Monstruo de Xibalba es la ópera prima de Manuela Irene; una aventura en la selva maya que se antoja indescrifrable, pues lo mismo contiene elementos de horror, que de aventura, que de cine para niñas y niños, y hasta algo de existencial (Y La noche de los mayas de Silvestre Revueltas). Historia de crecimiento, en el que un trío de niños transitan del misterio a la pequeña pandilla que crean entre rap y cigarros clandestinos. Mientras un ser oscuro, amenazante, los confonta y los obliga a ahondar en sus miedos.
Monstruo de Xibalba ha tenido su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Edimburgo. Ahora se presenta en la edición 20 de ficmonterrey. Manuela Irene nos platicó sobre su historia, que sabe moverse entre el misterio, la aventura y la leyenda.
¿Cómo empezó tu interés en contar una historia maya, como es Monstruo de Xibalba?
Desde niña he tenido conexión con Yucatán. Mis papás se conocieron en Mérida y vivieron allá. Mi papá hace al personaje del Monstruo de Xibalba, cada vez que iba para allá y lo visitaba recorría el lugar y veía espacios que después iba metiendo en el guión. La peli tardó 14 años en acabarse, desde la idea original. Esos años seguí visitando a mi padre y conociendo Yucatán.
¿Cómo fue esta combinación entre una historia juvenil, un niño casi adolescente que investiga la muerte, con estas escenas que se acercan incluso al cine de horror?
Tiene mucho que ver con mi papá. Él es súper agnóstico, pragmático, pero tiene cuentos de cuando era niño y su familia vivía en Aragón y no había luz. Me cuenta historias de fantasmas que son de hace tiempo, del México viejo. Eso seguramente se coló. También, Yucatán todavía es súper misterioso, caminar allá por las noches da esta sensación extraña de que algo puede puede pasar. La gente allá cree mucho en criaturas, por ahí se fue colando todo.
Ahora está en debate la pertinencia de registrar ciertos ambientes si no perteneces a ellos, se piensa que la mirada extraña no sabe registrar con fidelidad. Pero en Monstruo de Xilbaba lo logras muy bien. No es una mirada extraña que llega a la selva y los cenotes, está bien integrada. ¿Cómo pensabas esta representación de Yucatán?
He explorado estos lugares a más no poder. La aproximación a los sitios fue personal, siguiendo caminos o mapas que no sabíamos a dónde nos iban a llevar. Al principio me decían: “tienes que pedir permiso a los lugares” y a mí no me nacía hacerlo, pero empezaron a pasar cosas. Cuando llegué al cenote del final, una locación que imponía muchísimo, llegó un punto en el que decidí hablar con el cenote, decirle que venía con todo el respeto a retratar su misterio y su belleza. Y siempre me he acercado con esa actitud. Con mucha devoción y mucho respeto.
Rogelio es un niño fascinante, también es lector y escucha música. Un niño muy moderno y se une con dos más, de la comunidad maya, Juanito y Lucio. ¿Cómo los creaste?
Siempre me dieron ganas de escribir una peli con un protagonista niño. Tuve mucha influencia de pelis gringas que vi de niña, como E.T., Mi primer beso o Stand by me, y Rogelio tiene un poquito de ese humor. Eso y su obsesión con la muerte, que fue mi propia obsesión infantil, una negación a aceptar que ese es el destino del ser humano, que algún día mis papás iban a morir, y que mi misma existencia iba a dejar de ser. Pasaba noches pensando cómo sería, si al morir estaría recordando mi vida o qué voy a sentir cuando me cremen. De ahí nace Rogelio.
¿Dónde conseguiste a tus actores, Rogelio Ojeda, Gibrán Alonso y a Leonel Pat Yali?
Tenía a las chicas de Pininos Cast, lo estaban buscando en Ciudad de México, me mandaban videos y nadie salía. El último día de casting aparece un mail misterioso, todo en minúsculas, preguntando si todavía se puede hacer casting. Veo el video y fue increíble. Rogelio llegó media hora tarde a la audición, con su papá mariachi, hizo un casting increíble. Tenía un lenguaje corporal supercómico, era muy rebelde y tenía mucho talento.
Leo, que es Lucio, lo encontré a través de Pat Boy, un rapero maya que tenía un taller en Hu May, un pueblo en Quintana Roo. Vi sus ojos almendrados y su peinado, y era como ver una peli. Era muy tímido, pero después se fue soltando. Y a Gibrán Alonso lo encontré en una estación de camiones. Él recibía los boletos y lo vi y dije: “Guau”. Le pregunté si sabía fumar, manejar moto y si quería salir en una película. Tardé un poco en convencerlo, pero al final me dijo que sí y me encanta la química de los tres, son como una pandilla muy peculiar.
¿Cómo empieza a participar tu padre, Manuel Irene, en este proyecto?
Pensé que lo podía hacer. Eran sus espacios, sus abejas; la película estaba basada en él. Con Rogelio hicieron una pareja inesperada y muy chida.
