‘la tierra los altares’ de Sofía Peypoch: lo sensorial de la violencia

Sofía es secuestrada en la carretera. Apenas un mes después del incidente, regresa al lugar donde la levantaron y con su cámara registra los espacios donde estuvo aquella noche. El ejercicio tiene un primer propósito terapéutico, enfrentar el evento traumático e intentar la sanación. Pero Sofía es artista audiovisual y va más allá: desde sus recuerdos y sensaciones propone una nueva arista sobre las desapariciones. Desde lo subjetivo y lo sensorial convoca a secretos y fantasmas que permanecen en la tierra. 

En la tierra los altares de Sofía Peypoch hay un ejercicio audiovisual que parte de lo subjetivo y de ahí se extiende a la comunicacion de los desaparecidos, y genera una reflexión de orden simbólico que complementa aquella otra, tan necesaria, de la denuncia. Los bosques y los páramos como nuevos espacios de presencias que ya no existen en las calles o los hogares, anónimos altares de tierra donde cada hueso rescatado es una presencia. 

Arqueología sobre la violencia, archivo de la memoria, la tierra los altares forma parte de la sección Ahora México de Ficunam 14. Platicamos con Sofía sobre esta experiencia, que derivó en una pieza introspectiva sobre la violencia y las presencias que le sobreviven.

 

 

la tierra los altares,  Dir. Sofía Peypoch

Entiendo que vives un momento muy sensible, cuando eres secuestrada. Después vas a este lugar y creas un audiovisual ¿por qué regresar? 

Esto fue hace cuatro años, regresé al sitio veinte días después de que pasó. Cuando regresé, yo no sabía que iba a hacer una película. No pude estar en el lugar donde me llevaron, pero sí fui al lugar donde me levantaron, lo cual también era complejo de procesar. Todo estaba muy vivo. Todo lo entiendo desde la cámara, entonces fue súper natural grabarlo todo. Eso se siente en esa parte de la peli, que estoy atravesada por ese lugar, más que yo esté atravesando el lugar. 

Había una parte de mí que había procesado algunas cosas, pero de todas maneras veía el material y sentía que no estaba terminado. El año antepasado decidí hacer una película con esto, que pudiera encontrar el cauce hacia lo colectivo. No podía quedarse sólo en mí, tenía que transmutar. Ahí empecé a articular la experiencia desde la tierra, todo jalaba hacia ahí.

 

Hay un desdoblamiento interesante: por un lado está la persona que vivió estos sucesos; por otro, quien registra y trata de darle algún sentido al material. Ocurre que es la misma persona. Sofía vivió algo y Sofía, que además es artista visual, con un aprendizaje y una disciplina, recrea y produce. ¿Cómo se apropia la artista de esta historia que vivió la víctima? 

Yo quería mantener a la persona que lo había vivido como sensaciones, emociones, pensamientos, procesos. Quería que eso se sintiera en la película, que fuera su parte vivencial. Por otro lado estaba esta parte de mí, la persona que hace una película, que reflexiona, articula, que está tratando de trazar hilos, más allá de su experiencia. 

Un consejo que me dieron fue que pensara a Sofía como un personaje. A partir de ahí entendí que tenía que hablar en tercera persona de la Sofía de ese momento  y darle voz. Y la parte de mí que reflexiona a posteriori lo hacía con subtítulos que cobraron diferentes tonos, porque algunos van claramente hacia la reflexión y otros más son como diario, abstraer la experiencia hacia la poesía.

 

En la tierra los altares hay momentos muy sensoriales: hablas de la tierra, de los párpados, de lo que miras o no miras. De ahí te mueves a un territorio de ideas: es una progresión entre la persona que vivió un secuestro, a la persona que lo piensa y llega a reflexiones importantes, en la segunda parte de la película. 

Vas avanzando hacia las ideas, pero a la vez, la película no es lineal; evidentemente traza un tiempo, pero todo el tiempo se están sobrescribiendo las experiencias: hay un momento en el que estoy narrando algo y de repente es más reflexivo y sigue algo poético, y regresa la experiencia sensorial... Todo el tiempo la peli está diciendo: no hay una sola manera de vivir esta experiencia. Y generas esas capas te permite acercarte a esa violencia desde un espacio no binario. No es de agresor y violentado, sino que se teje un mundo más complejo.

 

Abordas el tema de los huesos de las personas desaparecidas y esto te lleva a una entrevista con dos personas que trabajan en la arqueología forense. ¿Por qué derivaste hacia ellos? 

Esa noche para mí detonó muchas cosas. Después acudí a una búsqueda en la que era solidaria. Nos dieron un taller de anatomía comparada, donde te explicaban cómo debes proceder cuando encuentras huesos, para identificar qué es de humano y qué no. 

