¿Qué hace tan poderosa a Tzofo, la ópera prima de Salvador Martínez Chacruna? Por supuesto, hay mérito en sus imágenes poéticas, que hacen épicas de las milpas, las ciudades, el refugio de las cavernas. También destaca la mirada a la cotidianidad de una familia otomí. Puede apreciarse lo hipnótico de la música, los discretos juegos de animación. Pero la grandeza de Tzofo está en la presencia de Juliana Martínez, narradora oral cautivante, que desde su lengua otomí cuenta su vida y la encumbra a lo trágico, lo introspectivo o lo fundacional. La voz de Juliana hace suyas las imágenes, después sabe ser sombra o atardecer, podría semejar los relatos de las primeras mujeres sobre la tierra, o de las últimas, las que desde su desconcierto reconstruyen su identidad.
Tzofo, largometraje documental Salvador Martínez Chacruna, cuenta la historia, el dolor, la entereza, la dignidad de una mujer otomí enfrentada a la pobreza, a la violencia de pareja, a la maternidad trémula y a la conciliación consigo misma. Es una pieza que absorbe y lastima. Pero que también, desde su voz atemporal, sugiere la fuerza de la vida.
Tzofo se filmó en las regiones otomíes de Malinalco y Toluca, en el Estado de México. Se realizó gracias a los apoyos de ECAMC y Eficine Producción. Forma parte de la selección Largometraje Mexicano del 22° Festival Internacional de Cine de Morelia.
Platicamos con Salvador Martínez sobre esta épica de valles y cavernas, pero sobre todo de la voz, con resonancias míticas, de su madre, Juliana.
¿Cómo surge la idea de Tzofo?
Inició como una necesidad interna, casi espiritual. Antes de la pandemia asistí a un retiro de tradición budista. Varios días estuve en completo silencio, sin teléfono ni comunicación. Ahí me surgió un recuerdo de la infancia con mi madre que me conmovió mucho; eso detonó la curiosidad de hacer una película.
La pandemia fue un momento idóneo para que mi madre y yo tuviéramos muchas conversaciones, que en algún momento se me ocurrió grabar en audio. Me parecieron importantes un testimonio poderosísimo, que podía dar cabida a un proyecto. Entonces se cruzó la convocatoria del ECAMC.
Pensé en un cortometraje, no más de 15 minutos; algo simbólico, muy íntimo y personal. Fue creciendo y lo único que hice fue encaminarlo, cuidar el proyecto en todas y cada una sus formas.
Siempre pensé que la fotografía estaría a cargo de Diana Garay, un ser humano entrañable para mí, con una sensibilidad importante; ella le dio riqueza e hizo crecer el proyecto, no sólo como fotógrafa, también como productora y contribuyó a que Tzofo creciera técnica y económicamente; que tuviera un alcance más profesional.
La voz en off de Juliana tiene una resonancia tremenda: puede ir a lo cósmico, a lo espiritual, en estos testimonio de vida, que a veces parecen míticos.. ¿Cómo conseguiste esta voz?
He estado muy influenciado por el trabajo de Tatiana Huezo, que explora mucho la voz en off. Era vital explorar la potencialidad de la voz, así podía establecer un diálogo íntimo con mi madre, a través de las conversaciones en otomí.
No suelo hablar con mi mamá en otomí, pero aquí era un ejercicio para lograr un diálogo más cercano. El otomí tiene una musicalidad como si fuera una sinfonía en sus timbres y en sus pronunciaciones; eso marca la pauta a nivel narrativo.
No hicimos mucho material visual; en el disco duro teníamos no más de diez horas. El audio sí fue complicado. Recordaba lo que me contaba mi madre, no sentía una cronología lógica y exploraba más: preguntaba por sus papás, qué recordaba de ellos y fuimos entrando poco a poco en sus recuerdos, que resultaron ocho sesiones de audio.
Muchas veces construimos las escenas a partir de sentarnos a meditar, o de hacer ejercicios introspectivos. Algunas veces nos tomamos un mezcalito para aflojar el músculo y la confianza, porque eran conversaciones pudorosas y complejas. Mi madre es abstemia, pero le decía que era para romper cierto límite y funcionaba: nos ayudaba a crear una atmósfera de confianza y, al mismo tiempo, me permitía habitar su inconsciente.
Nos tardamos año y medio en editar las voces y ponerlas en orden. Las últimas etapas fueron para asegurarnos de conectar las historias. Las últimas sesiones fueron un artilugio donde solamente buscábamos una conversación, un tono o una emoción en específico; así construimos la primera etapa de edición en audio.
Algunas imágenes llaman la atención: una silla que simboliza cosas importantes, los marcos de las ventanas, los registros de la vida cotidiana de doña Juliana. Ella cocina, cuida su milpa, etcétera. ¿Cómo trabajaste con tu fotógrafa estas escenas?