Mi papá se comprometió muchísimo. No es que tenga aspiraciones actorales, lo hizo por mí. Se dedica a la miel, originalmente es ingeniero eléctrico, pero vio que yo llevaba muchos años con este sueño. Le dije: “Oye, pero te comprometes a ir conmigo hasta el final”, y contestó: “Voy a hacer todo lo que esté en mis manos por ayudarte”.
Es una película con muchos escenarios naturales, selvas que deben ser un reto. ¿Qué fue lo más difícil del rodaje?
Fue arduo, llevábamos muchos años intentando financiarlo y no lo habíamos logrado. El año que salió Focine para infancias, era una convocatoria que nadie esperaba. Cayó y yo tenía todo listo y le dije a Damián, productor y fotógrafo: “hay que meterlo con nuestra productora”. Ese año, Imcine empezó a darle chance a productoras que no tenían tanta experiencia.
Necesitábamos entre seis a ocho semanas para filmar, por las distancias, los niños y los animales. Los lugares están esparcidos por Yucatán, medio cerca, excepto Celestún. Necesitábamos también un crew sobre todo en cámara, tenía que haber cierta experiencia para lograr la imagen que queríamos y llevar el rodaje con el ritmo que necesitábamos. Tuve un problema y me tocó echarme la peli sin script. Fue superpesado, todo el set lo llevábamos el fotógrafo y yo. Eran jornadas largas. De repente Rogelio se enfermaba, le daba gripa. Entonces, como en casi todas las escenas está Rogelio, era un parón complicado. Fue duro y arduo, pero ese camino de dificultades nos trajo regalos muy bonitos.
¿Cómo fue la dirección de actores?
Yo no quería ensayos, sentía que se iban a desgastar, o a entrar en entonaciones aprendidas. Tenía experiencia de mis cortos anteriores, también los protagonizaron niños, y soy mamá de dos, entonces sé acercarme con respeto y sin tratar de sobremimar a un niño, sino hablarle como un igual.
También Teresa Sánchez me ayudaba muchísimo, ella es una gran actriz y tiene una idea muy choncha del ritmo al interior de las escenas. Tenerla me dio mucha seguridad y me ayudó. Rogelio de repente se frustraba y pensaba que no podía hacerlo. Y era convencerlo que podía, “si alguien de estas personas puede, eres tú”. A la siguiente hacía una toma perfecta, era un poco de coaching y una comunicación respetuosa, pero sin ser condescendiente. Incluso Leo, que era medio tímido, en la escena del rap maya nos sorprendió a todos.
Me llama la atención que hayas postulado a Focine para cine para niños, y me deja la duda de hasta qué punto tenías una historia que encajaba en este rubro o hasta donde tienes un interés previo por hacer cine para niños.
No sé si la consideraba una película para niños de inicio, yo no parto de pensar en una audiencia, busco algo que me apasione y me obsesione. Desde la industria hay una tendencia a limitar el cine de niños a ciertas cosas, con discursos positivos y digeribles, y hasta cierto punto predecibles y fáciles. Eso es subestimarlos, yo no siento que mi peli vaya a traumar a un niño, o le vaya a hacer algo negativo. Siento que es una peli puede darles una dimensión del mundo, de la experiencia humana. Algo que puede abrir su imaginación y que no sientan que es el contenido de siempre, de fórmula, con final feliz, fácil de aceptar.
Yo tampoco creo que Monstruo de Xilbaba sea para niños. Tratas la muerte de una manera frontal y hasta cruda.
A mí no me interesa hacer un cine ni de adultos, ni de arte, ni comercial; me interesa hacer un cine verdadero y profundo, directo y sutil. Son otros los adjetivos que me preocupan, otras dimensiones del cine. Pero siento que es una película que los niños puedan disfrutar, y que les pueda hacer reflexionar sobre cosas relevantes sobre la experiencia humana.
También podría acercarse a temas del horror, puede estar en distintos espacios.
Sí, siento que ahí toca otros géneros, y también es algo que me emocionaba mucho durante durante la edición y haciendo la música. También tiene sentido del humor. En momentos parece otro tipo de cine, donde tiene una mezcla que está padre.
¿Qué te parece presentarla en el Festival de Edimburgo?
Me emociona mucho, además el mail del director fue tan bonito, sentí que realmente le había entusiasmado la peli. Me dijo: “al equipo de programación le encantó, es el cine que queremos mostrar e impulsar en nuestro festival”. Me sentí súper acogida y bienvenida. Después de 14 años de estar dudando si lo iba a lograr, me emociona saber que está próxima a presentarse. Me emociona muchísimo.
Monstruo de Xibalba (México, 2023). Dirección: Manuela Irene. Producción: Manuela Irene, Damián Aguilar, Daniel Loustaunau. Compañías productoras: Cine Provincia, Colectivo Colmena, Bar Producciones, con el apoyo de FOCINE-IMCINE. Guion: Manuela Irene. Fotografía: Damián Aguilar. Edición: Manuela Irene, Liora Spilk. Sonido: Irina Guadarrama Olhovich. Música: Jacobo Lieberman. Dirección de arte: Selva Tulián. Reparto: Rogelio Ojeda, Teresa Sánchez, Manuel Irene, Socorro Loeza, Leonel Pat Yeh, Gibrán Alonzo.