La comunidad de El Roblito está en el límite de Nayarit y Sinaloa. Aunque en los alrededores hay un contexto de violencia provocada por el crimen organizado, aquí se respira la calma chicha: los adultos trabajan muy lejos, y entonces, como personajes de Peter Pan, niñas y niños corren por las calles, juegan, bailan, van al lago y se dan largos largos chapuzones.
A Bruno Santamaría le hablaron de una población en la que todas las navidades aparecía un Santa Claus por los cielos, que arrojaba dulces a los niños. El documentalista intuyó que ahí había una historia y quiso conocer. Llegó con miedo, por el estigma de violencia que hay en la región. Encontró un pueblo sin adultos, donde los niños corren por su cuenta y viven en una sospechosa libertad. Así nace Cosas que no hacemos.
¿Cómo se fraguó este documental?
De manera intuitiva, con pocas cosas claras. Tenía el título: Cosas que no hacemos, porque tenía ganas de reflexionar sobre este proceso de maduración. Pensé con Andrea Rabasa (productora) y Zita (Erffa, sonidista) que la película giraba en torno a la violencia y la explotación laboral, después vimos que debía contarse desde el punto de vista de los niños. Quise hacer una película que mostrara cómo maduran esos niños. Cuando crecen empieza la dinámica de irse del pueblo para trabajar, entonces tratamos de mostrar ese contexto.
La prensa habla una película sobre una región violenta pero eso no se ve en la película
Aunque El ROblito está en una región que sufre la violencia del crimen organizado, acá apenas hay historias de este tipo. La violencia ocurre por la explotación laboral y la escasez de agua. También, cada que hay fiestas se juntan personas que han tenido tensiones y hay pleitos. En la que grabamos hubo una balacera, pero es un acontecimiento inusual. Cuando ocurre hay sorpresa, miedo, inseguridad, pero al día siguiente limpian, los niños se ponen a jugar, los señores se vuelven a ir, se empieza organizar la siguiente fiesta: la vida sigue adelante.
De tus personajes surge con fuerza Arturo, Ñoño, él tiene las escenas más importantes de la película y también logras una relación semejante a la que hiciste con Margarita en tu película anterior, ¿qué me puedes platicar de esta relación?
Es un niño que mayor que los otros, silencioso, misterioso. Platicamos con él y sentimos una empatía gigante, tenía que ver con su rechazo por las masculinidades adultas del pueblo. Yo le conté que tenía un novio y que no sabían mis papás, él me contó que también guardaba un secreto y es que se viste de mujer; a partir de ahí hubo un clic que alimentó muchísimo la película. Empezamos una amistad, compartimos conversaciones, incluso sueños. En una ocasión le pregunté qué sueño suyo cuál le gustaría que filmara, respondió que verse vestido de mujer. Entonces esa secuencia de la película fue filmada como si fuera un sueño, fuimos a un lugar que a él le gustaba y empezamos a compartir anhelos, deseos.
También con Arturo consigues el clímax y el sentido final de la película…
En una ocasión su mamá me preguntó por qué no le había contado a mis papás mi secreto, me dijo que era muy fuerte que le guardara un secreto así a mi mamá, que a ella le dolería mucho más saber que guardé un secreto a lo que decida hacer con mi vida. Arturo escuchó y al día siguiente me dijo que quería hablar con su mamá, yo estaba ahí y filmamos la conversación. Esto es algo que le robo a Marta Andreu, una maestra impresionante, y es que en el documental tú tocas a las personas, transformas las dinámicas, aceleras procesos, pero esto no ocurre si tú no te dejas tocar de la misma manera.
Llama la atención el equipo de trabajo que están logrando con Zita Erffa, Abril López Carrillo y Andrea Rabasa. Hay un grupo de creadores más o menos cohesionados ¿qué me puedes platicar de ese equipo?
