‘Una historia de amor y guerra’ de Santiago Mohar Volkow y los disparates del Imperio

Conozcan a Pepe Sánchez Campos, arquitecto, constructor y CEO de Desarrollos Integrales Sánchez Campos. Creará El Mictlán, un centro comercial diseñado para vivir y morir aislados del mundo exterior. Además, se casará con Constanza, mujer hermosa y de valioso linaje. Su barba rubia y su porte imperial demuestran que Pepe es un mexicano de los de antes, de los que todavía aman al país. Por desgracia, múltiples amenazan subversivas podrían acecharlo porque este México, pues ya no es lo que fue en tiempos del Imperio.

Remedo desbarrancado de Maximiliano y Carlota, crónica a tropezones de la insurrección popular, en Una historia de amor y guerra Santiago Mohar Volkow crea una farsa grotesca, también lúcida en su propósito de retratar aquella polvosa clase alta mexicana que se cree aristocracia. Arte novohispano y telenovela de Televisa, novelas de Fernando del Paso y manuales del empresario disruptivo, el potaje que hace Mohar se finge insensato pero detrás exhibe al mirrey reducido a meme. Y por supuesto, se pitorrea de él.

Una historia de amor y guerra se presenta en la selección oficial Ahora México de Ficunam 14. Platicamos con Santiago Mohar Volkow sobre la historia de Pepe Sánchez Campos, una historia épica y con mucho corazón. 

 

Una historia de amor y guerra, Dir. Santiago Mohar Volkow

Después de haberte visto una denuncia seria en Los muertos, o un documental con tonos místicos como Sísifos, sorprende este ejercicio disparatado que es Una historia de amor y guerra. ¿Cómo llegas a esta película, después de aquellos otros trabajos más serios o reflexivos?

Pasaron más de diez años desde que hice Los muertos, y si bien es correcto que había una mayor preocupación, también había más ingenuidad. Y el tono de Una historia... quizá sea una ingenuidad tornada en cinismo , o en resignación. Esta película tomó mucho tiempo hacerse, por diferentes circunstancias,que la fueron transformando con los años. En ese tiempo uno va cambiando, y encontré una situación donde ya no la quería hacer como la había planteado originalmente, porque en esos años pasaron muchas cosas en mi vida, pero también fuera de mi vida: vi y leí nuevas cosas, entonces inició un proceso como de Frankenstein, de esforzarme por retomar el material original y convertirlo en algo que como espectador me gustaría ver. 

También, era la primera vez que filmaba profesionalmente, porque antes había sido cine independiente, en el término literal de la palabra: no te apoya ninguna institución pública o privada, filmas los fines de semana o con crews reducidos; en Sísifos, yo mismo, como director, hacía el sonido directo. Ahora, sin que tampoco haya un presupuesto gigante, era un presupuesto real. Entonces pensé que no sé si volveré a tener esta oportunidad. Así es que ahora que la tengo, pongo toda la carne al asador y todas las cosas que admiro de diferentes películas.

 

En Los muertos había un retrato de los nuevos ricos, los que vienen del neoliberalismo: acá te centras en el criollismo. Tus personajes aluden a Maximiliano y Carlota, pero también a una clase social obsesionada con la tradición y el linaje. 

Es como encontrar la genealogía del del mirrey, que ahora es un meme, pero que es un personaje tan antiguo como México. De hecho, México como idea es una creación criolla, y vista con cierta ironía, el criollo también es el primer mirrey, aunque haya sufrido una lumpenización muy grande, hasta llegar a la caricatura que tenemos ahora. Y esa era la idea: analizar esa supuesta actualidad que se podía encontrar en la otra película, pero desde esta perspectiva caleidoscópica y absurda, donde por medio de dislocar determinados detalles se mezclaran diferentes momentos históricos en un solo tono. 

 

En Una historia de amor y guerra hay dos tareas cinematográficas que se fusionan: el diseño de producción y la fotografía. Sobre el diseño, hay referentes hiperrealistas como las fotografías de David LaChapelle, o decoraciones de telenovela. La cámara a veces es austera, chabacana, como la secuencia de Acapulco, aunque también hay momentos de una iluminación importante, como la presentación de Antonio Muerte. Hay elementos de época con otros más pop, la cámara a veces es chabacana y a veces es espléndida, como para evidenciar que estás jugando con eso. 

