Aguacuario, cortometraje independiente, es un coming of age con humor y nostalgia, un ejercicio de luz, azules y amarillos insolentes, que también se propone como una mirada que reconstruye la imagen de una ciudad lastimada, y que desde esta pequeña historia recupera alegría y una juguetona dignidad.
Aguacuario se estrenó en el 19 ficmonterrey y también participó en el Chicago International Children Film Festival. Ahora se presentará en la edición 74 del Festival Internacional de Cine de Berlín, en su sección Generation Kplus.
Platicamos con José Eduardo Castilla sobre la creación de este corto, que ya empieza a lanzar su pregón en las salas de cine: “¡Aguacuario! ¡Aguacuario!”
Según entiendo eres de Puebla pero tu familia es de Coatzacoalcos y por ahí viene el germen de la historia. ¿Cómo escribes este guión?
El corto está inspirado en una purificadora de agua que tenía mi abuelo en Coatzacoalcos, Veracruz, en la colonia Del Tesoro. Mi familia materna es de Coatzacoalcos, en mi infancia estuve en esta purificadora, que era el negocio familiar. Ahí los primos, mis hermanos, a todo mundo nos tocó repartir agua. Cerró en 2012, cuando Coatzacoalcos se puso pesado. Los recuerdos más lindos de mi infancia ocurrieron ahí.
No es un corto autobiográfico, pero sí recupera ciertas cosas, como tres lugares presentes en mis recuerdos: el parque con escaleras cercano a la casa de mis abuelos, el malecón y la playa. Vinzent y Alan están inspirados en mis primos. También quise honrar a mis abuelos. Cuando entendí que el cine tiene el poder de inmortalizar a alguien me volví loco, pensé: “Esto va a pasar con mis abuelos” y desde ahí escribí. Incluso ellos tienen sus cameos, cuando se habla de los colores: el señor de la videocámara es mi abuelo y la señora del vestido es mi abuela.
Imagino a Coatzacoalcos como una ciudad de colores pardos, el río con aceite y petróleo, una ciudad petrolera y oscura. Pero Aguacuario tiene sol y color, incluso destaca cuando Viviana dice que los colores son bonitos y el blanco y negro es aburrido. Eso es una declaración estética: remueves cierta idea que tenemos de esta ciudad.
Yo le decía al fotógrafo y al sonidista que quería retratar a Coatzacoalcos como la recordaba, después descubrí que cuando uno recuerda, embellece las cosas y pasó eso. Yo conocía el lugar más hermoso del mundo y me topé con otra cosa, pero así quisimos retratar el lugar.
Empezamos a buscar los pocos colores que le quedan a Coatzacoalcos. Lo que me ha parecido lindo, es que la gente de Coatzacoalcos que vio la película en el malecón, me decían: “Güey, qué bonito retrataste nuestra ciudad“. Creo que la gente de Coatzacoalcos está muy cansada de que lo único que se habla es de lo culero que está pasando; les parece lindo cómo se retrató, porque es en esencia lo que ellos sienten por esa ciudad.
Tus actores, Hugo Benítez y Marsell Moreno, ¿cómo diste con ellos y después cómo trabajaron sus personajes?
Yo quería que los actores fueran de Coatzacoalcos. Allá no hay escuelas de actuación, entonces entre mi abuelo y yo sacamos una convocatoria en la zona y hubo una recepción muy chida. Llegaron unas treinta niñas, diez niños y cinco chavos más grandes, para el personaje de Alan. Fue el primer corto que dirigí, entonces también fue un proceso en el que yo aprendí un montón.
Cuando conocí a Marsell y Hugo, desde el inicio supe que serían estos niños, los junté y lo hicieron súper chido. Cuando los seleccionamos, trabajamos 2 ó 3 semanas con ellos. El guion lo reescribí como un cuento y desde ahí planteé ciertas ideas para ellos. Fuimos a las locaciones, hubo una reescritura muy cañona de los diálogos; incluso varios momentos que me gustan del corto son los que ellos improvisaron.