Siempre existió una retroalimentación constante con Diana. Ella trabajó antes como antropóloga de la imagen; trabajó con Mardonio Carballo para una serie del Canal 22; la experiencia y el trabajo que realizó con culturas originarias hizo su labor empática, sin volverse antropológica.
Fue un match valioso, ambos sabíamos que no queríamos un registro antropológico o documentalista, en el sentido tradicional de poner la cámara y registrar la realidad. Queríamos una puesta en escena y pensábamos en la concepción de la imagen: ver a Juliana, no con los tonos que se usan para retratar a las comunidades originarias, sino que un color más justo y cercano a algo estético.
En un momento llevé a Diana a casa de mi mamá. Le dije que no quería un registro de la cotidianidad de la casa per se, sino de los detalles: la luz, las trenzas, las manos; por eso este juego de encuadrar con ventanas y usarlas en un sentido metafórico, donde entras al espacio de íntimo de Juliana. Espacios que representan la entrada y la búsqueda de luz. En sus primeros minutos, Tzofo es hasta cierto punto oscura. Hay relatos épicos e intensos, pero es este lenguaje de la silla, del espejo, de las ventanas lo que representa nuestra búsqueda de luz.
Usábamos la cámara como cuando eres un niño chiquito y ves a tus padres: como los superhéroes que son, sólo los admiras. Por eso la cámara muchas veces no tiene movimiento, sino que es observacional: la vemos bordando y haciendo tortillas o tamales con narraciones muy potentes, a veces rudas e intensas.
Eso me dejó claro que así es la naturaleza de la vida: vemos a una mujer de una comunidad originaria hacer su vida y no sabemos qué cúmulo de cosas piensa. Para mí era importante registrar esa realidad, no a nivel antropológico o folclórico, sino con la esencia de la vida cotidiana: envueltos en miles de pensamientos, muchas veces profundos y trascendentales.
¿Crees que la región donde filmas, comunidades otomíes cercanas a Malinalco, le da una coloratura distinta a tu película, en relación con otras producciones de lscomunidades originarias?
En gran medida tiene que ver con el equipo. Mi madre y yo somos los únicos que nos asumimos de comunidad original; los demás son de la urbe y eso marca una pauta importante a nivel creativo. Nunca dudé cómo se vería la película, tampoco la sonoridad y musicalidad de la lengua otomí. Era importante que el proyecto sonara de manera impactante, sobre todo hipnótico y reflexivo.
La película tiene una intención sanadora; es un abrazo al mundo desde sus mensajes. Para mí ha sido una mezcla de las experiencias de todos los integrantes creativos de la película: de la música, el diseño sonoro, la fotografía, la animación. También fue un arriesgue, por ejemplo el trabajo de animación con Esteban Azuela. Fue un reto integrarlo sin que se sintiera de sobra, pero logró algo bastante genuino, se sienten honestas sus intervenciones en los momentos clave.
También es un tema de posibilidades presupuestales. Esta película es la primera del ECAMC que logra un Eficine, algo que me llevó a una transformación y a un entendimiento sobre qué hacia, dónde quería vislumbrar mi vida creativa como director, como productor, cómo seguir contando historias con el cine.
Considero que Tzofo está abriendo una nueva posibilidad de producción en las comunidades originarias y espero que sirva de inspiración para seguir trabajando en otras comunidades.
¿Ya vio el documental doña Juliana?
Sí, la vio mi hermana porque era importante debido a la historia que conté de ella. Mi mamá estuvo viendo la película en estos cuatro años y medio de producción; le mostré varias veces los avances del corte que íbamos obteniendo, y ya terminada le pedí que la viera de principio a fin porque quería su consentimiento, desde los audios e igual con la imagen, con la música y al final la película terminada.
Siempre hubo consentimiento de su parte, pero fue distinto ver la película terminada; y sí, era muy importante que la viera y que estuviera de acuerdo con la película como la tenemos ahora. Si no, creo que sería un error en dado caso que no hubiera su consentimiento, para mí estaba claro que si no hubiera el consentimiento de mi madre y de mi hermana, la película se hubiera enlatado.
Tzofo (México, 2024). Dirección, Guion: Salvador Martínez Chacruna. Cinefotografía: Diana Garay Viñas AMC. Sonido directo: Salvador Martínez Chacruna. Operación de mezcla THX: Ricardo Lavalle. Postproducción: Víctor Gómez. Edición: Jorge Hurtado Barajas. Diseño sonoro: José Miguel Enríquez, Daniela López Guerrero. Composición musical: Eduardo VC. Locaciones: Toluca y Malinalco, Estado de México. Participan: Juliana Martínez, Valentina Martínez, Trinidad Martínez.