‘Laberinto Yo’eme’ de Sergi Pedro Ros: la dignidad de la tribu

Sergi Pedro Ros conoció a miembros del pueblo Yaquí en Veracruz, cuando él presentaba su trabajo cinematográfico y ellos bailaron la Danza del Venado. A Ros le fascinó el ritual de la tribu, pronto se hicieron amigos y empezaron a compartir experiencias culturales. Uno de ellos le comentó que era adicto a la metanfetamina y que no la podía dejar. «Esto me lo cuentan prácticamente todos, me pregunto por qué, y así arranca la investigación de Laberinto Yo’eme

 

El documentalista después supo que la tribu Yaqui ha sido asediada y violentada a lo largo de la historia. A pesar de que un decreto presidencial firmado por Lázaro Cárdenas reconoce su territorio como propio y establece una repartición del 50% del uso de las aguas del río Yaqui, éste nunca se ha cumplido. Los yaquis viven sometidos a un genocidio sistemático, que se ajusta a los tiempos y formas de gobiernos y sociedades. En el presente, este asedio viene desde el crimen organizado, vía la metanfetamina, con el despojo de las aguas del río Yaqui, con los grupos empresariales que utilizan el agua para fines especulativos.

 

Laberinto Yo’eme es un retrato de las complejidades que atraviesan la tribu yaqui, como ejemplo de las vicisitudes que atraviesan muchos pueblos originarios en México y América Latina», explica Ros. «Esto no es exclusivo de la tribu Yaqui: cualquier identidad no hegemónica tiende ser aplastada, a no querer dialogar con ellos; es de lo que habla esta película.”

 

¿Cómo logras el permiso de la comunidad para filmar a los Yaquis?

Me acerqué de una manera muy directa y honesta. Todo el tiempo les dije quién era yo, qué buscaba, cuál era mi visión respecto a lo que me contaban. Para mí siempre ha sido importante mostrar cómo las hegemonías acaban con todo aquel que es más pequeño y diferente, porque también yo, como identidad en disputa, me encuentro en ese tipo de espacios. A ciertas personas sólo les interesaría que habláramos inglés o castellano, así sería más fácil controlar nuestras estructuras mentales e identitarias.

La clave para que la película pudiera filmarse siempre fue un acercamiento natural y con base a la afinidad. Decidí trabajar con personas afines, no quería darle minutos de pantalla a la contraparte. Mi preocupación era que los personajes de esta historia, los afectados de todo esto, tuvieran toda la película para expresarse, que se extienda el diálogo con el espectador sin filtro, sin un especialista que explique la situación política y social; son los protagonistas quienes deben entablar el diálogo directo con el público.

 

Tomas un riesgo muy grande, al filmar enfrentamientos y momentos de violencia. Algunas secuencias ocurren después de una alzada o un problema con el crimen, ¿cómo vivían ese riesgo ?

En el territorio Yaqui la violencia es constante, latente, ha entrado de la manera más brutal y no deja espacio a la convivencia al interior de la tribu. Más allá de los riesgos que nosotros hayamos asumido como extranjeros, lo importante de la pregunta es: ¿cómo viven los yaquis esta situación de violencia? La viven al interior de sus casas y sus familias; es lo que debe importar. Si nosotros fuimos y corrimos riesgo no fue importante, lo importante es lo que está sucediendo con la Tribu Yaqui.

 

 

Mientras gestionaba esta entrevista veía noticias sobre los asesinatos de Luis Urbano y Tomás Rojo, dirigentes yaquis que aparecen en tu película. La película se estrena en un contexto doloroso, pero que también la hace más pertinente. ¿Cómo se mira Laberinto Yo’eme a la luz de estas noticias?

Estoy triste pero al mismo tiempo debe servirnos para accionar, replantearnos qué está pasando en el territorio mexicano, en el territorio Yaqui. La película es una muestra de la Tribu Yaqui pero si la comparáramos con otras comunidades de México encontraríamos muchas similitudes.

