Con Todo el silencio, Diego del Río crea una ópera prima que mantiene resonancias de su otra pasión, el teatro. Junto con su actriz principal, Adriana Llabrés, realizan un ejercicio sobre la comunicación, el sonido y la discapacidad que deviene reconocimiento personal. Todo el silencio es una película que investiga, no nada más el duelo, sino la pregunta de qué es la identidad, el proceso de identificarse con algo,
Todo el silencio, además, convoca a la comunidad sorda de México, quienes acaso encuentren en esta película un emblema de representación e inclusión en los relatos que les atañen.
Todo el silencio tendrá su estreno en plataformas a partir del 14 de junio. Además, tendrá una corrida en salas mexicanas. Platicamos con Diego del Río de este ejercicio en el que sordera, teatro e identidad se entrelazan y proponen formas nuevas de rehabitar un mundo de sonidos y silencios.
¿Cómo surgió la historia de Todo el silencio?
Nace de la colaboración con Adriana Llabrés, protagonista de la película. Hemos hecho seis obras de teatro juntos y hay una, de hace casi diez años, que se llamaba Tribus, donde explorábamos el tema de la sordera. Entonces supe que Adriana padecía otosclerosis y hablábamos mucho sobre su relación con el sonido. Luis Salinas vio la obra de teatro y lanzó la idea de que yo debería dirigir cine. Nos reencontramos cuando hacíamos con Adriana La gaviota, y quiso que formalizaramos la propuesta. Entonces convocamos a Lucía Carreras e hicimos un guion que pasó por varios procesos. Al final llegamos a Todo el silencio, que explora la otoesclerosis pero en un nivel muy diferente al que Adriana lo padece. Es la semilla que detona el viaje de Miriam, junto con la representación de la cultura sorda.
Sobre tu personaje Miriam, ¿Hasta qué punto retomaron la experiencia de Adriana para crearlo?
No es biográfico, finalmente es una ficción en la que nosotros decidimos que el personaje fuera HOPAS, que es hija oyente de padres sordos. Adriana tiene este padecimiento pero en un nivel menor. Pero ella nos dio la motivación para mirar la condición de la sordera desde un punto de vista cercano. Descubrimos la diversidad del universo de la audición. Nos interesaba la idea de la identidad y de la lengua materna. Las personas que nacen oyentes pero con padres sordos, su primera lengua es la lengua de señas. Su identidad está puesta en este puente entre oyentes y sordos. Incluso, muchos intérpretes de lengua de señas son HOPAS. Esta condición pone en jaque la identidad del personaje sobre su lugar en la sociedad y su familia. Cuando se enfrenta a su propia pérdida, entra en un cuestionamiento en el que debe replantear todo lo que es.
La película no acompaña solamente el duelo, la negación y la resignación de Miriam. Tampoco vemos cómo se resuelve. Eso le toca imaginarlo al espectador. Pero nos parecía interesante pensar en cómo cambia la identidad, cómo una nueva condición progresivamente transforma la percepción de la realidad, te vas replanteando quién eres y parece que estás hablando de dos personas diferentes.
Eres una persona de teatro que ahora explora el cine, pero en Todo el silencio también hay elementos teatrales. ¿Cómo fue jugar con estos formatos? Y además, con la lengua de señas.
La lengua de señas tiene una expresividad muy teatral. Es una lengua corporal que se parece mucho al ejercicio expresivo del actor, sobre todo en el escenario. Y el teatro es el lugar donde me he desarrollado estos años, y todos y todas eran actrices con las que había trabajado antes, excepto Moisés Melchor, que conocimos en un casting. La película también es un homenaje al teatro, que es donde Miriam se desarrolla, y donde nos desarrollamos Adriana y yo. No va de eso la película pero sí aparece como escenario. Hay incluso una disertación de qué es el teatro, cuando un personaje sordo profundo le dice a Miriam que el teatro es mucho más que la palabra escrita. De alguna manera utiliza la metáfora del teatro para hablar de la lengua que la película plantea.
Cómo trabajaste el sonido en la película, junto con Miguel Hernández y Mario Martínez Cobos.
Antes de trabajar con Miguel y Mario hice pequeñas maquetas con Samuel Kishi y Perlis López. Hicimos edición desde la filmación, con ejercicios de imaginación del sonido. Cuando llegué con Miguel y Mario, les presenté el corte con esta maqueta rudimentaria y desde ahí empezamos una investigación más rica. Miguel grabó los sonidos de manera analógica, como la escena donde Miriam va perdiendo la percepción, que pone un LP y pone su mano en la bocina. Él puso un micrófono pegado a un garrafón de agua, de ahí la salida de la música; luego, a la grabación la pasó por otro tratamiento desde el mismo garrafón de agua y así siete veces, de tal suerte que el sonido se iba deslavando. Fue una investigación donde yo tenía la sensación de que estábamos componiendo música. Era componer el sonido en el set y después componer sobre la imagen las reacciones de Adriana, componer sobre sobre su mirada, siempre con el enfoque de cómo lo percibe el cuerpo.
