Hay una comunidad en la región del Mezquital, en el estado de Hidalgo, que apenas llega al medio millar de habitantes. La Chalmita es un pueblo tan joven y sus pobladores no consideraban que hubiera algo de valía en su territorio.
Pero con la llegada de La Yerbabuena, una red de audiovisual dedicada a explorar y acompañar procesos de formación audiovisual, los habitantes de La Chalmita fueron reconociendo lo valioso de su defensa del agua. Lo antigua y hermosa de su lengua hñähñu. Lo poderoso de pastorear cabras a lo alto de las montañas, y mirar el inmenso horizonte desde ahí.
Chalmita, taller de video comunitario, ha sido un ejercicio realizado por La Yerbabuena en el último trimestre de 2022 y fue apoyado por el Estímulo para la Formación Audiovisual Independiente (EFAI) del Imcine.
Eder Almanza y Marcela Cuevas, integrantes de La Yerbabuena, compartieron con nosotros la experiencia de haber participado con una comunidad que, desde las cámaras, aprendió a reconocerse a sí mismo.
¿Quiénes son el colectivo La Yerbabuena Red Audiovisual?
Eder Almanza (EA): La Yerbabuena lleva tres años con ese nombre. Sin embargo, desde hace nueve años hemos colaborado con personas que también son integrantes del colectivo. Por ejemplo, Yerid López, antropóloga con quien trabajamos los primeros talleres de vídeo comunitario en la región Tének de la Huasteca Potosina, en 2011. Fue un primer acercamiento con Adrián Gama, otro de los integrantes. La red se va tejiendo con personas interesadas en las narrativas audiovisuales. A veces hay gente de videodanza, que trabaja video experimental o antropología visual. Y con Marce hemos trabajado con varias cosas como el Colaboratorio o Ecosistemas audiovisuales.
Marcela Cuevas (MC): Yo los conocí en la pandemia, vi en internet el proyecto de Colaboratorio Audiovisual y en las reuniones descubrí un interés mutuo en otras narrativas, que no se basan en esta bestia aristotélica del principio-núcleo-fin. Las lógicas y cosmovisiones de las poblaciones o comunidades originarias hablan en modo circular y eso se malinterpreta cuando alguien tiene una postura hegemónica del discurso. Ese fue mi acercamiento con el Colaboratorio, el interés común en propuestas no extractivistas, metodologías que integran la comunalidad, que a todos los que estamos en la red nos interesa investigar, desarrollar e implementar desde diferentes modos y ejes.
¿Cómo hicieron contacto con la comunidad de Chalmita?
EA: A partir de un compañero de allá, Sergio Miranda, que es comunicador comunitario. A él lo conocí en un encuentro de comunicadores indígenas en 2017. En 2022 me comentó que en la Chalmita había unos maestros interesados en hacer documentos audiovisuales. Le comenté de la convocatoria del EFAI e hicimos una reunión virtual con personas de la comunidad. Les presentamos el proyecto, les interesó y trabajamos la solicitud de manera colaborativa.
MC: Después se plantearon talleres que engloban todo el proceso de preproducción y postproducción de un audiovisual, en términos comunitarios. En mi caso, con Yerid impartimos talleres de narrativas feministas y otras narrativas experimentales, como el video poema, el vídeo ensayo, el vídeo manual, para dotar a la comunidad de materiales, siempre desde sus necesidades, sobre todo en su interés de generar una memoria y hacer esta visibilidad de archivos vivos, como el maguey, que son muy importantes en la comunidad hñahñu.
¿Que les pareció interesante de la comunidad de Chalmita?
MC: Su historia con la gestión del agua. En Ixmiquilpan y Chalmita tiene mucha historia de cómo en este paraje, con muchas problemáticas de territorialidad, logran gestionar el agua. La otra es la lengua hñahñu, una de las más antiguas, que viene de de la familia otopame; por ahí también hay un interés.
EA: Chalmita es pequeña, de unos 350 habitantes. Al principio estaban escépticos, decían que su comunidad no tenía historia, como otras comunidades que tienen mucha riqueza cultural. Pero empezamos a descubrirlo en conjunto. Por ejemplo con esto del agua. El pueblo es joven, está en una parte desértica, tuvieron que organizarse para que les pusieran un pozo. Esta organización tiene la parte simbólica del agua. Y hallamos varias historias en conjunto, y eso fue lo importante. Al final realizamos dos cortos, pero quedaron pendientes muchos temas que descubrimos que son importantes dentro de Chalmita.
Parece que esta formación audiovisual también significó un ejercicio de identidad, mirarse a ellos mismos y apreciar cosas que posiblemente, si nunca hubiera llegado el equipo audiovisual, hubieran tardado más en reconocerlo.
MC: Bruno Varela se refiere al cine espejo, esta autorreferencialidad que te activa la memoria y la identidad de tu contexto. En Chalmita mostramos varios ejemplos de audiovisual, estaban un poco desintegrados, pero cuando vieron el tequio zapoteca conectaron inmediatamente, fue un vehículo para reflejar su identidad y la posibilidad de creación audiovisual en los pueblos originarios.
