Esta caravana de teatro, que parece haberse escapado de algún relato rural del siglo pasado (inevitable pensar en Zampano y Gelsomina de La Strada, pero también en los cirqueros de la novela Albedrío de Daniel Sada), cruza el desierto de San Luis Potosí, Zacatecas y Coahuila, en pleno siglo XXI. El anacronismo deviene prodigio y el director Jorge Prior encontró en esta historia la urgencia del documental.
El carretón del desierto es la crónica de una pareja insólita, que decide vivir de su arte de títeres y teatro, y para ello renuncian a las exigencias de las ciudades y abrazan los misterios del desierto mexicano. Entre renuncias y recreaciones, asombros y largas jornadas en caminos de terracería, la historia de Kasia y Jaime confronta la modernidad y propone una forma de asumir el teatro, la música, la vida y la construcción de un destino propio.
El carretón del desierto tendrá su estreno el 15 de marzo en Cineteca Nacional y otras salas de México. Platicamos con Jorge Prior sobre esta aventura de dos titiriteros rurales, que también aluden al ejercicio cinematográfico del mismo documentalista.
¿Cómo llegaste a esta historia sobre Jaime y Kasia, los titiriteros que recorren el desierto de San Luis Potosí, Zacatecas y Coahuila?
Hace ocho años encontré la nota en la Jornada. Marqué al periódico y me dieron su contacto, les escribí y tuve que esperar tres meses, porque quien llevaba esa cuenta era un amigo de ellos en España.
Tuvimos que esperar seis meses para concretar una cita. Hicimos un viaje de siete horas en carretera y por terracería, hasta llegar a una ranchería en Zacatecas. Viajamos cuatro: un amigo fotógrafo, un sonidista y un asistente.
Entablamos amistad con Kasia y Jaime, y percibimos que era posible realizar un documental. A lo largo de seis años tuvimos al menos ocho visitas.
La historia de Jaime y Kasia es la de una pareja que renuncia a la modernidad y elige el desierto como forma de vida. ¿Cómo los recibieron a ustedes, con todo su equipo y su tecnología, y la propuesta de hacer un documental?
Algunos construyen sus propias narrativas y ellos han elaborado una que se ubica en el campo y el desierto y ciertamente se han adaptado a esa forma. Ellos me dijeron: “somos titiriteros y gente de teatro, éste es nuestro lugar porque en la ciudad nuestras preocupaciones serían distintas”. Entiendo que llegaron a México como una pareja aventurera, enamorada y hasta podemos decir que hippies. Conocieron a un italiano que los llevó a caminatas por el desierto, allí tuvieron esta oportunidad del reencuentro. Me dijeron esto, que no se me olvida: “caminar es pensar, caminar es filosofar y caminar es alimentarte”.
Durante los primeros tres años caminaron en el desierto. Cargaban sus títeres en la espalda y llegaban a los pueblos a dar funciones; después armaron el carretón donde llevan todo el teatro, viajan con una burra y dos caballos. Quizás un giro importante fue la llegada de Antón, su hijo que ya tiene tres años.
Algo importante es que ya tienen la residencia mexicana, antes tenían que regresar a sus países y trabajaban allá para generar dinero. Pero ya están por completo aquí. A la par que lograron hacerse del carretón, también se han ganado la estima de la gente de esas comunidades.
Ellos están en Wirikuta, en San Luis Potosí, es su centro de operaciones y ahí es tranquilo, pero llegar a Zacatecas es complicado. Sin embargo, los pobladores los reconocen y protegen, Kazia y Jaime les ofrecen a los niños un taller donde aprenden a expresarse. Tú sabes, el arte forma a las personas y darles a los niños literatura, teatro y talleres es admirable.
Hoy en día conocemos muchas historias de migrantes que cruzan países en búsqueda de mejorar sus condiciones económicas y de vida. El caso de Kasia y Jaime es distinto: ellos buscan en el desierto su vocación.
Ellos son unos profesionales. Kasia tiene conocimientos especializados en dramaturgia, se graduó de una escuela de teatro en Polonia, y Jaime es maestro de educación física en España y tomó clases de cirquero.
