En La cocina, un grupo de cocineros de diversas nacionalidades vive la hora pico de su producción en un lujoso restaurante de Nueva York, cuando se descubre que alguien ha robado la caja. La indagación es incómoda y hostil. El mexicano Pedro es quien encarna sospechas, rebeliones y fatalidades de esta tarde aciaga.
Tras su estreno mundial en la edición 74 del Festival Internacional de Cine de Berlín, Briones nos platica sobre el enorme ejercicio que implicó protagonizar la película de Ruizpalacios. También nos platica de alianzas, procesos y una colaboración que exigió el límite creativo de todos los involucrados.
Siempre me ha llamado la atención cuando se crean vínculos creativos. De alguna manera ocurre contigo y Alonso Ruizpalacios. Con él hiciste Una película de policías, repites en La cocina, en algún momento trabajaste en Güeros. ¿Qué manías y alianzas comparten en este vínculo?
Alonso y yo tenemos una forma de trabajar que se parece en ambición, intensidad, inquietud y curiosidad. A Alonso lo conocí en el teatro, con él monté cuatro obras; fue mi maestro, luego mi colega y mi amigo. Hemos crecido a la par, pero también por separado; hemos ido acumulando horas vuelo para tener estos encontronazos, que siempre nos hacen salir de nuestros procesos con un montón de preguntas bien profundotas.
No sé si conoces la compañía de teatro Lagartijas tiradas al sol, donde participan Lázaro Gabino, Mariana Villegas y Luisa Pardo. Esta compañía acaba de cumplir veinte años y montaron 40 y 20 en el Centro Cultural del Bosque, fuimos personas de la misma generación, haciéndonos preguntas de qué ha pasado en este tiempo. Y mi relación con Alonso se abre también a esa pregunta. Lo que ha pasado son diez proyectos en común. Una relación muy chida y al mismo tiempo muy dura.
Cada proyecto sube la intensidad de las exigencias. En La cocina llegan a un nuevo peldaño: una historia que va más allá de México, que se vuelve muy demandante y frenética. ¿Cómo te subiste a este barco?
Alonso quería hacer esta película desde que lo conocí, cuando nos dirigió en el CUT. Entonces era un director que venía bajando del avión, de Londres, con esta necesidad de hacer teatro y cine. Y venía con el descubrimiento de este textote, La cocina de Arnold Wesker. Alonso hizo una adaptación enorme, junto con Alan Page, que montamos en el CUT. En esa ocasión tuve la oportunidad de ser dos de los personajes, el dueño y el vagabundo. Ahora se abrió la posibilidad de ser el protagónico en la película.
Cuando leí la adaptación me dio miedo, yo había hecho la obra de teatro y sabía por lo que pasaba Pedro a nivel físico. Todavía peor, porque en el teatro tienes el cobijo de la continuidad. Aquí es fragmentar el proceso. Te vas a madrear veinte días, es súper estresante y súper cansado. Fue un reto enorme. A la fecha sigo viendo la película y digo, “órale, aquí nos fuimos a otro nivel, rebasamos límites tanto propios como corales”.
Pedro tiene retos físicos, la coreografías y la exactitud con la que se mueve la cámara y ustedes atentos para responder al juego visual, y además es un personaje muy duro, carga la frustración y la angustia de los demás, es una especie de chivo expiatorio. ¿Cómo preparas a este personaje tan demandante?
Pedro es un personaje trágico, hay una especie de inmolación que lo pone en una estatura moral, después de haberse hecho pedazos. Hay una conciencia mesiánica por parte de Pedro. Además, es un migrante atípico, no responde al esquema de la migración realista, en ese sentido también es un personaje alegórico. Rescata un poco a esa generación enojada de Inglaterra en los años cincuenta, que venía dolida por la guerra y querían abrirse un nuevo camino. Entonces empezó el punk, tomaron las calles y gritaron con fuerza que estaban hartos. Desde ahí viene el impulso de Pedro, de la obra de Arnold Wesker. Es una fusión entre ese imaginario con lo contemporáneo de los migrantes.
Estamos en un nivel de estrés social, de crueldad, de desconexión con lo humano, que todas y todos y todes hemos sido Pedro en nuestros trabajos, viendo a nuestro alrededor y pensando que esto tiene que parar. Es un personaje bien grandote.
Alonso puso muchos elementos del proceso para explorar, como la posibilidad de que ensayara todo el elenco casi completo, o incluso cuando llegó Rooney [Mara], tener una semana para montar las secuencias más difíciles. Alonso es uno de los directores que ofrece herramientas para navegar estas energías grandotas y tener muchos juguetitos para jazzear a gusto, que le gustan tanto a él y a mí también.
¿Qué crees que sea lo más importante de Alonso dirigiendo? ¿Qué pone en el centro de sus preocupaciones?
Creo que el proceso. Alonso nunca ha puesto el resultado como guía, ni como motor. Por ponerte un ejemplo: en una de nuestras puestas en escena teatrales llegó con la idea de montar Moby Dick y terminamos haciendo una obra sobre Oliver Sacks y el síndrome de Tourette. Así de abismal es el punto de partida y el punto de llegada. Y este proceso está lleno de ingredientes que pueden resultar muy atractivos, pero también pueden ser difíciles de maniobrar, porque están muy vivos. Es como si te metieras a pelear con un tigre: eventualmente saldrás con dos o tres arañazos. Cuando viene la posibilidad de trabajar con él me pregunto si tengo la energía para ponerme en ese lugar, porque sé que no va a ser fácil. Empiezas a coquetear con los límites del yo. Y para eso debes tener un montón de herramientas, tanto espirituales como terapéuticas. Es el reto con Alonso.
Otra diferencia es que se rodea de gente maravillosa. Alonso tiene un talento enorme para ver el talento en las demás personas. Entonces está blindado. Cada uno de los departamentos hace un trabajo enorme, apagan los fuegos incluso antes de que huela a quemado. Todos los elementos están trabajando a la par. Él repite mucho a sus equipos, entonces ya hay una hermandad que se genera alrededor de procesos tan intensos.
Acompañaste a La cocina y a Alonso a Berlín, ¿cómo sentiste a los públicos?
Creo que le fue muy bien a la película. Ya se vendió en Alemania, en el Reino Unido, en Irlanda, y salió con muchos encuentros de distribuciones importantes. Creo que le va a ir muy bien en cuanto a la distribución. Es una película muy coral; aunque el personaje protagónico lo tengo yo, cada uno de los elementos está tan bien trabajado, está parte del ensamble hace que todo se vea maravilloso. Es una película muy viva, le echaron muchas flores en torno a su vitalidad, en torno a su furia. En un festival tan frío como Berlín fue muy cálida la forma en la que nos recibieron.