El cine de las pueblos originarios en el FICM 2022

Los cines realizados por directoras y directores de los pueblos indígenas han dejado de ser una extrañeza. Se trata de una realidad constante, que participa de la conversación audiovisual, cultural y social del país, con su propia modulación, expresión y urgencia.

 

En la próxima edición 20 del Festival Internacional de Cine de Morelia, seis de estas producciones darán cuenta de su diversidad. Cortometrajes documentales como El cielo es muy bonito, de Aracely Méndez, o 3 días 3 años, de Florencia Gómez Sántiz; un cortometraje de ficción como La Balahána, de Xóchitl Enríquez, o los largometrajes documentales Mi no lugar, de Isis Ahumada, y Mamá, de Xun Sero, incluso Tzofo de Salvador Martínez, que participará en Impulso Morelia 8.

 

Estas obras tienen en común la necesidad de mostrar las realidades de los territorios donde fueron filmadas, pero sobre todo la sensibilidad de las mujeres, los hombres y los niños de las comunidades a las que pertenecen realizadoras y realizadores. Son un acercamiento a sus historias; son miradas que rechazan folclorismos y proponen imágenes cotidianas, que en sus retratos evidencian demandas y deslindes pero también resistencias y orgullo.


 

De dónde son las historias

 

Ni Aracely Méndez ni Florencia Gómez Santiz son de los territorios que filman. Aun así, ambas han transitado por los espacios donde ocurren sus historias y son los que les ha permitido reconocer problemáticas y aguzar las miradas.

El cielo es muy bonito, Dir. Aracely Méndez

“Yo me reconozco más como mujer migrante, vengo de un proceso migratorio y mi identidad es ésta, de ahí viene esta idea de seguir trabajando con temas migratorios”, explica Aracely Méndez, directora del cortometraje documental El cielo es muy bonito. Además de migrante (es del municipio tseltal de Chanal) ha sido activista y feminista. Lleva una década en contacto con Tzome Ixuk, Mujeres Organizadas A.C. en Las Margaritas, Chiapas, grupo que en un inicio acompañó a mujeres tojolabales en proceso de violencia, y desde hace cinco años trabaja con mujeres centroamericanas en proceso de movilidad.  

Su documental, justamente, sigue la historia de un grupo de mujeres centroamericanas y sus hijas que viven en asilo, huyendo de la violencia de sus sitios de origen. “Yo no estoy hablando de mi pueblo”, aclara Aracely, “estoy hablando de un proceso migratorio, de mujeres que no son indígenas. He trabajado con mujeres tojolabales pero no estoy mostrando a mi pueblo, espero pronto hacerlo. Pero estamos haciendo cine, principalmente mujeres indígenas”.

3 días, 3 años, Dir. Florencia Gómez Santiz

Mientras que Florencia Gómez Sántiz, en 3 días 3 años, hace el retrato de Elena López López, primera síndica de San Andrés Larrainzar, Chiapas. Florencia es de la comunidad de Oxchuc, pero la cercanía con Larrainzar le permite acercarse a la historia de Elena. La síndica habla de la gran responsabilidad de que una mujer asuma el cargo que le han encomendado, sabe que de ella depende que las mujeres vuelvan o no a tener un espacio semejante. El dilema de Elena en algo refleja el compromiso de Florencia con el cine:  “En Chiapas es importante decir ‘estoy haciendo cine, estamos haciendo trabajos de calidad, estamos formándonos, estamos aprovechando las herramientas’. Creo que no podemos reducir el trabajo de un cineasta social, como cine indígena, sólo por el hecho de contar algo que tiene que ver con su pueblo o con una lengua”.

Tanto Aracely como Florencia han aprovechado los espacios de formación que se generan en Chiapas, tanto talleres del Imcine, o breves cursos de otros grupos, como la formación de la Escuela de Cine Documental de San Cristóbal de las Casas. “Su diplomado es muy completo, muy demandante y permite procesos de aprendizajes y mucho acompañamiento de los maestros”, describe Aracely, mientras que Florencia reconoce la necesidad de mayor formación: “Sabemos que las personas con mayor experiencia te pueden cobrar más al hacer fotografía, sonido, edición, postproducción, sabemos que es bien costosa esta etapa, entonces sí se me hace importante que se mantengan y que nosotros lo aprovechemos para sacar un buen trabajo”.