Al inicio, mi asistente de dirección estaba todo el tiempo grabándolos, para que sintieran la cámara y no les importara en el rodaje. La dinámica entre ellos es el alma del cortito. Y siguieron siendo amigos; ahora que ya son adolescentes se distanciaron un poco, pero hubo un tiempo que me mandaban fotos de que se encontraban en el súper.
En el caso de Alan, habíamos conseguido a un actor de Coatzacoalcos, pero cuatro días antes del rodaje le dio covid. En Instagram encontré a Claudio Jurado, que lo conocí en una fiesta. Le escribí y le dije: “Esto va a sonar rarísimo, pero, ¿no te gustaría venir a Coatzacoalcos a grabar un corto?” Dijo que sí y lo trajimos. Es el único de la Ciudad de México y lo hizo muy bien. Me daba un poco de pena que lo tuve cuatro días cargando garrafones, pero estuvo muy bien.
¿Cómo levantaste este cortometraje, que es casi en su totalidad una producción independiente?
Lo empezamos a levantar entre mi abuelo y yo. De hecho él está acreditado como gerente de locaciones y gerente de producción. Él me estuvo llevando a las locaciones, fuimos con los de cultura, a los periódicos. Y al mismo tiempo estuve retrabajando el guión, varios maestros me asesoraron. Después se sumó gente. La productora es una compañera de mi generación, entró un mes antes de filmar; también me apoyaron conocidos de Puebla y compañeros del CCC. Mi abuelo me prestó dinero, también mi papá y mi tío. Y fue un corto que hicimos entre trece personas, nadie cobró nada, hasta la señora de la fondita nos hizo de comer cobrándonos lo mínimo.
La Secretaria de Cultura de Coatzacoalcos nos ayudó con cerrar un par de calles, nos pusieron a un jefe de tránsito, el oficial Bandala, que la neta se rifó. Él nada más tenía que estar ciertas horas y se quedó con nosotros todo el tiempo.
El fotógrafo, César Salgado, fue mi maestro de cine en Puebla. Él fue quien me empezó a meter al cine. Cuando le pedí que me asesorara con el corto, me dijo que me podía ayudar fotografiándolo. Terminó poniendo cámara, lentes, todo con lo que filmamos.
Con la postproducción, encontramos gente que nos ayudaba, porque no teníamos dinero. Ahí entró el CCC, les dije: “en la pandemia hice este cortito, apóyenme con la sala de corrección de color y con sonido”. Y me ayudaron a terminarlo. Después, me asesoraron un montón con los festivales. Este proyecto no hubiera podido hacerse si no fuera por un chingo de gente que nos estuvo apoyando.
¿Qué te parece la oportunidad de presentar en Generation KPlus de la Berlinale?
Vieron el corto en el Festival Internacional de Cine Infantil de Chicago. Cuando me escribieron en diciembre pensé que era una estafa, después entendí que era cierto y estaba muy emocionado. En enero qué se anunció no me lo podía creer. La primera persona que le conté fue a mi abuelo y empezó a llorar. Estaba súper orgulloso y fue muy motivador, no sólo para mí, sino para todos.
De las experiencias más lindas que he tenido en mi vida fue en el ficmonterrey, donde lo estrenamos. En la sala había varios niños, y cuando los personajes estaban en en el malecón gritando “Aguacuario”, los niños empezaron a gritar también. Fue bonito ver cómo está llegando a la gente. Me hizo darme cuenta que todo el esfuerzo valió la pena. Y cuando sale la oportunidad de Berlín, creo que le va a abrir chances para verse en otros lados. Me motiva un montón y me alegra que esté conectando con la gente. Es lo que más me alegra de todo esto.
Aguacuario (México, 2023). Dirección y guion: JoséEduardo Castilla. Dirección: Carolina Maciel del Pino. Fotografía: César Salgado. Edición: Julio Rubio. Música: Fer Rubio. Mezcla de sonido: Luis Aztek Hernández. Diseño de sonido: Francisco Javier Gómez Guevara. Diseño de producción: Erika Nuñez. Director de arte: Gerardo García León. Asistente de dirección: Daniel Carrera Pasternac. Coordinación de producción: Tomassa Vásquez. Jefe de producción: Daniel Ponce San Román.