El diseño de producción y la iluminación, la fotografía en general, fueron un solo proceso, con mucha sincronía entre la diseñadora de producción Ana Ibarra y el fotógrafo Adrián Cores, donde intentábamos referencias que mezclaran alta cultura, de la tradición occidental o criolla, con referencias al arte novohispano, de Juárez y Villalpando, en determinados tipos de luz. Eso se mezcla con el tono melodramático de la telenovela y se insertan en referencias de cultura popular, casi del Internet. En esta mezcla había mucho expresionismo, vimos mucho Fritz Lang, cine mudo, para tener escenas contrastadas. Y por otro lado, una imagen casi publicitaria, propia del cine comercial actual, con la esperanza de que esta mezcolanza creara un tono nuevo, en el que se puede entender la historia de México, y el amor y la justicia dentro de la historia de México. 

 

Una historia de amor y guerra también es una película de ensamble: todos los actores tienen un gran momento, pero también juntos crean una maquinaria para sacar adelante la trama. Destaca el protagonista, que pues Andrew Leland Rogers. Me gustaría que me platicaras de estos dos niveles: trabajar con un elenco que incluye a Lucía Gómez Robledo, Florencia Ríos, Darío Yazbek Bernal, Mónica del Carmen, entre otros; pero también, ¿cómo fue el trabajo específico con Andrew? 

Lo más complejo a la hora de la ejecución es precisamente la interpretación, porque hablar del tono en la interpretación es meterse en un terreno muy ambiguo. Por desgracia, el cine actual está sometido por un mandato de verosimilitud y naturalismo, y es difícil lograr la actuación que por efectividad llamaremos teatral, una interpretación más consciente de sí misma y que tiene que rimar con todos los elementos. Pero dentro de la película hay tonos diferentes. No es lo mismo lo que hace Mónica del Carmen que lo que hace Andrew. Ayudó que todos son actores extraordinariamente talentosos. En lugar de hablar de personajes y sus motivaciones, hablábamos de la idea general de la película, para que pudiéramos encontrar el tono. 

Y con Andrew fue un trabajo intensísimo. Él era mi vecino durante la pandemia, entonces fue de las únicas personas que vi en esos dos años, y nos echábamos tres o cuatro películas al día y ahí generamos un lenguaje común, sobre cómo hablaría el personaje, qué cosas podrían suceder en ese universo. Fue muy demandante para él. Sale prácticamente en todas las escenas; en algún momento se tuvo que ir al hospital porque le dio un ataque de frío. Andrw elige una aproximación desde el método, siempre estaba metido en el personaje, de hecho a la fecha, a veces todavía le sale el acento. Su personaje, Pepe Sánchez Campos, es encantador, pero terrible. Es un personaje tan grotesco y gigante, que tenía que absorber la excentricidad general del tono.

Una historia de amor y guerra, Dir. Santiago Mohar Volkow

Ahora que platicabas de los actores y la idea general de la película, pensaba que quizá sea una película de retablos o exvotos, donde importa más fijar una buena puesta en escena con tus personajes, la cámara, los colores, que alguna continuidad dramática. 

Los retablos y los exvotos fueron fundamentales durante el diseño de la película, tanto en lo visual como en lo dramático: los retablos novohispanos que hay en Tepotzotlán, en el Museo Nacional del Virreinato. Ese nivel de barroquismo es impresionante y puedes seguir la historia que está inscrita, pero de una forma aparentemente caótica. Se convierte en una experiencia subjetiva; la abundancia de ornato la convierte en un tipo de sacralidad muy diferente a lo que normalmente asociamos con lo religioso. Vimos mucho arte novohispano y la iluminación de los exvotos, su ingenuidad, quisimos encontrar su traducción cinematográficas, sin caer en una propuesta sesuda, que perdiera la posibilidad de hablar con una audiencia más amplia.

