Danielle y Diego escapan al camino, recorren un país de bosques y valles que los va consolando de sus tristezas. Culminan su viaje en la frontera, que también se convierte en un límite entre las personas que han sido y quienes quisieran ser.
Desde este argumento, Silvana Lázaro construye su ópera prima, Canción de invierno, un road movie musical, meditabundo, en el que se encuentran y concilian los impulsos de la fuga y la reinvención. Y, sobre todo, una energía juvenil que invita a emprender nuestros propios recorridos: los de las carreteras, los de nuestras propias emociones.
Canción de invierno estrena el 3 de agosto en salas del país. Silvana Lázaro nos platicó de esta experiencia fílmica, que también se convirtió en experiencia de vida.
¿Cómo surge esta historia de Danielle y Diego que hacen su viaje hacía Tijuana?
Para graduarme de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM tenía que escribir un guion para mi tesis y en ese momento estaba pasando por un rompimiento amoroso. Me parecía interesante escribir sobre mis propias inquietudes. Un rompimiento amoroso es una situación que le sucede a todo el mundo, pero al mismo tiempo es extremadamente íntimo. Me interesaba construir desde esa idea una película que permitiera contar una historia, pero también permitiera al espectador reflexionar sobre sus propias experiencias.
Fue pensada como un experimento de cine documental y ficción. El guion surgió de manera que pudiera tener una estructura sólida, pero que también permitiera incorporar elementos que fueran surgiendo en el proceso de filmación y que no estuvieran previstos.
La película parte de experiencias personales, pero también del deseo de repensar la manera en que hemos concebido la representación de las mujeres y las masculinidades en el cine.
El road movie ha sido un tema donde están más presentes los hombres que viajan. Hay originalidad en que tu personaje principal sea una mujer.
Me interesaba mucho que fuera un viaje físico, pero también un viaje emocional. De alguna manera establece un paralelismo entre los emociones y los lugares que visitan: la ciudad se retrata como un lugar gris, plano, y al salir se empieza a sentir el sol y cambian los colores. La idea es que fuera una metáfora del viaje interno del personaje de Danielle, que está mucho más desarrollado en términos psicológicos. Entendemos lo que le está pasando a través de sus sueños y recuerdos, eso cambia a medida que viajan.
Me interesaba que el personaje principal fuera femenino y que viviera ciertas cosas desde otra perspectiva. A las mujeres no se nos ha enseñado a explorar nuestra sexualidad y me interesa que Canción de invierno sea un punto de referencia para audiencias jóvenes. Me hubiera gustado tener 16 años y ver una película donde haya una relación entre un hombre y una mujer que no necesariamente sea romántica. Es más bien un viaje para aprender a conocerte a ti misma, a salir de tu zona de confort y aprender a vivir de manera diferente.
El viaje, la amistad y la música eran los tres elementos fundamentales en la película. Esos elementos me parecen la fórmula secreta para aprender a vivir un rompimiento amoroso.
¿Por qué es Tijuana el destino final de Danielle y Diego?
Me interesaba llevarlos al lugar más lejano al que podían llegar. Tijuana es el lugar más lejano desde la Ciudad de México, si vas en auto. También me interesaba conocer el contexto fronterizo. Visualmente, me parece muy interesante la mezcla cultural entre los norteamericanos y los mexicanos. Entonces me interesaba conocer ese lado del país. Al final, siento que muchas de las películas que decido hacer tienen que ver con las cosas que a mí me interesa experimentar. Un proyecto como éste tomó cinco años, entonces tiene que ser algo que valga la pena para ti.
Es un espacio muy libre, los paisajes son espectaculares. Baja California, visualmente, es un lugar impresionante. Cuando hicimos el viaje, le preguntamos a la gente si podíamos filmar en sus espacios y estaba súper emocionada, les gustó mucho colaborar. Nos dijeron que estaban un poco hartos de ver retratados sus lugares como espacios violentos.
Fue tu ópera prima y sabemos que suele ser rodajes heroicos. Quizás no tienen todos los presupuestos consigo y hay que inventar cosas para lograr sus objetivos. ¿Cómo fue ese viaje que hizo el crew que acompañaba la aventura de Danielle y Diego?
Es mi ópera prima, pero no es parte del programa de óperas primas de la ENAC, es una tesis. Entonces, no teníamos el dinero que le dan a las óperas primas en la ENAC. Fue dinero que sacamos de aquí y de allá, de trabajar e ir guardando, un presupuesto 20 veces menor al de una ópera prima del Imcine.
Fue increíble hacer esta película con mis amigas, mujeres que en esa época teníamos entre 23 y 25 años. Teníamos una sed muy grande de querer probarnos a nosotras mismas y descubrir qué significa hacer un largometraje. Nos fuimos acompañando y nos ayudó mucho que nos conocemos. Obviamente, hubo momentos difíciles en el set, pero al final todas compartíamos la misma visión.
