‘La pasión de María Elena’ de Mercedes Moncada: dos justicias en la sierra tarahumara

Un niño rarámuri es arrollado por una mujer blanca, una chabochi. La mujer logra evadir la justicia, pero María Elena, la madre del niño, emprende una cruzada para que la victimaria asuma su responsabilidad.

 

Más que justicia punitiva, lo que busca María Elena es la justicia restaurativa, que la victimaria reconozca sus acciones y pida disculpas honestas. En esta  historia, la cineasta nicaragüense-española Mercedes 

Moncada reconoce dos formas de justicia, la occidental y la rarámuri, que además evidencia problemas de corrupción, racismo e inequidad en las comunidades indígenas del país.

“Soy nicaragüense, española y mexicana, y nunca me he sentido parte de ningún lugar, eso a veces hacía que me sintiera extraña. Al igual que yo, muchos mexicanos viviendo en su propio país nunca terminan de sentirse en casa, así que desde esta intuición recorrí México.”

De 2003, La pasión de María Elena, de Mercedes Moncada, se recupera para la 3ra. Muestra de Cine en Lenguas Indígenas.

 

Platicamos con la directora sobre este documental, que además es el inicio de su mirada fílmica, siempre crítica e incisiva.

 

¿Cómo conociste a Maria Elena y por qué decidiste hacer un documental sobre ella?

Quería hacer una película sobre la esquizofrenia cultural e identitaria que vive México respecto a sus orígenes indígenas, porque por un lado tienen esta exaltación de la diversidad cultural, y por otro existe un racismo muy incorporado en buena parte de la sociedad mexicana. De hecho, durante muchos años el gobierno se esforzó por ocultar sus comunidades indígenas, incluso daban a entender que era más valioso un indio muerto que un indio vivo.

Mi idea inicial era hacer una película en Chiapas, Oaxaca y Chihuahua, pero empecé en la Sierra Tarahumara en Chihuahua y ahí decidí quedarme.

Empecé a hacer una investigación de campo, pasé mucho tiempo viendo archivos de la oficina de derechos humanos, buscando casos que habían pasado por juicios.

En este contexto encontré el caso de María Elena, fui a buscarla a su comunidad en Rejogochi, y ahí conviví con su familia. María Elena me gustó muchísimo y a ella también le gusté, enseguida se generó una atmósfera de confianza y todo fluyó muy bien.

De Maria Elena me gustaba su forma de pensar y sus valores, además me sentí muy representada en su historia, aunque claramente no es lo mismo una mujer rarámuri en México que una mujer de origen español, llena de privilegios. Pero me sentí representada porque aparte de todo el drama por el que estaba pasando, tenía una discronía cultural con su comunidad. Además, era una mujer muy imaginativa.

 

Me parece interesante el contraste del mundo rarámuri, en el que son importantes por ejemplo los sueños, y el mundo occidental, lleno de tropiezos e impedimentos para que se haga justicia. ¿Cómo se construye este contraste, que parece ser el tema central de la película?

 Este contraste también corresponde a la esquizofrenia cultural que existe en buena parte de la sociedad mexicana. En efecto, hay una enorme diferencia entre vivir en México siendo indígena y vivir siendo latino.

También se trató de mi primer encuentro con la cultura rarámuri y pensé mucho en lo maravilloso era su sistema legal, que se basa en el equilibrio y la armonía.

Cuando encontré el caso de Maria Elena, que intentaba encontrar a la mujer blanca que había atropellado a su hijo, ella estaba enfrentando un sistema muy corrupto, que favorece a la gente blanca, donde María Elena tenía todas las de perder. Y mientras más se dan estos encontronazos, más desoladas y desamparadas se encuentran las personas frente a esa estructura legal.

 

Ahora se está formando una cultura audiovisual en las comunidades indígenas y rurales de México, pero en la época que filmaste La pasión de Maria Elena (2003) no era común siquiera tener una cámara. ¿Cómo fue filmar así en la Sierra Tarahumara, qué retos enfrentaron?

Fue un escenario distinto al que me hubiese enfrentado ahora, nos lanzamos sin apoyos y con poco presupuesto, no teníamos acceso a cámara digitales, tuvimos que filmar con cachitos de rollos de 16 mm que nos regalaban.

Para La pasión de María Elena conseguirmos tres o cuatro horas de material, que resultaron en una hora y cuarto de película. Íbamos casi a tiro hecho y los descartes fueron mínimos.