Y su historia es así de fantástica, se conocieron en la India en un taller de expresión corporal. Mientras los conocía me di cuenta y ellos también lo declararon: “lo que queremos es expresarnos”. Decía Kasia que ella solo quiere tocar el saxofón y hacer felices a los niños, se siente mal cuando tiene que trabajar de otra cosa. Ha sido mesera y él igual ha tenido que buscar otros ingresos, pero regresan.
La familia Nudo, los títeres que manejan Jaime y Kasia, cobran importancia fundamental en el documental, son una especie de colaboración en El carretón del desierto, casi forman una coautoría.
Mientras rodábamos construimos la historia de Kasia y Jaime, aunque les dije: “esto no está completo sin los títeres”. Así que ellos escribieron algunas escenas, fueron viñetas que se crearon a partir de la labor diaria que ellos ofrecen.
Platicamos las escenas que escribieron e hicimos la puesta en escena. Tuvimos algunas dificultades y por ejemplo, omití una escena donde Kasia aparecía montada en un caballo, ya te imaginarás que al caballo no lo podemos dirigir. En esto mi equipo fue fundamental, porque mi fotógrafo y sonidista captaron lo que Jaime y Kasia querían transmitir.
El carretón del desierto recuerda películas tuyas anteriores. En ¿Qué sueñan las cabras? retratas la vida de unos pastores; El ombligo de la luna es la inmersión de un grupo de jóvenes en imaginarios prehispánicos ¿Hay un interés en retratar estas búsquedas hacia los orígenes?
Ha sido una construcción un poco inconsciente, pero esa relación de las películas que mencionas, y ahora con El carretón del desierto, no es otra vinculación más que esa búsqueda humana por saber quiénes somos.
La soledad en la que viven Jaime y Kasia es un aprendizaje, porque después van con sus familiares y amigos a España y Polonia y les comparten lo que aprenden. Es una relación de compartir y aprender. La verdad es que su puesta en escena tiene un contexto de teatro contemporáneo sólido.
¿Jorge Prior es otro de estos pastores o viajeros?
Hay una preocupación visual y estética sobre lo que ofrezco, tanto al público como a mis personajes y colaboradores. En las películas que mencionaste también hay un acompañamiento importante de la música, porque he tenido la fortuna de trabajar con expertos que entienden mi mensaje y me ayudan a profesionalizar la forma en que logramos el encuadre y la propuesta estética.Se puede disfrutar el desierto, se puede disfrutar lo que estás viendo.
En El ombligo de la luna Jorge Reyes participó en la música; ahora es Pedro Gilabert, con una propuesta musical interesante. Gracias a él hicimos posible ese relato sonoro que proyecta la visión estética que te describo. El chiste es soñar con lo que estamos viendo, aunque a veces sea caótico.
¿Jaime y Kasia ya vieron la película? ¿Te dieron alguna opinión?
La película está lista desde hace dos o tres años y la compartieron con las personas de sus países. Kasia la presentó en su escuela en Polonia, y desde Zoom platicamos con ellos, después de la proyección. A sus maestros les pareció extraordinario.
Por mi parte, desde esos días metí la película a festivales, aunque a veces la temática no les resultaba interesante. Sin embargo, ahora que se estrena me alegra porque estuvo parada por bastante tiempo, será el 15 de marzo en la Cineteca Nacional.
El carretón del desierto. (México, 2022). Dirección: Jorge Prior. Productor: Jorge Prior. Compañías productoras: Producciones Volcán, Pierrot Films. Edición: Jorge Prior. Fotografía: César Gutierrez, Rodrigo Rodriguez, Saúl Osornio, Jorge Prior. Diseño sonoro: Jesús Sánchez Padilla, Valeria Cerreño, Jorge Prior. Música: Pedro Gilabert. Colorista: Antonio R. Nicolás. Escenografía: Jaime Hevia-aza, Katarzyna Malgoratza. Participan: Katarzyna Sek, Jaime Hevia, familia Nudo.