Filmamos una parte de la película en la Ciudad de México y otra en Morelos, que no está tan lejos de la ciudad, eso nos permitió desplazarnos sin que fuera muy complicado. En Baja California hicimos un plan muy claro durante el proceso de scouting. Marcamos un trayecto y decidimos qué íbamos a filmar en cada pueblo. Filmamos en Tijuana, pero también en Tecate, Ejido Eréndira y Ensenada.
Nos quedamos en hoteles de muy bajo presupuesto y buscamos opciones de comida locales que no fueran tan complicadas. Al final, fue un crew muy reducido. En los créditos parecen más largos, pero en la Ciudad de México, tuvimos más apoyo y las secuencias más grandes las filmamos ahí. En Baja California solamente estábamos el equipo de fotografía, dirección de arte, sonido, dirección, producción y un asistente de cámara. Éramos un grupo de siete personas, algo casi impensable para un largometraje.
Al final, creo que la película tiene una sensación muy fresca para mí. Se siente juvenil y muy libre, porque todas teníamos esa edad y estábamos pasando por procesos similares. Refleja mucho de nuestra vida en ese momento y también genera energía.
Teníamos roles muy claros y responsabilidades bien definidas por departamento, pero también ese otro lado que es hacer cine con personas que quieres, por eso ha sido genial ver que a todas les ha ido muy bien a partir de Canción de invierno. Ha sido un buen punto de partida para comenzar nuestras carreras.
¿Cómo fue el trabajo con tus actores?
A Ruth Ramos tuve la suerte de conocerla antes de que hiciera la película con Amat Escalante. Hace años hice un cortometraje llamado Crónica marciana, donde ella tiene un rol pequeño. Nos hicimos amigas antes de hacer Canción de invierno.
Cuando escribí la película, al principio mi intención era incluir sólo músicos, porque la música tenía un papel muy importante. Quedaron varios músicos, como Andrés Lupone que interpreta a Diego y el actor que hace de Bruno, que son músicos profesionales. Pero con Ruth, a ella la conocí en el proceso en el que decidió convertirse en actriz. Es alguien con quien fue increíble trabajar, tiene una presencia escénica impresionante y también es una persona muy comprometida. Me cuestiona como directora y le interesa entender la película a un nivel profundo. Nos conocemos tanto que a veces ni siquiera necesitamos hablar. La verdad es que fluyó de manera muy orgánica.
Mientras que Andrés Lupone es un amigo del músico que hizo el score de la película. Le dije: "Estoy buscando a alguien que pueda actuar y que sea músico”. “Mi hijo Andrés ya ha trabajado en otra película, así que tal vez le interese". Hablé con él y confió mucho en mí. Se entregó a la película y nos ayudó a repensar el personaje de Diego.
Además, Andrés tenía la mente muy abierta. Por ejemplo, en la secuencia donde juegan fútbol, yo había escrito que Diego juega fútbol con unos niños. Cuando filmamos la secuencia, íbamos con los niños y ellos empezaron a hacerle preguntas. Le pedí que les contesatara como si fuera Diego. y A partir de esa conversación montamos la secuencia, con preguntas genuinas de los niños. Andrés, que es músico, apoyó a Ruth en las partes de música: le enseñó cómo tocar la guitarra y cómo actuar como músico en el escenario. Y Ruth lo apoyó a él en actuación. Fue una dinámica bonita. Al final, con Ruth, hicimos una dupla maravillosa.
Canción de invierno estrena en agosto. Es una prueba de fuego llevarla a un público amplio. ¿Cuál es tu impresión de este reto que se viene con su estreno?
Es emocionante llegar a las salas. Esta película la hicimos con muy poco presupuesto, y el hecho de que esté en cartelera ya es un logro que todavía no terminamos de creer. Por otro lado, también ha sido un aprendizaje enorme lograr la distribución de la película, ya que no conocíamos este proceso, que es todo un mundo aparte.
Es emocionante ver cómo llega a nuevas audiencias. Es interesante observar cómo la gente se apropia de una historia y la interpreta de diferentes maneras. Hemos tenido la suerte de que muchas personas que la han visto nos han escrito y nos han dado sus impresiones. Es una película que conecta mucho con los jóvenes, que le habla a una generación en la que estamos repensando la forma en que vivimos.
Me gusta que Canción de invierno sea una puerta de entrada para que los jóvenes se interesen por otro tipo de cine. Quería que fuera una película amigable con la audiencia, con un lenguaje audiovisual diferente, momentos contemplativos, experimentales y documentales, pero que cualquier persona pueda ver, entender y disfrutar.
Ha sido un proceso en el que hemos aprendido muchas cosas y espero que la gente pueda sentirlo. Hicimos esta película con mucho cuidado y amor, y espero que conecte con el público.
Canción de invierno (México, 2020). Dirección: Silvana Lázaro. Guion: Silvana Lázaro. Producción: Diana Mata, Silvana Lázaro. Fotografía: Sheila Altamirano. Dirección de arte: Alex Leos y Constanza Martínez. Diseño sonoro: Isabel Barajas. Sonido: Sebastián del Valle. Reparto: Ruth Ramos, Andrés Lupone Ojeda, Marisol Cal y Mayor.