Tercera Muestra de Cine en Lenguas Indígenas: en abril es para las infancias

En abril, la Tercera Muestra de Cine Indígena dialoga con las infancias: niñas y niños de todo México miran historias en las que otras niñas y otros niños, en lenguas náhuatl, rarámuri y purépecha, se divierten, se emocionan, resuelven sus conflictos o se asombran ante los sonidos y los colores del mundo.

 

Mientras en la animación Xáne Xépika (Dominique Jonard, 2008) un novio flojo se las arregla para trabajar con el menor esfuerzo; en Cochochi (Laura Amelia Suárez e Israel Cárdenas, 2007) Evaristo y Tony deben buscar por la Sierra Tarahumara el caballo que se les perdió. Y en Yollotl (Fernando Colin, 2020) un grupo de niñas y niños mayas se adentran en el bosque para escuchar los secretos de la Ceiba.

 

La Tercera Muestra de Cine Indígena se realizará del 18 al 30 de abril en Contigo en la Distancia, FilminLatino, la plataforma del Imcine, además de televisoras locales y sedes presenciales.

 

Conoce la Programación General de la Tercera Muestra de Cine en Lenguas Indígenas en abril. 

 

‘Xáne Xépika’ de Dominique Jonard: animaciones que hacen los niños

 

José quiere casarse con Atzimba pero es un muchacho muy flojo, que busca la manera más fácil de hacer las cosas y no siempre le sale bien. Esta historia se la contaron y dibujaron un grupo de niños purépechas al artista plástico, animador y cineasta francés avecindado en México Dominique Jonard; juntos hicieron el cortometraje Xáne Xépika, que forma parte de la colección de historias que Jonard recopiló entre los niños de diversas comunidades de México. Una labor de cine para las infancias y comunitario trascendente, pero sobre todo muy divertida.

 

Yo tenía 13 años cuando mi papá filmó Xáne Xépika”, recuerda su hija Noyule Dominique Jonard, “él llegaba a la casa con dibujos de los niños y me pedía que le ayudara a pintar algo que faltó, o que grabara unas risas.”

 

Jonard trabajaba con los niños de las comunidades purépechas, les pedía que le contaran historias, que las dibujaran en móviles que él llevaba a casa para animar. “Era animación frame por frame. Coloca el recorte en una posición, toma una fotografía, mueve 1 cm y toma otra fotografía, y así hasta que la secuencia da la sensación de movimiento. Es un trabajo que requiere mucho tiempo, una secuencia de un minuto puede llevarte un día de trabajo.”

 

Los temas de Jonard estaban imbuidos en las tradiciones de las comunidades purépechas, pero también buscaban tratar los problemas que les aquejan. “Sus cortometrajes dan una desinfantilización de las infancias. No es que mi papá haya llegado con la idea de trabajar el tema de la violencia en alguna comunidad: todo se daba en el taller, con los temas que los niños y las niñas querían tratar. Al darles ese espacio no había límites en lo que ellos proponían. Sabía cuando algo les daba risa y lo ponía en el cortometraje o lo repetía. Eso es bonito de los materiales, dan cuenta de cosas que los mismos niños y niñas querían decir. De hecho, a veces pienso que mi papá era un niño más jugando ahí, entre ellos.”

 

‘Yollotl’: historias que cuenta la Ceiba

 

Unos niños se adentran en lo más tupido del  bosque maya. A la par, una voz náhuatl en off cuenta el romance del Tule y la Ceiba, que acaso viene a reconfigurar nuestra forma de entender el mundo.

 

“Yollotl la pensé como un ejercicio inmersivo”, explica su director, Fernando Colín Roque, “como si se tratase de una videoinstalación. Me basé en un mito que existe en la cultura maya, el mito de La Ceiba, que tiene a un árbol como elemento central de una cosmogonía que conecta al cielo con la tierra”.

El mito de la Ceiba trajo a otro árbol, el Tule, propio de Oaxaca, con el que se propone un romance del que los niños son testigos. “Como no sabía cómo podía hablar o comunicarse un árbol, me pareció que lo mejor que podía hacer era contar la historia a través de los ojos y los oídos de los niños.”

Fernando diseñó su cortometraje a contracorriente de las formas convencionales. Inició con una pieza musical, siguieron los sonidos de la selva pero, más importante, imaginó el sonido de los árboles: “Hice un trabajo técnico junto a Nicolás Verhaeghe, quien se encargó del diseño de sonido. Consistió en escoger una sola frecuencia de la música del acordeón y lo empatamos con un audio del canto de los monos aulladores de la selva, entonces hay una mezcla entre sonidos que pertenecen y no pertenecen al bosque.”