Para mí era muy extraño estar ante un hueso. Además, es hueso de un animal, porque no te pueden enseñar con huesos humanos. Y piensas que tienes que aprender a leerlo y que hay un montón de información que registras para buscar a alguien. Fue algo que debía abordar cuanto decidí hacer la película. Tenía que hablar de los huesos porque a mí me había cambiado mi percepción: ir viendo los huesos, tratarlos como si estuviéramos ante huesos humanos, darles esa atención, ese cuidado, irlos individualizando. Hay una lectura de los huesos que son personas, y te regresa a tu propio cuerpo.

 

Me gusta que tu entrevista con los forenses también se plantea desde lo vivencial. Es interesante, por ejemplo, el testimonio que de Karla Rodríguez cuando compara los huesos encontrados en los años cuarenta, que quizás no significaba gran cosa, y cómo ahora tienen un valor casi sagrado. Y de ahí el nombre de la película, la tierra los altares

Yo tomé este taller y después conecté mucho con Karla. Cuando decidí agregar a la peli el tema de los huesos la invité a ella y a Alfonso [González Chamorro]. Tienen sensibilidades distintas, porque la manera de conectar de Alfonso es desde su práctica de antropólogo, y Carla es una mujer brillante, pero también con una gran sensibilidad. Quería llevar la conversacion con ellos  hacia los huesos desde una parte muy analítica, y la conversación se fue encauzando hacia cómo les afecta personalmente esta actividad. Fue muy bonito porque solos llegaron a reflexiones bellísimas. Para mí es de lo más bonito de la película.

 

Tótem, documental de la Unidad de Montaje Dialéctico también sobre desaparecidos, propone que los páramos solitarios donde encuentras los huesos están creando un nuevo pacto social. Cuando tú hablas de la tierra y los altares, sugieres que los desaparecidos alcanzan niveles simbólicos, que piden otra reflexión. Aquella película y la tuya buscan otras vía para tratar de explicar esta violencia, estas desapariciones, y qué nos pasa a nosotros con ella. 

Cuando vi Tótem pensé que sería un sueño proyectar esta película junto con la tierra los altares; aunque tienen líneas distintas, también encontré muchos espejos. Tótem es similar cuando dice que normalmente un tótem es algo que se yergue vertical y aquí se volvía un plano horizontal, con todo lo que está debajo de la Tierra. 

Para mí es pensar en altares: estas presencias, estas personas, estos huesos, la tierra los está guardando, y también quiere que salgan a la superficie. Este espacio se vuelve sagrado. En toda esta materia orgánica y esta memoria viva también están las piezas de barro que muestro en la peli, una memoria ancestral que forman parte de un altar, que a la vez está siendo construido por todas las cosas que están atravesando al país. 

 

¿Qué crees que le aporta la tierra los altares al tema de las desapariciones en México?

No es una peli de denuncia social. Por la situación que viví, por la manera en la que la experimenté, me hace más sentido lo sensorial, lo subjetivo, la oportunidad de individualizar algo que se ha vuelto tan generalizado, que se olvida lo que cada persona vive. Hay cosas que sólo las puedes recuperar desde el cine. Yo parto de mi experiencia para recuperar algo, pero que no se recupere sólo para mí. Estoy generando esta idea de tantas historias tan diferentes que escuché en el proceso de investigación, sería loquísimo querer abarcarlo todo en una película, querer contener el tema de la violencia en México en una sola historia. 

 

Es una película difícil, no solamente por el tema, también por su elaboración. ¿Con qué te gustaría que se quedaran las audiencias?

Se estrenó en Lisboa, ahí me di cuenta que cada quien se quedaba con algo diferente, cada quien conecta con distintas cosas. Me gustaría que cuando la vean tengan esta sensación de recibir, de no querer entender, porque a pesar de que hay mucha reflexión, no hay una intención de entender, sino más bien de soltar y permitir que esas capas se sobreescriban y sea una experiencia de conectar con lo que quieras conectar. Hay un proceso interesante, en donde si pones atención resignificas todo a partir de la siguiente secuencia. Creo que podrían quedarse en que no todo está perdido, que hay luz en la noche también.

 

La tierra los altares (México, 2023). Dirección: Sofía Peyoch. Guion: Sofia Peypoch. Fotografía: Sofía Peypoch. Edición: Sofía Peypoch, Clemente Castor. Sonido: Yamir Perea, Francisco Gómez Guevara. Compañía productora: Centro de Capacitación Cinematográfica. Con la participación de: Karla Fernanda Rodríguez Rodríguez y Alfonso Miguel González Chamorro.