 

Veía Una historia de amor y guerra y pensaba en otros referentes cercanos de cine mexicano: Patitos feos de Chernovetzki, o Colozio de Artemio Narro; en la primera buscan la cabeza de Pancho Villa, en la segunda, el asesinato de Colosio provoca un viaje lisérgico absurdo. Las tres películas coinciden en el disparate, como si le hubieran dado a Jorge Ibargüengoitia un churro y una cámara. Pensaba: quizá es la única forma en la que se puede contar la historia mexicana, que no solamente le apuesta al humor, sino al absurdo, a desbarrancar todo.

No he podido ver Patitos feos, pero la película de Artemio me gusta mucho, me encanta lo osada que es. Y qué bueno que mencionas a Jorge Ibargüengoitia, porque de ahí viene ese humor o esa falta de solemnidad para hablar de la historia de México. El Estado, independientemente del gobierno en turno, siempre la trata de una forma casi religiosa, e Ibargüengoitia lo convierte en algo chusco, que acaba siendo mucho más verídico, por lo menos en lo discursivo.

Por otro lado, el origen también está en Buñuel, que no deja de ser el cineasta más importante que haya trabajado en México, y que entendió esta lógica absurda de la realidad mexicana, por el entrenamiento surrealista que tenía, entonces era un embone natural. No solo el Buñuel de México, también sus películas en Francia, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad, que revisitamos bastante y que son barrocas. Al final del día, México tiene una tradición barroca enorme, que el cine ha ido dejando de lado, al menos un cine de mayor rigor, contra la búsqueda de un estilo internacional de realismo social, que desaprovecha esta tradición que tenemos. 

Piensa en Alcoriza, en el Indio Fernández, que no necesariamente hacia humor, pero sí era muy barroco. Y Fernando del Paso, con sus Noticias del Imperio, que es una especie de fantasma que recorre la película, también es una obra ultra barroca, muy en contra de los tiempos actuales, porque es muy demandante y muy erudita. Esta tradición es muy importante, se puede modernizar y hallar nuevas formas de ver el mundo.

 

Hablando de esta tradición relegada, es interesante que Una historia de amor y guerra participe en el Ficunam, plataforma importante de cines disruptivos, pero que le gustan los documentales, las denuncias serias, el slow cinema; será divertido agregar este artefacto de disparates.

Ficunam siempre ha sido muy generoso conmigo. Además de Los muertos y Sísifos, presenté hace dos años Lumbre, un mediometraje más en la línea del festival, que incluso ganó. Ahora esto, quizás no sea la película más Ficunam posible, pero tomé una decisión deliberada de estrenarla ahí y no en otro certamen, porque me parece que es el festival que más en serio se toma al cine, y si te tomas en cine en serio, tampoco tendrías que dejarte llevar por dogmas estilísticos. 

El público de Ficunam es duro y después de tres películas, uno desarrolla la capacidad de que no te afecte tanto la mala crítica, incluso la esperas. Me da mucho gusto mostrarla ahí, porque es un festival al que tengo mucho cariño, que considero también el más relevante del país, y donde hay un público que le interesa el cine de a de veras. Además, Una historia de amor y guerra se filmó buena parte en la Ciudad de México, entonces podré mostrarla en casa, con el equipo que no lo ha podido ver hasta ahora. Estoy muy emocionado.

 

Una historia de amor y guerra (México, 2024). Dirección: Santiago Mohar Volkow. Guion: Santiago Mohar Volkow. Producción: Santiago de la Paz Nicolau, Santiago Dosal, Santiago Mohar Volkow, Jonathan Davis. Fotografía: Adrian Cores. Diseño de producción: Lucía Diez Marina y Ana Ibarra. Edición: Didac Palou. Música: Diego Lozano. Sonido: Raquel Belver, Javier Umpirrez. Elenco: Andrew Leland Rogers, Lucía Gómez Robledo, Dario Yazbek Bernal, Aldo Escalante, Monica del Carmen, Manuel García Rulfo, Florencia Ríos, Sophie Gómez, Santiago Espejo, Sharon Kleinberg, María Hinojos, Fernando Álvarez Rebeil.