Fue un aprendizaje brutal, me tiré a la piscina para hacer un documental sin tener mucha experiencia. Pero pude hacerlo porque tuve un equipo muy generoso: no sólo nadie cobró nada, sino que además todos pusieron algo para continuar con el rodaje.

A pesar de las limitaciones técnicas y económicas, tampoco la recuerdo como una película difícil. Creo que todos crecimos mucho gracias a la película, ampliamos la mirada y nos adaptamos a las condiciones. También construimos lazos de cariño con la familia de Maria Elena, incluso soy madrina del hijo de Maria Elena, porque en ese momento pensé que iba a volver a verlos el resto de mi vida. Luego se pierde la ingenuidad, porque al regresar a mi vida cotidiana no me podía dar el lujo de visitarlos a la sierra constantemente.

Años después, y con la experiencia adquirida, entendí que esos lazos de afecto se desarrollan en todas las películas, ahora intento avisarles que solamente formaré parte de su vida un tiempo.

 

¿Cuál fue la reacción de María Elena cuando se estrenó la película?

A ella le gustó mucho pero la vio como si se tratara de una historia ajena a ella. Y es que finalmente la Maria Elena del documental es la visión que yo tenía sobre ella, a pesar de que desarrollé su personaje basándome en la cosmovisión rarámuri, en su personalidad y en la manera en la que se relacionaba con su mundo.

También se la enseñé a su familia, ellos me pidieron que no se la enseñara a la comunidad, porque el papá de Maria Elena salía llorando y para ellos llorar en público es compartir el dolor y la desgracia con los demás. Esos momentos se los guardan para un espacio de más intimidad.

 

La pasión de María Elena, Dir. Mercedes Moncada

 

Gran parte de tu filmografía está orientada a Nicaragua y España, ¿qué te significa que tu trayectoria haya iniciado en México y en la Sierra Tarahumara?

La pasión de María Elena fue una escuela y una puerta en muchos sentidos, a esa película le debo muchísimo. Después intenté hacer más películas en México pero ya no pude. También es cierto que hay una gran herida que atraviesa mi vida, y es que yo viví la guerra en Nicaragua, así que quería hablar sobre ello, porque era un tema que casi no se había contado.

Para mí hablar de Nicaragua siempre ha sido más difícil porque lo hago desde otro sitio. En ese momento sentía que tenía el privilegio de hablar de ello por haber crecido en Nicaragua, y porque tenía las herramientas y la ventaja de poder mirar y contar desde afuera. Así hice El inmortal, mi película amarga y personal. Luego vino Palabras mágicas, que de alguna manera es la continuidad de El inmortal, en la que hago una revisión sobre mi posición política, que siempre ha sido de izquierda.

 

¿Te gustaría filmar otra historia en México?

Tengo un hijo mexicano y tengo muchas ganas de regresar al país. Creo que México es el país que más me ha permeado, donde he vivido más tiempo y donde he crecido y me he formado como cineasta. Así que mi amor por México es inmenso.

Además conozco las contradicciones mexicanas, he estado ahí y he vivido muchas de las transformaciones más importantes del país. Yo llegué el 11 de noviembre de 1993 y me quedé por veinte años.

Lo que sí es una realidad es que para mí es más complicado filmar en México, porque ya hay muchos cineastas mexicanos contando historias valiosas, sería complejo que llegara a filmar sin antes haber pasado un tiempo en el país. Siempre he pensado que las percepciones desde lejos hay que evitarlas, la experiencia en primera persona es necesaria para entender los procesos y alejarla del mundo de las ideas.

Así hice la historia de Maria Elena: su historia de vida puedes abordarla desde un montón de ángulos, desde una película que hable explícitamente sobre el racismo hasta algo que hable sobre justicia, pero como viví la historia de cerca me di cuenta de las contradicciones de Maria Elena y fui sensible a ellas. Así que como directora, no me basta con mis ideas para hacer una película, también necesito vivir y percibir las historias, las vidas y los cuerpos de las personas.

La pasión de Maria Elena (México, 2003). Dirección: Mercedes Moncada. Guión: Mercedes Moncada. Producción: Mercedes Moncada, Javier Morón. Fotografía: Javier Morón. Sonido: Samuel Larson.  Música: Café Tacuba, Martín Chávez, Samuel Larson.