Queríamos estrenarla con la presencia de Tomás y Luis, nos encontramos con un estreno manchado por estos hechos terribles, al mismo tiempo pensamos que eso hace más necesaria la película: que estas voces, que han intentado ser calladas, no van a ser silenciadas porque están en la película y van a recorrer todo el país en salas de cine, cine clubes, espacios culturales, etcétera.

Cada vez que esta película proyecte la voz de Luis Urbano, de Tomás Rojo y de muchísimos integrantes de la Tribu Yaqui, de muchísimas personas que comparten sus vivencias, van a trascender esos testimonios y esas posiciones sociales y políticas .

Es una película que muestra un estado de la cuestión de la Tribu Yaqui y las formas en que es violentada, pero también es la película de alguien que está buscando alguna expresión significativa en lo cinematográfico; ¿cómo conjugas estas dos entidades, la del testimonio y la del cineasta?

Esto fue un elemento a discusión a la hora de construir la estructura de la película: cómo voy a contar lo que debo contar, si cuando la vean se fijarán en esos elementos formales, cinematográficos, estéticos.

Hay un juego interesante en plasmar este juego entre la construcción cultural que viene desde la ficción, desde la creación del mito que tienen todas las culturas, nuestro cuento que nos explica, esa transmisión oral de quiénes somos y qué nos hace quienes somos. Y ese ser quienes somos se ve interrumpido por ese choque de hegemonías, por esa realidad brutal que nos arrolla e intenta desplazarnos. Ahí hay un conflicto estético importante, un conflicto visual, eso se plantea en la película.

Para mí la cuestión identitaria es fundamental en mi propia vida, ver cómo ellos construyen esa identidad y filmarla de manera libre, que mientras caminamos por el desierto me cuenten su historia, que tiene que ver con nosotros, que la podemos escribir juntos. Hay un juego en la película sobre cómo se construye la verdad; hay muchas verdades en juego en esta película, una verdad cultural, una verdad cruda, realista, imponente, entonces al interior del mundo del cine documental quería aportar mi postura. Tenía la oportunidad de hacer mi ópera prima y quería marcar una posición, una mirada respecto a mis posiciones a la vida.

 

¿Ya lo vio Laberinto Yo’eme la comunidad Yaqui? ¿La gente en Sonora, que vive cerca de la comunidad? ¿Cómo ha sido esta retroalimentación?

Una de mis promesas con las autoridades de los pueblos Yaqui era que la presentaría en territorio Yaqui. Cuando estuvo terminada hicimos cuatro presentaciones, en cuatro de los ocho pueblos. Tratamos de hacer el máximo de difusión para que el máximo de personas pudieran llegar. Los eventos fueron en diciembre de 2019, antes de la pandemia.

En la última proyección hubo una asistencia masiva, llevaba quinientas sillas pensando que tal vez eran demasiadas y faltaron unas mil. Para mí fue un honor, ha sido de las proyecciones más importantes de toda mi carrera cinematográfica. Qué bueno que lo hicimos porque luego llegó la pandemia y las cosas que queríamos hacer se hubieran complicado mucho.

Las personas de Sonora externas a la tribu Yaqui, si no es que asistieron a las proyecciones abiertas a todo el mundo, no la han visto. Y desde luego me encantaría que la vieran, pues la tribu yaqui es parte de la sociedad sonorense y ellos tienen un odio exacerbado hacia la tribu Yaqui; sería interesante hacer un ejercicio de comprensión, de acercamiento por parte de la gente blanca de la gente, los yoguis, que la gente que no es Yuremi. Sería interesante detener ese racismo y ese odio, que es el mismo hacia cualquier pueblo originario. Me encantaría proyectar la película en Sonora, para el público yogui.

 

Laberinto Yo’eme (México, 2019). Dirección: Sergi Pedro Ros. Guion: Sergi Pedro Ros. Fotografía: César Gutiérrez Miranda. Reparto: Tribu Yaqui.