En su ópera prima Trigal, Anabel Caso recurre a sus recuerdos de adolescencia y desde ahí construye una historia tan sugestiva como dolorosa. Sofía, la prima de la ciudad, visita a Cristina y su familia en el campo. Miran fotos de hombres semidesnudos, ensayan pintarse los labios, le coquetean a rancheros de intereses ambiguos, excavan en sus deseos y sus miedos.
Trigal es una obra tan nostálgica como incómoda, evocativa y amenazante, un paseo por enormes campos donde son posibles las dudas, las traiciones, los secretos y las pulsiones puberales.
Surgió hace diez años, aunque es un guión que vengo trabajando desde hace mucho, esta trama de dos primas que se enamoran de un muchacho más grande. Surgió a partir de una serie de memorias personales. Crecí en el campo argentino con mis abuelos y mis primos, había un tema que me vinculaba con estas memorias. No tenía ni idea de que estaba escribiendo sobre mi prima, sobre el campo, los chicos, la familia; después me di de que hablaba de cómo había hecho ese pasaje de convertirme de niña en mujer, que había sido de una manera traumática por el desconocimiento y la falta de conversación con los adultos, y un sentimiento de culpa mezclado con un profundo deseo.
Aunque la película transcurre en la actualidad, parece como si transcurriera en otro tiempo y lugar, porque no hay celulares ni televisores, porque la necesidad era acercar a las niñas a sus experiencias vivas en el campo.
Pero a diferencia de la ciudad, donde hay una rapidez distinta, en el campo están los instintos, un poco más animales, expresados de otra manera, una no racionalización total de las cosas. Las cosas se hablan menos pero se sienten más. Eso pasa con Cristina, una niña que está más conectada con su cuerpo, con la naturaleza, por eso es más sexual que Sofía, que viene de la ciudad y está más reprimida. Una tiene una relación con el cuerpo más profundo que la otra.
Es una mirada personal que no quiere dejar ningún statement, una memoria muy subjetiva del deseo femenino y masculino. Hay líneas a cruzar muy vulnerables y las cruzamos todo el tiempo. Las cruzamos en la adultez, en la monogamia, y no nos vemos ni pensamos en nadie más. El deseo en la adolescencia es una pulsión que está ahí y es muy peligroso cruzarla, es una edad muy compleja porque estamos llenos de hormonas y confundidos. Ese deseo aparece en cuestiones que tienen que ver con el consentimiento: un adolescente puede estar en las mismas circunstancias de deseo que un adulto, pero no en equidad de procesarlo.
El deseo es algo bien complejo que entendemos como una cosa unilateral y simple, nada más tengo ganas de sexo, quiero cosas para mí, pero implica más cuestiones, sentimientos, emociones, inconscientes, y ahí da para hablar.
Mi idea y del equipo, productores y actores, era no tener una mirada paternalista ni complaciente, no había que romantizar la situación ni el objeto de deseo tampoco, era llevar experiencias de vida a la pantalla. Había una moneda al aire, porque para Emilia era su primera vez de hacer escenas de este tipo. Y Alberto Guerra es un actor experimentado, pero había que replicar una situación donde muchas veces lo romántico pasa a segundo plano. No siempre uno tiene una experiencia romántica, somos torpes, el sexo es torpe, los encuentros, y más en la adolescencia, en tu primera vez. Tratamos de expresar en la película cosas que no siempre son románticas, había que darlo de una manera burda, como suele pasar, estos hombres tampoco son unos príncipes azules.
Y es el peligro de enfrentar a esta situación a unas niñas que tienen un deseo, con hombres que también tienen deseos, pero que además trascienden los límites y ahí se da el conflicto, en los límites del consentimiento. Pero también soy consciente de que en el campo y en la vida pasan cosas que trascienden esos consentimientos, lo vemos por todos lados.
Emilia es hija Arcelia Ramírez, es su primera vez en un largometraje. Abril tiene más experiencia, desde chiquita trabajó en teatro, tele, ha hecho series. En el casting vimos muchísimas niñas pero ellas dos hicieron muy buena química. Después, trabajé mucho en su relación. Durante la preproducción nos veíamos muchísimo, jugamos, nos juntamos en casa para hacer cosas de chicas: salimos a pasear, ensayamos escenas, nos hicimos amigas y busqué que ellas se hicieran amigas y confidentes.
Trabajamos mucho la espontaneidad, trataba de generar un ambiente de introspección en el set, mucha cercanía y empatía para lograr este tono íntimo. Hacíamos mucho ensayo previo: las ponía a trabajar antes de la escena y no decíamos ni acción ni nada, corríamos la cámara y se corría la escena muy relajada. Era jugar y no romper el vínculo afectivo que había entre ellas, y de ellas conmigo.
Es la anécdota de la película. Estábamos filmando en Sonora y a la segunda semana (faltaban cuatro semanas de rodaje) llegó la pandemia. Tratamos de aguantar; Sonora es el granero de México, tiene unos trigales divinos y queríamos filmarlos con estas luces hermosas del atardecer. Las semanas siguientes fueron correr, filmar casi seis páginas diarias, y a las cuatro semanas mi productora me indicó que teníamos que parar: todo estaba cerrado, los gastos se habían disparado, había que hacer dos mil pruebas de covid y cuestiones sanitarias, yo estaba filmando a 30°C y ahora estaban a 50°C, el hotel en el que estábamos se había convertido en un hotel hospital: todo era la acabóse y no había modo de seguir. Paramos tres meses y de hecho no sabíamos si íbamos a tener película.
Entonces apareció un ángel, uno de los coproductores de la película, [Enrique] que tiene un rancho en Puebla. La productora me llevó a verlo y fue como un milagro, había campos enormes de trigo y podíamos filmar los planos que tenía pendientes. O sea, filmar el contraplano de un plano, para que te des una idea. La gente de Puebla nos abrió sus corazones y sus casas en medio de la pandemia, fue un regalo divino. Gracias a eso, muy apretados de presupuesto y con dos días de lluvia torrencial (era una película de verano y sol y magia), pudimos terminar de filmar.
Los trigales son sonorenses, pero hay algunos planitos poblanos que no es trigo, es cebada, pero te tienes que acercar muchísimo para darte cuenta, porque la cebada es más peludita, pero como son planos más abiertos no se nota mucho.
Sí.
Es una emoción enorme. Los festivales son lugares donde cuidamos y protegemos nuestra industria y nuestro trabajo, donde se acercan la gente joven a ver cine, a escuchar clases magistrales, donde tienes la posibilidad de cruzarte en un pasillo con alguien a quien admiras y con quien puedes intercambiar palabras de tú por tú. Los festivales son esos espacios mágicos, y muy necesarios para seguir haciendo cine. Yo voy a disfrutar, a abrazar lo que suceda, a consumir cine y hablar de cine, a vivir con los demás compañeros y las demás personas que están en la selección. Es una fiesta que hay que celebrar, la verdad.
Trigal (México, 2022). Dirección: Anabel Caso. Guión: Anabel Caso. Producción: Paula Astorga, Lorena Martínez, Fredy Garza. Fotografía: Ernesto Pardo, Julio Llorente. Sonido: Lena Esquenazi. Música: Camilo Froideval. Dirección de arte: Luisa Guala. Reparto: Emilia Berjón Ramírez, Abril Michel, Nicolás Monasterio, Úrsula Pruneda, Gerardo Trejoluna, Alberto Guerra, Patricia Ortíz, Memo Villegas.