 

Pero además, Colín elige una lengua originaria, como es el náhuatl, para contar su historia. “Elegir una lengua indígena está vinculada con voltear a ver la diversidad y la memoria que podemos crear a partir de estas lenguas. Es importante que cada vez más creadores sigamos realizando proyectos en las lenguas de nuestras abuelas y bisabuelas.”

 

Con esto se busca proponer nuevas miradas y nuevas historias. “La historiadora Donna Haraway decía que tenemos la urgencia de construir nuevas historias, desde nuevos puntos de vista. Y esto que entendemos como nuevos puntos de vista es todo aquello que nunca hemos escuchado o intentado escuchar. El gran error de la humanidad está en dividir la cultura y la naturaleza; si nos asumimos como parte de la naturaleza podríamos construir una cosmogonía contemporánea completamente distinta, basada en el respeto de los otros seres que viven en el planeta.” 

 

Por eso, Fernando Colín busca a qué suenan el bosque, los ríos y las aves. “En la última película que estoy trabajando la premisa principal consiste en hablar de la conciencia de las plantas, construir un marco científico y sociológico para estructurar una relación más estrecha con el reino vegetal o al reino fungi.”


 

Cochochi: Tony y Evaristo pierden el caballo

 

Cochochi cumple 15 años. Es la ópera prima de Laura Amelia Suárez e Israel Cortés, quienes ya cuentan con una importante trayectoria, que va de las historias mexicanas a las de República Dominicana. Para su primera experiencia fílmica eligieron la Sierra Tarahumara y además la lengua de la comunidad rarámuri.

 

“Estábamos haciendo un viaje después de un rodaje en Chihuahua y todo mundo nos recomendó conocer la sierra Tarahumara”, recuerda Laura. “Paseando y conociendo, vimos en tres ocasiones diferentes a Tony y Evaristo. Nos sorprendió cuánto andan estos chicos, qué lejos van y qué libertad tienen, porque a sus 11 o 12 andaban solitos por ahí”. 

 

Los hermanos Evaristo y Luis Antonio Lerma Torres se convirtieron en protagonistas de Cochochi, en la que deben llevar medicinas a unos parientes que viven en las barracas. Niños que son, se roban el caballo del abuelo para hacer el viaje. Pero el caballo se les pierde y entonces inicia su ejercicio de angustia y crecimiento.

 

El propósito era hacer un documental. La gente se sentía incómoda con la cámara, sin que en apariencia hicieran nada. Israel y Laura entendieron que era importante proponer una historia, ensayos, actuaciones. “La peli sucedió de una forma a la cual nosotros nos tuvimos que ir adaptando también. El resultado no es algo que teníamos en mente, más bien dejábamos que sucedieran las cosas y la peli nos llevó.” 

 

Parte de esta adaptación fue decidirse a grabar en la lengua de los rarámuris, lo que despertó el entusiasmo de los niños y la comunidad. “Muchos niños estaban perdiendo la lengua por el contacto con el castellano”, cuenta Laura. “A algunos les daba vergüenza hablarla delante de nosotros; cuando les dijimos que íbamos a hacer la película en rarámuri fue una motivación para muchos”.

 

Mientras que Israel detalla la forma en que trabajaban en una lengua que apenas y entendían: “Funcionaba la improvisación en el momento, decirles: ‘tú quieres que te presten el caballo y tienes que convencer al abuelo’. Les funcionaba no tener que repetir diálogos mecánicamente. Después, con los subtítulos se tradujeron las palabras y ellos se reían, ‘es que yo no dije eso’. Eran detalles, y al final ganaba la película con la sonoridad. Y también, el orgullo de decir que la película se hablaría en rarámuri, eso era mucho mayor a que fuera exacto el guion, o que estuviera bien actuado, eso pasaba a segundo plano.”

 

Parte de ese orgullo se dio al presentar la película en Guachochi, en el festival de la radio de XETAR, ante unas cinco mil personas. Laura cuenta: “Teníamos que hacer una función y al final se pasó la película toda la noche. La gente la veía con el fueguito encendido, alrededor de la lumbre. Tuvimos que hacer muchas tandas porque todos la querían ver y la disfrutaban muchísimo.”