Trabajar con amigos facilita las cosas para que uno se sienta en confianza; además son gente con mucho talento, Andrea y Abril están dispuestas a acompañar procesos y construir desde esquemas no necesariamente profesionales, donde hay un plan preciso. Es gente dispuesta a arriesgar. Yo sé que cada secuencia de la película, tanto para Andrea como para Zita, representa algo que ocurrió frente a nosotros. Su compromiso no sólo es con el cine, es un compromiso humano-artístico y para mí eso es fundamental.
¿Qué pensaba El Roblito de que se le apareciera una persona con una cámara?
La primera vez llegamos con miedo y ellos también tenían miedo de nosotros. Se nos ocurrió con Andrea dar clases de vídeo en la primaria, eso nos permitió conocerlos. Después surgió la idea de mostrarles películas, proyectamos desde Coco hasta Chaplin, incluso les pasé Margarita y eso les hizo a comprender la diferencia entre documental y ficción. En el proceso de construir la película nos relacionamos con muchas actividades, pasábamos horas jugando con los niños, era una especie de amigo maestro que les enseñaban cosas y jugaba con ellos en el río. Compartimos tres navidades con ellos, empezamos a construir situaciones que nos vinculaban.
El último viaje fue el más importante. En el anterior fue la balacera y Zita y yo estábamos en la cancha, nos aventamos al piso como toda la gente y salimos corriendo a escondernos. Cuando regresamos la gente preguntaba si no me daba miedo volver, les decía que estaba muerto de miedo y empezaron a bromear, iba caminando y me hacían pum pum pum, empezó a haber una dinámica de juego donde entendieron que había compromiso y ganas de estar presentes a pesar de haber vivido esta situación. Nunca dejé de ser el extranjero, es una situación incómoda siempre que haces un documental, pero en ese momento algo nos unió y ayudó para ganar la confianza de las mamás, los papás y por supuesto de los niños.
Conozco tus dos películas y también Lo mejor que puedes hacer con tu vida de Zita (2018), y aunque está el sello de cada autor también se notan equivalencias. ¿Crees que este equipo de colaboradores está generando una estética especial de documental?
Creo que genera resultados profundos, íntimos, pero no sabría decir si esto refleja una forma o una estética. Para mí lo más importante como fotógrafo y director es que las imágenes que logremos tengan la sensación de que es algo irrepetible, que fue casi un accidente, eso me emociona y trato de buscarlo, y para lograrlo trato de quitarme que soy cinefotógrafo, trató más bien de estar con las personas, interactuar y que la cámara registre casi automáticamente lo que está ocurriendo. Por supuesto hay un oficio técnico, pero me gusta pensar que reacciona a la realidad.
¿Cómo fue la experiencia en Hot Docs en tiempos de cuarentena?
Muy fuerte y muy triste, habíamos logrado que la película estrenara en el BAFICI, el festival de Buenos Aires; en Hot Docs, Ambulante, Guadalajara, pero todo se pausó. En Hot Docs estuvimos en el mercado. La película también estará en Hot Docs, del 28 de mayo al 10 de junio, en Ontario, se organizaron charlas y hemos tenido interés por parte de la prensa. Sin embargo todavía no sé cómo será percibida por el público. Estamos buscando una premier latinoamericana, una premier europea, estamos platicando con varios festivales pero aún no tenemos nada.
Cosas que no hacemos (México, 2020) . Director: Bruno Santamaría Razo. Productora: Abril López Carrillo. Compañía Productora: Ojo de Vaca, FOPROCINE. Director de fotografía: Bruno Santamaría Razo. Editor: Andrea Rabasa, Bruno Santamaría Razo. Sonidista: Andrea Rabasa, Zita Erffa. Compositor musical: Tomás Barreiro. Diseñador sonoro: Javier Umpierrez. Supervisor de Post: Marco Hernández. Locaciones: El Roblito, Tecuala; Nayarit (México).
Conoce la entrevista completa en #CineCharla de Imcine: https://www.youtube.com/embed/wf4t9oKhoL4