‘Tlalocan. Bajo la ciudad de los dioses’, de Carlos R. Montes de Oca Rojo: el inframundo de Mesoamérica

Valle de Teotihuacan. Una lluvia que parece haber enviado Tláloc (como quisiera ayudarnos a descubrir algo) arrecia sobre las pirámides. Una de ellas tiene riesgos de deterioro: el Tempo de la Serpiente Emplumada. El arqueólogo Sergio Gómez Chávez y su equipo planean protegerla con un sistema de desagüe. En plena tarea, descubren un pozo que parece infinito. Quizá lo sea: desde ahí se sumergen en 1,800 años de historia. Al final encuentran un espacio ritual, que acaso ilumine el entramado de relaciones espirituales, artísticas, comerciales, de todo Mesoamérica. Bienvenidos a Tlalocan.

Tlalocan. Bajo la ciudad de los dioses es el documental de Carlos R. Montes de Oca Rojo que hace un registro detallado de las excavaciones que realizaron durante casi dos décadas el arqueólogo Sergio Gómez Chávez y su equipo del INAH en el inframundo teotihuacano. Viaje extenuante que lleva a uno de los descubrimientos más asombrosos de la arqueología mexicana contemporánea. El templo subterráneo de Tlalocan podría semejar un eslabón perdido, que relaciona a la misteriosa ciudad de Teotihuacan con el resto del continente. 

Pero también, Tlalocan reconoce la actualidad del misticismo teotihuacano en la población actual del valle, los habitantes de San Sebastián Xolalpa, que con sus fiestas patronales parecen mantener los rituales que ocurrían bajo el templo. El pasado milenario, el presente vibrante, parecen fundirse en una aventura que va de la arqueología a la antropología, y llega a rozar la magia. 

“A mí me gusta decir que este proyecto empezó hace 1800 años, cuando los teotihuacanos cerraron el túnel”. dice Carlos R. Montes de Oca Rojo, director del documental. “Yo nada más estuve los últimos doce años. Esta historia y su magia lleva mucho tiempo gestándose”.

 

Tlalocan. Bajo la ciudad de los dioses, dir. Carlos R. Montes de Oca Rojo 

El arqueólogo Sergio Gómez Chávez encuentra el túnel que lo acaba llevando a este templo hacia 2003. ¿En qué momento entras en esta historia?

Nosotros nos incorporamos en 2012. El primer material lo registró Pastor Ojeda, productor del INAH. Él nos dio un par de llamados: cuando llegamos entendimos que había algo extraordinario para documentar. 

Debo confesar que además, para mí de niño la ciudad de Teotihuacán me era muy atractiva, siempre he disfrutado del patrimonio arqueológico. Cuando nos damos cuenta que estamos en un templo debajo de una pirámide, encontramos mucha magia en el proyecto. Además, podíamos hacerlo como queríamos. No había presiones, ni compromisos comerciales; no había más que el interés de hacer una película como queríamos.

 

La noticia en sí misma es asombrosa: en Teotihuacán se descubre un espacio ritual subterráneo, fundamental para entender la cultura mesoamericana. Un cineasta registra esta noticia, pero también pone algo de su visión del mundo. ¿Cómo haces una película sobre este tema que también sea una buena pieza cinematográfica?

Casi todas las producciones de los grandes estudios tienden a trivializar las culturas prehispánicas, les dan un tratamiento de pueblos salvajes que fueron conquistados. Y para nosotros, la cultura teotihuacana es una de las grandes maravillas de la humanidad. Estamos frente a una civilización tan compleja como la griega o la romana. Ahí surge un compromiso de hacer algo que evoque y también informe, porque para nosotros el rigor científico fue muy importante.

 El arqueólogo nos dio absoluta libertad creativa, siempre y cuando mantuviéramos el rigor de su investigación. En la medida que entendimos el lenguaje de la arqueología empezamos a elaborar esta relación que tiene la cultura teotihuacana con la naturaleza, donde el sol, la lluvia, el aire, rigen la vida. No podíamos presentar esto solamente desde la perspectiva de la arqueología, debíamos mostrar la magia prehispánica, la visión profunda de la naturaleza. 

