La comunidad LGBT+ en el cine mexicano

Aunque la representación de la comunidad LGBT+ empezó con personajes estereotipados y caricaturescos en la Época de Oro del cine mexicano, en la actualidad existe una nueva ola de cineastas que desde una mirada digna y empática exploran y celebran a las diversidades.

 

En 1938, aparece por primera vez un personaje homosexual en una película mexicana: “Don Pedrito” representó a un individuo amanerado, que apoyaba al melodrama como soporte cómico, en La casa del ogro, de Fernando de Fuentes.

La casa del ogro, Dir. Fernando de Fuentes. 

 

Aunque estos personajes estaban muy presentes en la Época de Oro del cine mexicano, la representación nunca fue explícita y la única intención de su presencia era ridiculizarlos.

 

Durante los sesenta los personajes presentaban un “desdoblamiento de personalidad” y falsas identidades para lograr esquivar la censura.

 

Modisto de señoras, René Cardona Jr.

 

Claro ejemplo son las películas de Mauricio Garcés, que exhibían una homosexualidad evidente, pero que se encubrían en un trasvestismo funcional, para que el personaje Garcés pudiera seducir mujeres que se sentían cómodas con hombres homosexuales. El ejemplo más evidente está en Modisto de señoras, de René Cardona Jr (1969). Pero al final, Garcés permanecía en la heteronormatividad: era total y completamente “macho”.

 

En el periodo del cine de ficheras hubo una marcada insistencia en representar a los homosexuales en papeles deplorables y vulgares. Bajo temáticas de picardía, presentaban al macho desenfrenado y a su inseparable compañero “maricón”; un recurso para enmarcar con negritas y cursiva su masculinidad, que a la vez sería el espejo de la intolerancia social hacia la diversidad sexual. 

Los plomeros y las ficheras, Dir. Víctor Manuel Castro

 

Es hasta 1977 que Arturo Ripstein realiza la famosa película El lugar sin límites y por primera vez presenta abiertamente el erotismo homosexual en el cine mexicano,.El personaje central es abiertamente homosexual: “La Manuela”, interpretado por Roberto Cobo, un travestí que impone su dignidad entre su comunidad. Más sorprendente para la época, La Manuela seduce a un hombre totalmente heteronormado con Pancho (Gonzalo Vega) y juntos representan el primer beso homosexual del cine mexicano. Aún así, La Manuela tiene un final trágico. Faltaría tiempo para que un personaje homosexual pudiera ser representado como una identidad plena y no como una fatalidad. 

 

El lugar sin límites, Dir. Arturo Ripstein

 

Por fortuna, Jaime Humberto Hermosillo aparece en la misma década de los setenta y da impulso a la representación homosexual, considerado como el realizador de la primera película gay mexicana: El cumpleaños del perro (1974). Contra la tragedia de Ripstein, Hermosillo propone una trasgresión más contundente, al mostrar a sus personajes homosexuales como participantes de una sociedad a la que se integran sin estigmas ni estridencias, aunque sí con la peculiaridad de una identidad que se escapa de la heteronorma.

 

Por ejemplo, su película Doña Herlinda y su hijo (1985) sería también la primera en abordar lo queer y la bisexualidad. Hermosillo planteó un cambio en la imagen estereotipada de la homosexualidad masculina, otro tipo de conformación familiar y los roles que se tenían tan marcados en la sociedad mexicana.

 

 

¿Pero qué hay de los otros géneros e identidades?

 

En cuanto al lesbianismo en el cine, la cantidad de producciones fue escasa, por no decir nula, en comparación con la representación de la homosexualidad en hombres o la representación del travestismo; por ello, Muchachas de uniforme, de Alfredo B. Crevenna (1951) hoy es considerada una película de culto en el Cine de oro, pues abordó por primera vez el amor entre dos mujeres.

Muchachas de uniforme, Dir. Alfredo B. Crevenna

Y en realidad, no fue hasta los años setenta que el tema del lesbianismo se empieza explorar en el cine mexicano, tal como lo demuestran algunos filmes protagonizados por Isela Vega.

 

 

Una representación digna de la diversidad

Hasta la segunda mitad de los años 2000 el cine mexicano comenzó a diversificarse, con una ola de documentales y ficciones que clarearon el panorama. 

 

Una de las primeras películas que llamó la atención del público fue Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003), en la que el director Julián Hernández sigue de cerca a un adolescente homosexual por las calles de la Ciudad de México, mientras busca a un amante del que se ha enamorado perdidamente. El cine de Hernández ha perseverado en la representación de la homosexualidad masculina, en películas como El cielo dividido (2006), Rabioso sol, rabioso cielo (2008), o Yo soy la felicidad de este mundo (2014).  Aun cuando en su última película, La diosa del asfalto (2020), la relación homosexual no está al centro de su historia, la relación de Ramira y Max tiene un fuerte componente lésbico. 

Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, Dir. Julián Hernández

 

En 2013, Roberto Fiesco entra al tema de la transexualidad con su largometraje documental Quebranto, mediante la memoria y el testimonio de Fernando García, conocido como Pinolito durante su desempeño como actor infantil en los setenta, quien se asumió como mujer transexual desde hace algunos años y se hizo llamar Coral Bonelli.

 

Quebranto, Dir. Roberto Fiesco

En documentales más recientes, como Cosas que no hacemos (2020), de Bruno Santamaria Razo, y Las flores de la noche (2020), de Omar Robles y Eduardo Esquivel, los directores se alejan de las grandes ciudades para explorar la diversidad sexual en pequeños pueblos y comunidades del país.

 

Las flores de la noche, Dirs. Omar Robles y Eduardo Esquivel

Y lo mismo sucede en Nudo mixteco (2021), ficción dirigida por la directora y actriz Ángeles Cruz, en la que incluso convergen tres historias sobre migración, violencia de género y diversidad.

 

El cine mexicano de la diversidad se expande en temáticas diferentes, que ya no tienen en su centro subrayar la identidad de los personajes. Hay personajes transexuales que investigan crímenes como Carmín tropical (Rigoberto Pérezcano, 2014); mujeres adolescentes que reflexionan sobre la muerte como Efímera (Luis Mariano García, 2021); o sobre ser parte de la familia, al tiempo que se reconoce la identidad sexual como en Nunca seremos parte (Amelia Eloisa, 2022)

 

Poco a poco, los cineastas han ido desdibujando los estereotipos, en un esfuerzo por hacer visibles a todas, todos, todes. Y aunque aún falta seguir dando visibilidad a toda la comunidad, podemos decir que en 2022 orgullosamente existe un cine LGBT+ mexicano.

 

*Investigación y redacción: Sara Karen Salas, Adriana Granados y Luis Felipe Maceda