 

La resistencia y la autogestión

 

El largometraje documental de Isis Ahumada, Mi no lugar, registra el heroico o trágico crecimiento de Jonathan, un niño de Guerrero obligado a la migración hacia Colima. La escuela y el albergue son espacios de un  desarraigo, una rebeldía y el intento fragmentado de una identidad. Con su documental, Isis también propone una mirada distinta al cine que se realiza desde las hegemonías. “Se está haciendo cine desde las comunidades indígenas y también diría, desde las resistencias: es valioso que se pueda leer de esa manera”, define Isis.

Mi no lugar, Dir. Isis Ahumada

El ejercicio fílmico de Isis Ahumada ya había dado lugar a un cortometraje, Tecuani, hombre jaguar, codirigida con Nelson Aldape, que trata de manera lúdica el conflicto migratorio de los niños guerrerenses. En Mi no lugar, el alboroto infantil deviene resistencia e incertidumbre. Pero al mismo tiempo es un retrato de territorios y comunidades, no-lugares que también definen la identidad de quienes los habitan. “El cine que estamos haciendo tiene otra lógica”, define Isis, “rompe estándares de las estructuras y muestran otras formas de contar historias. Y que haya este tipo de diálogos me parecen necesario; seguir mostrando cosas que no hemos terminado de reconocer”.

Este ejercicio que trastoca estructuras narrativas tradicionales también se realiza en Tzofo, work in progress de Salvador Martínez que “se encuentra a un 65% de su desarrollo” y que se presentará en Impulso Morelia 8. “Es una piececita llena de amor y cariño para el mundo. Surgió del comal y la milpa y desde el lugar en que me eduqué, y que me enseñó lo que soy ahora”, describe Salvador. Tzofo es el ejercicio introspectivo de Juliana, campesina, cocinera, de origen otomí, madre del director, que revisa un pasado con sucesos dolorosos y su propia reivindicación.

Tzofo, Dir. Salvador Martínez

Tanto Mi no lugar como Tzofo han participado en el Estímulo a la Creación Audiovisual para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes, el ECAMC, que no sólo les ha dado la posibilidad de sacar adelante sus proyectos. También han significado un acompañamiento teórico y creativo de sus historias.

“No sólo es un estímulo económico”, dice Isis, “es un acompañamiento importante de realizadores, productores, personas que hacen cine, profesionales que tienen una trayectoria importante y comparten muchos valores del cine comunitario. Es un impulso completo que te acompaña a sacar adelante tu película, con sensibilidad de entender lo que estamos haciendo de manera distinta”.

Mientras que Salvador considera al ECAMC como un ejercicio que debería crecer y llegar a términos más ambiciosos. “Me gustaría que se pueda gestionar de manera autónoma, desde las propias comunidades y que se pueda diversificar. Todavía permea mucho ese debate de que los apoyos se van hacia el sureste del país, y los que estamos en la zona centro, que convivimos con la urbe, nos afecta. Sigue que se puedan expandir estos apoyos desde las comunidades, existen muchas metodologías sociales para hacer lazos comunitarios más horizontales, de compartir conocimiento”.

“Es un esfuerzo que necesita seguir creciendo hacia el interior de las comunidades, para más compañeros y compañeras que tienen historias valiosas que contar”, agrega la directora de Mi no lugar, “historias que muchas veces rompen con esta idea clásica del cine. Historias íntimas, que no importa que resuenen con estos grandes públicos, sino más bien que resuenen con la comunidad misma en la que se está contando la historia”.

 “Como me lo dijo de una manera muy poética Ernesto Pardo, asesor de mi proyecto”, refiere Salvador Martínez, “‘en el colectivo está la diferencia”.


 

Un cine de referentes, pero que también se distribuya 

 

Dos de las películas de pueblos originarios que se presentan en Morelia ya han tenido experiencia internacional. La Balahána, cortometraje de ficción de Xóchitl Enríquez, formó parte de Sundance en 2021. Mientras que Mamá, largometraje documental de Xun Sero, tuvo su estreno en el festival canadiense HotDocs de 2022.

