J. C. Orozco, pintor del hombre, Cordelia Urueta y Dr. Atl, son tres cortometrajes documentales sobre reconocidos pintores mexicanos que a inicio de los ochenta realizó Jaime Kuri Aiza (documentalista cultural y científico; su obra más reconocida es El penacho de Moctezuma, plumaria del México antiguo, de 2014).
Son breves retratos que funcionan como ejercicios estéticos en sí mismos, y que con la complicidad de la cámara y un montaje arriesgado concentran a los espectadores en el ejercicio pictórico más íntimo; un delirio de pinceladas, texturas, obsesiones estéticas y caprichos coloristas que acercan estos trabajos al video-arte.
Nos contó Jaime Kuri Aiza sobre estos documentales. También, sobre el ejercicio apasionado que se vivió en aquellos años en el Centro de Producción de Cortometrajes de los Estudios Churubusco.
Hay cuatro cortometrajes tuyos en FilminLatino con motivo del Día Nacional del Cine Mexicano, los hiciste hacia tus 25 años, tanto Tlacotalpan como la trilogía de los pintores, ¿cómo era el Jaime Kuri que realizaba estos trabajos?
Entre muy chavo al Centro de Producción de Cortometraje, me integré al equipo de Carlos Velo y a la vuelta del tiempo ya estaba como director del Centro; en el ínter presente el proyecto de Orozco, mi primera película en 35 mm, con la idea de hacer trilogías. Entonces se estaba desmontando el homenaje nacional a Orozco que se hizo en Bellas Artes; Ernesto Gamboa, promotor de arte mexicano, nos facilitó la obra de caballete y sacamos permisos para producir en Guadalajara. Fue un trabajo intenso; Nicolás Echevarría estuvo al frente de la fotografía. Se agrupó la obra por bloques temáticos de las obsesiones de Orozco. La cámara viaja en puntos de luz, no hay un efecto especial, se hizo con dimmers, prendiendo y apagando luces, y eso dio atmósfera a la obra. No filmas como si fuera un documental didáctico, te atrapan las texturas. La película ganó una mención en la semana de realizadores del Festival de Canes.
En una de las proyecciones de Orozco conocí a Cordelia Urueta, me contó que ella había estado con Alma Reed en Nueva York y que había compartido una exposición con Orozco, muchos años antes de que cualquier pintora mexicana lo hiciera. Me invitó a su estudio, entonces estaba instalada en el abstracto y le obsesionaban los tubos y el óxido. A pesar de que tenía problemas de vista le pedí que pintara y lo hizo. La iluminamos con un reflector de 5000 por detrás y por delante, una situación muy invasiva pero ella participó muy profesional. El documental tuvo éxito en Europa porque hay mayor percepción del arte abstracto, en México no hubo tanto alboroto, decían que era demasiada película para tan mala pintora, unas barbaridades horribles. Sin embargo, con el paso de los años ha sido importante el testimonio Cordelia y haber estado presente en su proceso creativo.
El remate fue el del Doctor Atl, metimos un personaje que se parecía muchísimo a él, José Agut Armer, un refugiado español, utilero de los Estudios Churubusco, un hombre divertido que tenía afinidades con Atl. Se creó una atmósfera de fantasía en un estudio que no existió. Para mi gusto resultó un trabajo menos preciso que los otros y curiosamente fue el que más éxito tuvo, ganó un Ariel, una Diosa de Plata, premios en festivales internacionales.
En los tres casos las obras están acomodadas por temas o texturas y eso le dio la riqueza de acercarse con una óptica estupenda. Ahora sacó Germaine Gómez Haro una crónica en La Jornada Semanal sobre los tres documentales, decía que no pueden tener cuarenta años, eso entusiasma, que el trabajo de uno siga vigente a pesar de los años.
Las texturas y los juegos de cámara son completamente contemporáneos, más cercanos al videoarte…
Eso molestó mucho a los cineastas, decían que no era un documental, que debía haber testimonios a cuadro. Tiempo atrás Paul Leduc hizo un documental sobre una exposición que hubo en el Museo de Arte Moderno sobre Francis Bacon, se llamaba Estudios para un retrato e iba en este camino, entrabas en los cuadros como poder pintar con la cámara, utilizar la pantalla como un lienzo y eso fue lo que me atrajo. No me interesaba lo didáctico, para eso están los libros de historia.
¿Considerarías estos trabajos como cine experimental?
Yo lo pienso como un cine personal, no tiene por qué tener una narración rígida, de hecho de chavo me escapaba de la secundaria para ir al cine y me gustaban las películas que eran libres, como Milagro en Milán de Vittorio de Sica. Esta capacidad surrealista de contar la historia lo veo como una interpretación personal. Eso tampoco fue bien visto en su momento, pero en este caso no son documentales, son cortometrajes que proponen un acercamiento a un artista plástico. Mi trabajo por lo general ha sido así, menos lo que he hecho de ciencia.
Por ejemplo, El penacho de Moctezuma fue un documental científico, basado en una investigación de dos años; en otros que hice con la Academia Mexicana de Ciencias tienes que ser muy claro, ahí estás transmitiendo divulgación científica y tiene sus características. Creo que tiene la misma importancia y puede ser más difícil hacer un documental, no hay toma dos, no puedes tener escrito nada, te dicen: ‘tiene usted una hora y no le quitamos el vidrio’ y a ver cómo le haces con el reflejo. Son retos que no cualquier cineasta se echa el tiro.
Estos cortometrajes los hiciste cuando estabas en el Centro de Producción de Cortometraje de Estudios Churubusco, un espacio importante en los intentos de hacer cine en los años setenta…
Mientras estuvieron Carlos Velo y Bosco Arochi fue un laboratorio experimental. Yo llego en el 75, me habían dicho que había una escuela pero el CCC era un terreno, no se había construido todavía. Caí en el Centro de Producción de Cortometrajes y empecé a chambear ahí. Era un espacio de libertad curioso: las oficinas estaban divididas en dos, en una llamaba la subsecretaría de la Presidencia o Esther Zuno de Echeverría y por el otro lado se hacían documentales con cineastas como Rafael Corkidi, Rubén Gámez, con el tiempo ahí trabajaron Cuarón. Luis Mandoki o el Chivo (Lubezki).
Ahí hicimos producciones con poca gente, había un carácter político militante de izquierda soportado por el gobierno, Rodolfo Echeverría estaba al frente del Banco Cinematográfico y apoyó ciegamente estas películas. Había esta idea de que el gobierno debía de pagar para que hablaran mal de él, una especie de liberación espiritual, lo que generó trabajos muy buenos. Muchos fotógrafos que están por ahí le tienen cariño al centro, ahí se criaron y se nutrieron. Cuando se fue Echeverría sobrevive gracias a las habilidades de Bosco, no sé cómo le hizo, consiguió recursos, empezamos a producir largometrajes porque ya no se podía hacer Conacite y Conacine.
¿Qué te parece ver tus cortometrajes en plataformas como FilminLatino para el ojo de nuevos espectadores?
Me parece fantástico, las nuevas generaciones están buenísimas, gracias a la plataforma yo no me pierdo una película, un corto mexicano, soy admirador de muchos. Las chavas están haciendo cosas fantásticas: fotógrafas, directoras, editoras, escritoras, actrices, actrices que se vuelven directoras; compartir con ellas esta plataforma me encanta. Siempre he sido underground, mi trabajo es una mezcolanza, pero si se revisa a fondo todo tiene más o menos una misma propuesta, un estilo. Un escritor me decía que el oficio se adquiere, del oficio se adquiere el estilo, y el talento se trae.