Y esto le pasa a Bárbara, migrante boliviana en Barcelona, quien trabaja haciendo limpieza doméstica. Gana el dinero suficiente para tener una novia, salir a bares, jugar en un equipo de futbol. Una vida modesta pero grata, que se complica cuando debe traer a su hijo Ulises a vivir con ella.
¿Por qué es tan incómodo convivir con quien deberías tener la relación más amorosa? ¿Cómo incorporar a alguien importante en una forma de vida que también se ha vuelto importante? ¿Quién es Bárbara, entre la vida líquida del primer mundo y la responsabilidad de la maternidad que dejó en otro continente?
Santa Bárbara, de Anaïs Pareto Onghena, explora las migraciones de mujeres sudamericanas en Barcelona desde vías poco recorridas: aquellas en las que cambiar de país puede significar nostalgia pero también liberación. Y en el que la presencia del pasado, de las responsabilidades, de los motivos por los que se migró, pueden representar incomodidad o culpa y piden alguna solución.
Santa Bárbara formó parte de la sección Largometraje mexicano de la edición 20 del Festival Internacional de Cine de Morelia y ahora tendrá su estreno comercial en el país. Platicamos con su directora, Anaïs Pareto sobre esta historia de mujeres migrantes, maternidades e incomodidad.
¿De dónde vino tu interés por hablar de las migrantes latinoamericanas europeas, punto de arranque para contar la historia de Bárbara y su hijo?
Soy nacida en Barcelona y adoptada en México desde hace muchos años. Cuando regresé a Barcelona, tomé una maestría en antropología visual e hicimos un documental sobre un equipo de fútbol de mujeres latinoamericanas en Barcelona. Me fascinaron las historias que me contaron. La migración siempre me ha interesado, lo he tocado en distintos trabajos, de distintas maneras. En este caso, me di cuenta que ellas no estaban muy representadas: está representada la migración en general, pero de mujeres no es común, y en concreto la migración latinoamericana en España. De ahí nacen mi ganas de hacer una conexión personal con estas historias.
Son mujeres que trabajan en actividades que quizá no sean las ideales, pero se ven como un grupo feliz: tienen sus parejas, juegan fútbol, van a bares, se la pasan bien; el conflicto viene cuando Bárbara tiene que asumir su rol de madre. Llama la atención esa incomodidad de que aparezca un hijo y te obliga a recordar quién eras.
Hay toda una serie de ideas que me vinieron cuando las conocí. Por ejemplo, mostrar la inmigración, no sólo desde el punto de vista del sacrificio, también analizando su esencia, y veo que también son oportunidades para liberarse de muchas cargas. No sé si reinventarse o ser quienes realmente son, pero hay una parte positiva y ellas la encuentran. La migración inicia con la necesidad de sobrevivencia pero termina en liberarse y explorar qué les apetece hacer. Quizá en su lugar de origen no hayan tenido esa oportunidad, porque fueron madres muy jóvenes, porque tuvieron que hacerse cargo de muchos familiares y no tuvieron tiempo de explorarse. Me pareció una visión diferente e interesante.
En Santa Bárbara destaca el tema de la incomodidad, que también lo encuentro en tu película anterior, Sinvivir: esta cohabitación forzada, no estás seguro de querer estar con quien vives, pero no te queda de otra. También es un estudio de las maternidades. Aquí es una madre forzada a tener a su crío y hacer algo con él.
Cuando hablé con ellas, todas me decían que les dolía mucho estar separadas de sus hijos. Pero muchas llevaban más de diez años en España y no habían regresado. Y entiendo que la situación económica no es la ideal, pero si quieres, puedes ahorrar a lo largo de los años, porque trabajan mucho pero gastan ese dinero en otras cuestiones.
Entonces me cuidaba de no juzgarlas. Es como dar por hecho que la prioridad de una mujer, cuando se vuelve madre, debe ser su hijo. Ahí viene mi cuestionamiento con ese cordón umbilical que según lo puede todo, pero no te define, no lo es todo.
Entonces situé a esta madre con su hijo. No saben qué hacer el uno con el otro, son dos personas que se supone que tendrían el vínculo más fuerte, pero de repente no saben ni qué decirse, porque así me contaron sus experiencias algunas mujeres que habían traído a los hijos y los dejaron encerrados durante meses, porque ellas tenían una vida montada e integrar al hijo en su vida les resultaba complejo.
Eso es lo que queríamos; por otro lado, no me había fijado que es algo en común con Sinvivir.
Cuando vemos historias de migraciones nos cuentan el viaje, y son historias tristes o complejas, pero pocas veces vemos qué ocurre con estos migrantes cuando logran establecerse. Santa Bárbara propone a un grupo de mujeres emancipadas. Me parece incluso trasgresora esa mirada, que una migrante viva las bondades de un país que le da trabajo, dinero, oportunidades.