En Todo el silencio Adriana Llabrés da un salto cualitativo con respecto a actuaciones anteriores en el cine. ¿Cómo trabajaron para sacar adelante el personaje de Miriam?
Cuando empezamos el proyecto llegó la pandemia y ella se enfocó en elevar su nivel de lengua de señas mexicana, porque el personaje debía tener fluidez y soltura. Eso implicó para ella un trabajo de un año y medio, muy enfocada en aprender esta lengua de manera muy profunda. Después empezamos un proceso de ensayo muy creativo, imaginando cómo expresar la progresión de disminución del oído, no solamente con reacciones, sino con experiencias sensoriales en relación con la cámara. Por ejemplo, la secuencia donde, después de que recibe el diagnóstico, va caminando. Le pedí que probara a golpearse, con la idea de querer sacarse sonido, como si fuera una bocina vieja que le pegas para ver si se compone. Trabajamos el elemento de la percepción y la frustración con ese tipo de expresiones, que a lo mejor con otra actriz hubiera requerido más tiempo de explicación.
Fue un proceso de mucho aprendizaje y gozo. Estoy muy orgulloso del trabajo que ella hizo. Creo que tener una cómplice tan entregada vuelve muy sencillo el trabajo.
Todo el silencio es tu ópera prima, ¿cómo fue para ti la transición de las tablas al set y la cámara?
Como no estudié cine, Todo el silencio fue mi escuela, el espacio para investigar qué es la cámara, cómo funciona, y para pensar el sonido en el cine, cómo la construcción sonora puede redimensionar la escena. Me apoyé muchísimo en la colaboración con mi fotógrafo, Octavio Arauz, que fue maravillosa la sinergia. Desde el inicio le planteé esta contundencia visual en los planos secuencias, porque sentía que eso me iba a dar mucha seguridad, entrar en lo que a mí me gusta de la ficción, que es ver el aliento continuado de la actuación. Estábamos haciendo una especie de coreografía orquestada, que se parecía mucho al proceso de ensayar una obra de teatro. En el momento de la edición es donde el cine se distancia del teatro, porque el teatro es efímero, está naciendo y está muriendo; la película tiene una realización técnica que es perfectible cada vez, está llena de capas. El proceso con Miguel, Samuel Kishi y Perlis López me hacía sentir como niño con juguete nuevo.
El cine contemporáneo le apuesta mucho al plano secuencia, algo parecido al teatro. Buscan estos elementos de registrar la experiencia verdadera, como si la cámara fuera testigo de lo que pasa. Todo el silencio coincide en estas ideas.
Incluso tuve una reflexión acerca de la película: me daba cuenta que algunas de las experiencias que más me conmueven como espectador, son las que tienen la distancia más corta entre audiencia y el personaje. Y tiene que ver con esto, con el aliento continuado de la actuación, con entender que finalmente el cine es un armado, un artificio, pero lo que nos conmueve es la emoción del actor, la sensación que construye con su cuerpo. Yo quería, como en el teatro, que eso se sintiera lo más cercano posible. Y también porque es donde me siento más cómodo, en el trabajo con los actores, que es lo que comparten el teatro del cine.
¿La comunidad sorda ha visto tu película?
Ha sido interesante el esfuerzo que se hizo desde la producción, sobre todo la colaboración con el grupo teatral Seña y Verbo, quienes tradujeron el guion a lengua de señas mexicana. Como yo hablo muy poquita lengua de señas, había tomas que decía: “ya la tengo”, y volteaba y me decían: “no, aquí la seña estuvo mal”, y verificaban los encuadres para que las señas tuvieran una buena lectura. El subtitulaje lo hice con ellos, pensando en el público sordo. Ese esfuerzo de hacer una película que el público sordo pueda apreciar, ha sido uno de los regalos más grandes.
El público sordo habla de detalles muy específicos que trabajamos en la edición o la actuación. Entonces, ver que eso sí está llegando, que eso los conmueve, o los hace sentir representados, a mí me da mucha alegría, porque era uno de los propósitos que Adriana y yo teníamos desde el inicio de la construcción de esta película.
Todo el silencio (México, 2023). Dirección: Diego del Río. Guión: Lucía Carreras. Productora: Animal de Luz Films, This is Why Cinema. Coproducción: Rec play, D-vision. Productores: Inna Payán, Maria Ayub, Adriana Llabrés, Luis Salinas. Director de fotografía: Octavio Arauz. Diseño sonoro: Miguel Hernández y Mario Martinez Cobos. Edición: Perlis López, Samuel Kishi. Dirección de arte: Alejandra Quijano. Reparto: Adriana Llabrés, Ludwika Paleta, Moisés Melchor, Monserrat Marañon, Lilia Navarro, Angélica Bauter, Arcelia Ramírez, Eugenio Rubio, Gonzalo de Esesarte.