Esta habilidad ha hecho de Carlos Cortés Navarrete uno de los mejores sonidistas de cine en México, y más allá del país. En los últimos premios Oscar mereció la estatuilla a Mejor sonido por Sound of Metal (Darius Marder, 2019), junto con Jaime Baksht y Michelle Couttolenc.
“Me encanta mezclar ambientes que te dan cierta tonalidad, es algo que decía (Michel) Chion: generar un ambiente porque en la vida real hay un ambiente. Por ejemplo ahorita: está pasando un coche pero estamos en esta conversación, nuestra atención está en ello y sin embargo ese ambiente sonoro da una sensación, aunque no sea explícito. Desde el guión se articulan esos elementos para que logren un objetivo.”
Estudié en el extranjero, me quedé un rato trabajando en sonido en vivo, me gustaba pero era una locura. Cuando regresé a México me tocó armar el primer estudio de Labo y mi interés por cine fue creciendo. Nos involucramos con el doblaje, porque había esta parte comercial con Warner y Fox.
Del lado digital conocí a Carlos Reygadas, trabajé con él en su corto Este es mi reino. Cuando filmaba Post tenebras lux me invitó a conocer el estudio que estaba construyendo, me encantó el proyecto. Entonces me fui para allá.
Hay que encontrar el lenguaje de cada una, el largometraje lo pide, es hallar con el director y el supervisor de sonido lo que se quiere lograr.
Películas comerciales como Un padre no tan padre tiene ciertos elementos musicales que le dan un giro; en Tempestad los ambientes tienen un tono más grave. Ahí se hizo un canvas sonoro muy vasto, que con la música de Jacobo (Lieberman) conjugaba muy bien, o cosas más experimentales como Tenemos la carne, que se convierten en una locura. Emiliano (Rocha) casi quería reventar la bocina, entonces hay que buscar el balance para que tenga ese poder.
Epitafio me encantó porque con los músicos intentábamos cosas diferentes; fueron Pascual Reyes y Alejandro Otaola y entre los tres manejábamos la consola. Yulene (Olaizola) y Rubén (Imaz) estaban atrás diciendo: “súbele a tal cosa”, y como no había tantos dedos debían ayudarme, fue una dinámica divertida.
Las tinieblas fue un reto, porque José Miguel Enríquez, el diseñador sonoro, tenía claro hasta dónde podía ser el silencio, pero yo tenía miedo de que no se escuchara lo suficiente. Yo hacía cosas que parecían una pintura rococó y él buscaba algo minimalista, siempre buscas ese tipo de cosas y así construyes la idea, con el balance correcto.
El director Darius y su hermano trabajaron con un pariente que empezó a tener problemas de audición, se interesaron por el caso e hicieron una investigación muy fuerte con gente que padecía esto.
Se construyó algo interesante con el diseñador sonoro Nicolas Becker, un artista que hacía incidentales y después creció a otros lados. No tiene una estructura muy arraigada al cine, ha hecho instalaciones y una óptica sui generis.
Yo pase las primeras tres semanas con Nicolas, antes de que se uniera Michelle (Couttolenc) y Jaime (Baksht).
Cada quien aporta ciertas cosas. Recientemente me enteré de que el editor era baterista, entonces me quedó claro el ritmo tan preciso de la película.
Nos dieron materiales deliciosos para experimentar: había hidrófonos en la boca de Riz (Ahmed); lo que tiene el personaje Ruben en la pérdida de la audición son micrófonos, es un registro real del cuerpo, que logra una sonoridad particular. Fue el acierto de la película.
Pienso que sí existe, sobre todo desde el punto de vista del diseño y la supervisión de sonido, que plantea una estética que cumple con una función.
A mí luego me invitan a conocer otras mezclas, escucho y digo: “yo lo habría hecho de otra manera”. No estoy diciendo que esté mal, pero te das cuenta que cada quien tiene su estética. Es una capa sutil que te puede llevar al lugar donde encuentras tu lenguaje. Pero tu lenguaje depende, en un principio, del trabajo de mucha gente. Nuestra parte, siendo el último eslabón, tiene la responsabilidad de asegurar que todo va a funcionar, porque aunque el diseñador plantea todo, cuando llegas a la sala hay sorpresas y se interpreta de otra manera; ahí tienes que resolver para llegar a donde quieres.
En el último lustro la gente se está preparando más. Hay más escuelas y gente muy apasionada. Los supervisores de sonido siempre me muestran un nuevo proceso, entonces sigue habiendo crecimiento. La gente se involucra más y trata de profesionalizarse.
Antes era difícil entender aspectos técnicos básicos, porque no había conocimiento. Por
ejemplo, cuando pasó la edición de 35 mm a digital implicó nuevos retos. Fue un momento peculiar, romper un paradigma, era una tecnología nueva.
En 35 mm no tenías tanto rango de movimiento: lo arruinabas, perdías un rollo de negativo de sonido y era muy caro, nadie quería ponerse muy creativo porque habían implicaciones costosas. Ahora, de alguna manera es reversible, tienes otras reacciones como la pérdida de tiempo, pero no es que hayas perdido una copia compuesta, que te salía en una lana.
Ahora puedes experimentar en un entorno más accesible, que es una computadora. Obviamente no será lo mismo hacer un corto en una laptop que en una sala, sobre todo en el sonido, que es tan importante el espacio. Puedes perfilar cosas en la computadoras pero el proceso tiene que terminar en un espacio adecuado, como una sala de grabación.
Antes el gremio era de islas, cada quien trabajaba por su lado; ahora hay colaboraciones, empieza a haber intercambio de información, de procesos, se está enriqueciendo. También hay mayor respeto de que cada quien siga teniendo sus métodos y eso está perfecto, porque eso es lo que hablamos de la personalidad.
Sí, es una gran particularidad que ha tenido el premio. He trabajado con gente de Argentina, Guatemala, Azerbaiyán, Italia, Francia, Colombia. Hemos tenido proyectos muy interesantes: este año trabajé con unos chicos de Guatemala, su película es un documental que se llama El silencio del topo y en Estados Unidos estamos colaborando más, con películas que no buscan el esquema de Hollywood.