En La banqueta, uno de mis primeros cortos, hablaba de qué pasa antes de migrar, cuando te despides de los tuyos. Recuerdo que entonces, uno de los temas de conversación es que yo no quise hablar del traslado, pero es algo que ya he visto y yo no lo he vivido en esas condiciones, me parecería hipócrita narrarlo, no me siento con esa autoridad. Pero sí puedo hablar de las otras facetas de la migración. Me gusta mucho explorarla desde otros puntos, no el traslado y el viaje migratorio, que me parece interesante, pero otras personas lo harán. A mí me gusta hablar de otros matices.
Tus dos personajes principales, Bárbara y Ulises, a la primera la interpreta Anabel Castañón, una actriz formada, mientras que Ulises es Alberto Silva, un actor natural. ¿Quiénes son ellos y cómo fueron a parar en tu proyecto?
Cuando tengo alguna historia, ubico a alguien que conozco mientras escribo el guion. Imagino su rostro, su voz, su corporalidad, me ayuda a que el personaje agarre su propia vida. Eso me pasó cuando empecé a pensar en Santa Bárbara con Anabel. Me gustaba su voz, su rostro, su espíritu. Trabajé el guion con esa idea y después se lo propuse. Ella estaba encantada con la idea. Es actriz con experiencia en teatro, la propuesta se le hacía muy atractiva. Además, desde un punto personal, yo le contaba historias de migrantes latinoamericanas en España y ella me decía: “pues es la historia de mi madre, de mis hermanas, de mis tías”. Fue una aportación valiosa para mí.
Y con Alberto, yo estaba muy mentalizada de que en Barcelona no encontraríamos un actor profesional, por la edad y el perfil del personaje, entonces sí fue una aventura ardua con el productor Pedro Hernández: recorrer barrios de la comunidad latinoamericana en Barcelona, hablar con la gente de las tiendas, de los restaurantes, colgar carteles. Finalmente fuimos al antro que nos estaban prestando como locación, hacían tardeadas para menores y ahí apareció Alberto. Yo vi en él los ojos de Anabel. Al inicio no confiaba mucho en nosotros. Le explicamos la película y ocurrió que él estaba en un año sabático, había acabado la prepa, no sabía qué hacer con su vida y le apeteció unirse al proyecto. Es hijo de ecuatorianos y me contaba que la historia de Santa Bárbara está en su familia también.
Aunque suene a paradoja, logras la química de la incomodidad: no está muy a gusto Bárbara con Ulises pero Anabel y Alberto tienen buen acoplamiento. ¿Cómo trabajaste con ellos?
Puse en contacto a Anabel con Alberto y les pedí que hablaran por teléfono y empezaran a construir un background, como el de Bárbara y Ulises. Para Anabel, como actriz formada, era un de juego divertido, interesante, pero Alberto no tenía las herramientas de actor. De hecho, es muy tímido y se nota, el personaje es como él. Pero le entró al juego. Tuvieron algunas llamadas en personaje, en las que yo ni entré, así construyeron su intimidad. Eso fue muy útil para que hubiera una mínima confianza cuando por fin se encontraron, sobre todo para Alberto, que de repente enfrentó a todo un crew. Aunque yo había planteado una producción pequeña, al final es una producción con veinte personas.
Los dos tuvieron buena química. Una de las primeras secuencias que grabamos fue cuando caminan en la calle y a Anabel se le caen las lágrimas después de una llamada, mientras él sólo asoma la cabeza. Cuando cortamos hubo un abrazo entre ellos de varios minutos, quiero pensar que de alguna forma hubo cariño entre los actores.
Presentas Santa Bárbara en Morelia, donde antes has mostrado otros trabajos, ¿qué te parece regresar allí y proponer tu película al público mexicano?
Hay una mezcla de emociones, desde satisfacciones a frustraciones, expectativas cumplidas o no cumplidas. De hecho, a veces soy pesimista. Entonces, que nos vuelvan a seleccionar en la competencia oficial no puede más que llenarme de orgullo y agradecimiento. Yo sigo haciendo cine en parte por Morelia, porque siempre me ha dado ese espacio de saber que voy por buen camino, que estás diciendo algo que interesa, por ese lado me siento súperagradecida.
Santa Bárbara (España, México, 2022). Dirección y guion: Anaïs Pareto Onghena. Producción: Anaïs Pareto Onghena, Pedro Hernández, Andrea Toca, Daniela Leyva Becerra Acosta, Pablo Gregorio, Miguel Ángel Abuja. Fotografía: Alberto Bañares. Dirección de arte: Julen Biguri, Heura Marimón. Sonido: Pablo Gregorio. Música: Alma Chávez. Reparto: Anabel Castañón, Alberto Silva, Ilona Muñoz, Mercedes Hernández, Miriel Cejas, Pedro Hernández, Llibertat Ribera.