En La Baláhna una chica de una comunidad del Istmo de Tehuantepec debe manchar con sangre su lecho nupcial para mostrar su pureza, antes de llegar al matrimonio. Cuando Catalina no lo hace, viene una ruptura con su pareja y la comunidad.

Aunque es tradición de su región, para Xóchitl Enríquez sobre todo es una historia de su gente cercana. “Me autoadscribo indígena pero como una cuestión política; estas formas de categorizarnos tendrían que dejarse un poco: es cine y cada quien tiene maneras de expresar cómo ha nacido  y cómo ha vivido. En lo personal, cuando hice La balahána no pensaba en ser seleccionada en cine indígena, simplemente son mis historias, la historia de mi gente, de mi familia, de mis mujeres”.

La Balahána, Dir. Xóchitl Enríquez

Mamá, de Xun Sero, también pone en el centro el machismo en las comunidades. El director crea un diálogo con su madre, Hilda, en el que poco a poco se va enterando de las trágicas condiciones en las que ella fue obligada a ser pareja de un hombre y así crear a su familia.  “Descubrimos una historia llena de violencia machista que ha vivido Hilda desde sus padres y con la persona con quien ella tuvo sus dos hijos. Es un diálogo que se hace sobre cómo ser familia y a la vez es una reconciliación entre madre e hijo”.

La experiencia internacional de Xóchitl y Xun acaso les permite tener una mirada más amplia alrededor del debate sobre el cine de los pueblos originarios. Son miradas que podrían ser divergentes y, sin embargo, coinciden en pensar su cine – y el de sus compañeras y compañeros– como un ejercicio que trasciende  la novedad y se consolida  en festivales, pero también en salas, plataformas e itinerancias.

Xun asume el cine comunitario como un ejercicio de referencias, en el que es importante pensar en las comunidades creativas como un grupo que se acompaña.  “Es importante caminar en bloque: aglomerar, reconocernos y acompañarnos, creo que fallaríamos como generación si nos vamos hacia el camino del protagonismo individual, sería un grave error”.

Para Xóchitl, en cambio, es importante que el cine comunitario pueda llegar a los grandes públicos. “Ya logramos producirlas, pero ahora cómo las movemos, cómo las distribuimos o cómo logramos que se vean en otras partes del mundo. Hay que aprender a distribuir nuestras producciones”.

Si en el panorama del cine comunitario se piensa en la autogestión para generar apoyos, la directora de La Baláhna también imagina un proceso autogestivo en la producción, que no dependa de recursos del Estado. “Encontrar la manera de financiar nuestras propias películas y moverlas.  ¿Cómo le podemos hacer para que nuestro cine no sólo se vea en México, que también se lance a nivel internacional y no sólo en festivales, sino que además vayan al extranjero con una venta, que de verdad se logre comprar en otro país?”

Mamá, Dir. Xun Sero

Más preocupado por el alcance local del cine comunitario, Xun Sero prefiere concentrarse en la identidad del ejercicio fílmico: “El tema de lo indígena es una lucha que hicieron quieres estuvieron antes que nosotros, lograr que en el imaginario mexicano un indígena sea sujeto de su historia y no sólo un objeto de investigación. Nosotros y nosotras queremos llevar más allá a ese sujeto: que se entienda que somos culturas diversas. No estoy peleado con que se nombre indígena, respeto a mis compañeros y compañeras que organizan festivales y encuentros que llaman indígenas. No me siento fuera: me llena, me enorgullece. Pero cuando estamos en diálogo con la institución, es importante decir: ‘no basta que nos digas indígena, reconoce también nuestra historia, nuestros ancestros, nuestra raíz’, porque si no el Estado va a seguir jugando en la cancha de reconocer la diversidad, pero sin interesarse en conocer más allá”.

 

Desde cómo nombrarlo hasta cómo producirlo, exhibirlo o comentarlo, el cine indígena, o de comunidades, o de los pueblos originarios, se encuentra en el centro de un fértil debate. Acaso sea porque se trata de una de las formas más recientes y desafiantes de proponer un ejercicio cinematográfico total. 

Estas producciones viajan a Morelia, no como extrañeza, sino como realidad que se consolida en el espectro más amplio de la cinematografía. Que al mismo tiempo pide más trabajo, más reflexiones, sobre cómo abarcar y acompañar la diversidad y novedad de estas miradas.