EA: Para lograr este audiovisual autorreferencial es necesario que las formas sean certeras. Nosotros como facilitadores somos responsables de que tenga una calidad mediana, pero también la otra parte, que sea autorrepresentativo, sin meter tanta mano negra. Estos son temas que los vamos tratando cuando hacemos nuestro diagnóstico.
¿Cómo fue la labor para mostrarles que esta formación audiovisual podía ser una experiencia importante y que les podía competer de manera íntima?
EA: Hay que recordar que Chalmita es una comunidad pequeña. Había quienes no reconocían ciertos valores de la comunidad, pero un porcentaje pequeño que sí lo hacía, eran maestros y maestras de la comunidad. Ellos y ellas querían activar este interés en las demás personas. Se logró medianamente, creo que el trabajo todavía debe ir más allá, hacia la autorganización, qué es lo que buscamos en el taller, que sirva para que sigan generando vínculos.
¿Cómo era el perfil de las personas que acudieron a los talleres?
MC: Teníamos desde adolescentes de 15 años, hasta personas de 70. Y también fluctuaban: a veces iban algunas personas y luego se integraban otras. Desafortunadamente creo que faltó más participación de las mujeres. Pero al final una de ellas quedó muy convencida de que quería hacer audiovisual; entonces para nosotros fue un logro acompañar sus procesos y que ella nos vea como una herramienta y una red, ahí sale el tentáculo de la Red para que ella pueda seguir teniendo asesorías con nosotros cuando lo necesite.
EA: Hubo también dos espacios importantes. Uno en el aula, que era los fines de semana. Allí asistía un grupo. Sin embargo, había otra dinámica: la comunidad se organizó para que todos los días desayunáramos, comiéramos y cenáramos en casas diferentes. Ahí conocimos a otras personas que no integraban el taller, y nos compartían muchas cosas que sabían. Nos compartían temas, situaciones problemáticas de la comunidad. En la cocina, dialogando con quienes nos invitaban a comer o cenar, salían muchos temas, en esa parte del Mezquital es bien rica su comida, muy especial. Luego pensamos que en la cocina deberíamos dar el taller, ahí se estaban gestando cosas bien importantes.
MC: Otro momento importante fue cuando nos invitó a la Asamblea
EA: Ese día no iba a haber sesión, pero nos avisaron que habría Asamblea y querían que presentáramos el proyecto. Había al menos unas cincuenta personas del pueblo. Y ahí fuimos las seis personas que facilitamos el taller. Mostramos este vídeo que dice Marce sobre el tequio en una comunidad zapoteca, y eso les detonó, descubrieron que ellos hacian esas prácticas, quizá de otra manera pero muy similar. Ahí empezaron a visualizar nuestra intención en la comunidad.
Según entiendo produjeron dos cortometrajes. Uno habla de la relación de las mujeres con el agua. Y otro, las experiencias de Jhovany, el niño que cuida las cabras. ¿Qué me pueden contar de estos dos materiales?
MC: Puedo contarte sobre el del agua, cuando planteamos otras narrativas se llegó al consenso de que uno de los videos debía tener este corte de video poesía, ahí surge el tema de recuperar esa identidad de gestión del agua, y empezamos a trabajar este video, de corte experimental y narrado en hña hñú por una mujer de la comunidad.
AE: El otro se llama llama Honga ra ñuu, Buscar camino. El corto tenía la intención que fueran dos niños y una niña. Por tiempos de grabación no nos dio tiempo. Al final decidimos que fuera solamente de Jhovany, un niño de ocho años, de los últimos que se dedican a pastorear chivos. Sube una montaña diario y lleva unos treinta o cuarenta chivos. Él solo ha ido aprendiendo este trabajo. Este material lo presentamos después en la primaria de la comunidad vecina de Maguey Blanco, que está más urbanizada, y a los niños le sorprendía que hubiera alguien así a una distancia tan pequeña. Ver a este niño muy libre en el campo, muy independiente, les llamaba mucho la atención.
¿Hacia dónde va el proyecto? ¿Siguen pensando en participar en Chalmita o hacia dónde quieren continuar?
EA: Para la actual convocatoria del EFAI metimos un proyecto con la comunidad de Maguey Blanco, porque uno de los compañeros que fueron al taller nos invitó a su comunidad y vimos que hay cosas bien bonitas ahí, un colectivo de mujeres, y vimos que están activas muchas cosas. Y estaría bueno trabajar allí.
MC: Maguey Blanco tiene un componente muy bonito sobre el onírico y el conocimiento de plantas, que se nos hace muy interesante visibilizar.
Conoce Honga ra ñuu, el cortometraje creado por la comunidad de La Chalmita con el acompañamiento de La Yerbabuena, red audiovisual