario ha intentado domesticar a las personas para mantenerlas fijas, asentadas. Pero, en realidad, durante la mayor parte de la historia humana, el ser humano ha sido nómada de una u otra forma.
Tal vez el siglo XX fue el momento de mayor asentamiento, cuando creímos que vivir en una ciudad, en una casa estable, era el destino final. Sin embargo, no nos dimos cuenta de que los movimientos nómadas seguían ocurriendo, y que en los últimos años se han multiplicado.
Hoy es, quizá, la época de la humanidad en la que más gente se está moviendo: migrando, desplazándose, buscando nuevas rutas. Ese nomadismo también produce intercambios culturales muy poderosos, detonaciones sociales que son indomables, imposibles de contener.
Y, de algún modo, nuestro proceso con la película fue así: salimos a la carretera sin saber exactamente a dónde nos iba a llevar. Y eso mismo es el espíritu del nomadismo.
Alberto:
Sí, totalmente. Y también entender que nuestra vida sedentaria, la que llevamos la mayoría en las ciudades, solo es posible gracias a que hay otras personas que viven una vida nómada.
Entrevista a Clara.
Entonces, la pregunta obligada para ti era cómo te convencieron a ti de subirte al tráiler de Los nómadas de la 57.
Fíjate que no tuvieron que convencerme. Conocí a Chema en un programa de radio dedicado a los operadores de tráiler, que se transmitía de noche. Me gustaba escucharlo mientras manejaba porque me mantenía alerta y, además, era un espacio donde se difundía el trabajo de las mujeres operadoras, que en ese entonces éramos muy pocas. Era una forma de demostrar que también podíamos manejar un tráiler.
Él estaba presentando su libro Los hijos del camino, parte de su tesis, y me pareció muy interesante. Me regaló un ejemplar, platicamos un poco y me invitó a la presentación en el Museo de Antropología, donde también participé en su panel. Me impresionó mucho lo que lograba transmitir con su trabajo.
Tiempo después me contactó para contarme que quería llevar esa historia a la pantalla, retratando la vida de los operadores. Me encantó la idea. No hay mejor manera de mostrarle a la sociedad, a las empresas y a los transportistas cómo es realmente nuestra vida en la carretera.
Cuando empecé a manejar un tráiler y vi las condiciones en que vivimos, pensé: “¿Por qué tiene que ser así? No debería serlo.” Entonces llevar esto al cine me pareció fundamental, una forma de difundir, de buscar mejoras y dignificar el oficio del operador. Además, es una oportunidad para profesionalizarlo, porque solo mostrando en pantalla la realidad de nuestra labor se puede generar un verdadero cambio.
Cuando aparecen esas escenas en las que están formados, platicando entre ustedes, bromeando o incluso coqueteando un poco, me pareció muy interesante porque mostraban la vida diaria de quienes se dedican a este oficio.
Entonces, ¿qué podrías contarme sobre esa participación tuya dentro de ese universo de tus compañeros camioneros?
Sí, esas redes realmente existen, lo que ahora llamamos redes de apoyo. Es algo muy presente entre nosotros, porque nos ayudamos en todos los sentidos.
Cuando yo empecé a manejar un tráiler y llegué a la Ciudad de México sin conocerla, mis compañeros me guiaban por teléfono, diciéndome cómo llegar a los clientes, qué rutas tomar, cómo hacer las maniobras o cómo reportarme. Ellos fueron mi primera red de apoyo en esos inicios, cuando todo era nuevo para mí.
Y así ha sido siempre. Cuando alguien empieza en una nueva empresa o apenas se está iniciando como operador, casi siempre andamos sin dinero las primeras semanas, mientras se estabiliza el trabajo. Entonces es común que entre nosotros nos apoyemos, ya sea invitando a comer o prestando un poco de dinero, porque así funciona esa red solidaria.
Con el tiempo, además, las relaciones se hacen más cercanas. Ya no solo hablamos del trabajo, sino también de la familia, de cómo nos sentimos o de los problemas de salud. Yo siempre he sido como la “mamá de los pollitos”: les digo “tómate esto”, “haz ejercicio”, o simplemente escucho cuando alguien necesita desahogarse. A veces lloramos juntos, nos acompañamos, aunque no seamos psicólogos, pero ese apoyo emocional ayuda a seguir el camino con más tranquilidad.
Y eso sigue siendo parte del oficio. Cuando hay un accidente, por ejemplo, nos avisamos por WhatsApp; o si hay zonas peligrosas, nos mandamos mensajes: “Ahí roban mucho, no te pares”, o “Voy a tal lugar, ¿dónde me recomiendas dormir o comer seguro?”.
Oye, esta película la vamos a ver muchos urbanitas sedentarios, gente que como mucho salimos una semana de viaje a la playa y regresamos sin conocer realmente ese otro mundo. ¿Qué pueden transmitirnos quienes viven en el camino a nosotros, que estamos acostumbrados a permanecer quietos?
Cuando salgan ocasionalmente a carretera, aunque sea solo para pasear, no lo hagan cansados. Revisen su vehículo a fondo, de punta a punta. La inseguridad está muy presente, también para los automovilistas. Una descompostura, una llanta ponchada o cualquier falla puede ponerte en riesgo, no solo de un accidente, sino también de la delincuencia.
Cuando regresen, procuren no hacerlo a la misma hora que todos. El domingo por la tarde suele ser un caos, y justamente eso provoca muchos accidentes viales. No solo influyen las zonas de riesgo, también los horarios.
Descansen bien antes de emprender el regreso. Las vacaciones o un fin de semana pueden relajarnos tanto que el cuerpo se desacostumbra al ritmo, y si además se consumió alcohol, el riesgo aumenta. No es la mejor manera de volver a casa con seguridad.
Me encantó el final, y también esa sensación del mundo vasto, de los paisajes, porque lo que hacen ustedes es increíble. También se aprende mucho de eso, de ser alguien de los caminos. ¿Cómo ha sido para ti ese aprendizaje?
Fíjate que yo siempre les digo que cada viaje es una película. Cada uno lo es, porque aunque recorras la misma ruta y veas el amanecer a la misma hora, nunca será igual. Nunca te sientes igual. A veces viajas con la nostalgia de la familia, manejas toda la noche y, cuando llega el amanecer, algo dentro de ti cambia. Te transforma el ánimo, te llena de energía, porque aunque el paisaje parezca el mismo, siempre es distinto.
Tienes la oportunidad de llegar, de lograrlo, de sobrevivir. Los paisajes se convierten en parte de esa película que te retroalimenta emocionalmente, que te hace sentir bien, con esa sensación de complacencia, de placer, de plenitud, de logro, de validación contigo mismo. No solo por el trabajo de transportar carga, sino por el hecho de mantenerte en pie lejos de casa, de amanecer en otro lugar y aun así sostenerte: feliz, firme, pleno.
Nómadas de la 57 (México, 2025). Dirección: Alberto Arnaut Estrada y José María Castro Ibarra. Producción: Yuli Rodríguez. Guion: José María Castro Ibarra, Alberto Arnaut Estrada y Pedro G. García. Cinefotografía: Julio Llorente A.M.C. y Leonardo García Castilla. Edición: Pedro G. García. Mezcla: ZVOOK. Música: Todd Clouser.