También conocimos a los trabajadores del túnel, habitantes del valle de Teotihuacan, y fue casi tan espectacular como el patrimonio que había abajo. El valle sigue siendo un santuario, un espacio de religiosidad profunda, donde lo sagrado sigue debajo de los ritos coloniales. Los trabajadores nos invitaban a sus fiestas patronales, la fiesta de San Sebastián Xolalpa, había tradiciones llenas de colores, danzas, sonidos, y una convivencia que ya no se ve. Uno como ser urbano no imagina la conexión que sigue teniendo la gente con los ciclos agrícolas y la supervivencia. Eso también fue mágico: en el mundo moderno, a media hora de la Ciudad de México, eso no se había extinguido. 

Por eso hicimos este trazo, entre la investigación científica y los trabajadores y sus fiestas. La gente de las comunidades es generosa, varios siguen siendo amigos entrañables, vienen a la Ciudad de México y pasan por la casa. Fue una experiencia inusual, creo que así no se hacen así las películas.

 

Además de documentar el descubrimiento de este templo, haces una película sobre el  oficio de la arqueología. Muestras cómo se realiza esta ingeniería arqueológica, desde que abren la ruta, hasta que reconocen piezas y las restauran. 

El trabajo arqueológico es muy cercano a un esfuerzo industrial, pero milimétrico. Controlan centímetro a centímetro, identifican las sustancias, los restos: algo que para nosotros podría ser insignificante puede transformar la investigación. Es como si una mina llevara un registro ministerial de cada centímetro que se escarba. Es un trabajo lento y nosotros debimos adecuarnos a esos procesos. Fue nuestro reto más importante, acoplarnos a los tiempos de la arqueología y no a los de la cinematografía. Pero con mis productores apostamos por un proyecto a largo plazo: decidimos terminar la película cuando hubiera conclusiones académicas aprobadas por el arqueólogo. 

Entender el proceso de investigación requirió muchas lecturas y mucha asesoría con el arqueólogo, ahí me di cuenta que casi cualquier proyecto de investigación de alguien que le ha dedicado veinte años de su vida, puede resultar en una película extraordinaria. 

El arqueólogo Sergio Gómez Chávez tiene un enorme compromiso con el resguardo del patrimonio. Es investigador invitado de la Sorbona y de Aichi en Japón, que le da financiamiento para sus proyectos de investigación. Narrar su proceso de investigación deja ver que la arqueología no es nada más quitarle tierra a las piezas, tiene mucho más: es un trabajo de ingeniería, químico y físico. 

 

Tlalocan. Bajo la ciudad de los dioses, dir. Carlos R. Montes de Oca Rojo 

 

Hay una decena de arqueólogos trabajando en un túnel, se agrega al menos una persona con una cámara, en un lugar difícil para filmar. ¿Cómo era este trabajo de acompañarlos? 

Fue extenuante, extremo. El túnel es un lugar húmedo, con temperaturas elevadas. La tierra se vuelve resbalosa y no puedes pisar donde quieras. Hay tablones que marcan el camino, porque si bajas un pie estás pisando el área de investigación. Había que tener equilibrio, bajabas y estabas ahí casi cinco horas, fue muy complejo y hasta podría decir que coreográfico. Fue un crew reducido. Iba yo como operador de cámara, una persona me ayudaba con la iluminación, alguien con el sonido y hasta ahí. Los trabajadores fueron nuestros gaffers y nuestro staff. Ellos, al ser teotihuacanos, sentían mucho orgullo de participar. Querían que su comunidad lo viera rescatando este tesoro, por eso nos ayudaban. Había interés en lucirse, porque es extraordinario lo que hacían.

Era complicado con las cámaras. Tuvimos que encontrar un modelo que tuviera algún tipo de blindaje para proteger las baterías, lo cual las hacía más pesadas. Destinamos un tripié específico para el túnel, sabíamos que se iba a destruir. Era meterlo al lodo, que estuviera enterrado 20 cm; aún lo tenemos guardado con mucho cariño. 

El túnel un lugar de riesgo y esa fue parte de la premisa con la que trabajamos: debemos mostrar este espacio al resto de los mexicanos, porque nunca van a poder entrar aquí. Es un espacio que nunca será habilitado para tours, hay riesgo de derrumbe, de que haya una modificación estructural y afecte a la pirámide. 

Fue nuestra historia tipo Indiana Jones: tuvimos la oportunidad de vivir nuestra aventura arqueológica. Fuimos al mundo de los muertos y salimos vivos, eso fue maravilloso.

 

Además, dejas un documento que tiene la misma importancia de los registros de Eduardo Matos Moctezuma en el Templo Mayor, o las expediciones de Manuel Gamio en Yucatán. Tlalocan es un material valioso para hablar de la cultura teotihuacana. 

El cine arqueológico mexicano tiene una tradición muy fuerte, hay materiales en la filmoteca del INAH, en la Fototeca Nacional sobre las investigaciones de los años sesenta y setenta, era material que se presentaba en los noticieros cinematográficos. Hubo una tradición importante de cine arqueológico,  pero se dejó de hacer. Y esta película implicó un nuevo modelo de participación: una coproducción con el INAH, para tener acceso a la zona arqueológica, que también tuvo que autorizar la información. Eso los agradecí mucho, porque me aseguró el rigor científico. Tlalocan ha tenido aceptación en la comunidad del cine científico, hemos ganado premios, y eso es importante para mí, porque siento que México los documentales se han vuelto más ensayos personales que documentales.

 Para mí el documental contemporáneo acabó con el rigor científico. En el resto del mundo siempre se hacen vínculos con instituciones, un cineasta apoya un proceso de investigación, o a una ONG. Eso ha producido grandes documentales. En México, el género se ha convertido más en un ensayo interior, y hay obras maravillosas, la poética del cine documental en México está en un nivel extraordinario; sin embargo el rigor científico se perdió. Finalmente, el cine documental también es parte de las ciencias sociales, tienen hermanados los procesos metodológicos. No hay mucha diferencia entre elaborar un proyecto de investigación, una tesis, o hacer un documental.

 

Hacia el final de Tlalocan, el arqueólogo Sergio Gómez habla de temas pendientes en la investigación, derivadas de la complejidad de los hallazgos. Terminó un proceso, pero sigue habiendo un trabajo de interpretación importante. ¿Eso daría pie a un “Tlalocan 2”? ¿De qué tendría que tratar esa secuela? 

Sería la exposición del patrimonio arqueológico recuperado en el túnel en el Museo Nacional de Antropología. Una exhibición de estas piezas es una producción compleja a nivel institucional, un diseño del discurso museográfico. Para mí eso sería “Tlalocan 2”: la exhibición pública de esta riqueza. Mirar estas piezas iluminadas y montadas, mostrar cómo se encontraron y sus procesos de investigación, conservación y restauración.

La gente se maravillaría y además quedaría más claro el discurso del arqueólogo Gómez Chávez. Siempre nos vendieron la idea de que los pueblos indígenas eran tribus no conectadas, pero la información recuperada en el túnel muestra una sociedad con vínculos económicos globales. No hemos terminado de entender cómo funcionaba este mundo prehispánico; tenemos referencias de su economía, de su patrimonio artístico, pero no tenemos la cultura viva. La conquista fue un genocidio con el que perdimos una riqueza cultural extraordinaria, no alcanzamos a ver la grandeza de los pueblos originales de América: sus conexiones, los dioses compartidos, la cosmovisión común.

 

Tlalocan, bajo la ciudad de los dioses (México, 2022). Dirección, cinefotografía y guion: Carlos R. Montes de Oca. Producción ejecutiva: Mariana Lizárraga Rodríguez. Producción: Juan Mora. Producción en línea: Jorge Prior. Edición: Carlos Montes de Oca y José Miguel Vera. Postproducción: Joakim Ziegler. Diseño sonoro: Enrique Ojeda. Música original: Andrés Sánchez Maher, Gus Reyes, Eduardo VC. Participan: Arqueólogo Sergio Gómez Chávez (INAH), comunidad y mayordomías del Valle de Teotihuacán.