En Levantamuertos, José Eduardo Castilla inaugura el realismo cumbiero con un road trip filmado en 16mm, y presentada al puro estilo Polymarchs. Llena de humor negro y contrastes que empiezan desde su elenco, este segundo cortometraje del director propone una mirada distinta a la muerte y la redención.
Levantamuertos tendrá su estreno en la 54º edición del Festival Internacional de Cine de Rotterdam, y lleva las actuaciones de David Illescas, Vitter Leija y Lyn May a Países Bajos.
Platicamos con el director José Eduardo Castilla sobre esta nueva estética que llevará la cumbia a Europa.
Levantamuertos es un cortometraje de humor negro sobre la muerte, ¿de dónde viene esta idea que trabajaron en el guion con Víctor Duarte?
En general, lo que más me gusta es la comedia. Con Aguacuario exploré un humor más blanco; siempre me ha parecido que la risa es la manera más accesible de reflexionar. El humor negro funciona porque puedes hacer chistes que hagan sentir culpables a las personas por reírse, pero les hace reflexionar por qué se están riendo; las hacen conscientes de lo que está pasando y de lo que se está hablando.
El guion lo empecé a escribir hace más de cuatro años. En el CCC conocí a Víctor, quien ahora es mi colaborador, y lo rehicimos desde cero. En el proceso encontramos la cumbia, las ficheras y los elementos acorde a lo que queríamos hacer.
En el cine actual todos los personajes están deconstruidos y son políticamente correctos, pero de donde ambos venimos, no todas las personas están deconstruidas y eso no las vuelven malas personas; nuestros personajes no lo están. Exploramos fronteras que rayan entre lo correcto y lo incorrecto, pero que en el fondo no son malas personas, desde ahí se fue construyendo el humor.
Hay una estética de sonidero que permea la película. Juegas con luces neones y colores encendidos, pese a lo lúgubre de la situación. Incluso, filmar en 16 mm propone una textura y cierta estética retro-ochentera. ¿Qué platicaste con el fotógrafo Carlos Vega y con Gabriel García para lograr el arte de la película?
Incluiría al sonidista. Nos enfocamos en películas de ficheras y serie B; siempre me ha gustado que usan sus deficiencias a favor de la historia. Como al inicio no teníamos dinero para maquillaje profesional, efectos especiales, entre otras cosas, construimos lo que nombramos el realismo cumbiero.
Empezó como un chiste, pero después, todas nuestras decisiones iban alrededor del realismo cumbiero, que se construía con contrastes: una estética decadente pero alegre; sucio pero que se sintiera apapachador; atascado de elementos que contribuyeran al espacio de los personajes.
Filmamos en 16 mm y reventamos el grano y dejamos el gate abierto para que se sintiera súper marrano. Fue muy loco porque un día se nos veló el material: la cámara tenía una fuga de luz y las escenas que grabamos en el coche —que incluso era nuestro día más caro— se nos velaron, pero decidimos dejar el material velado después de ver que iba con lo que estamos construyendo. Fue un accidente que nos dio el dios del cine, y lo aprovechamos.
La cumbia fue importante desde el guion, porque tiene los contrastes que habíamos buscado; hablan de cosas densas y al mismo tiempo tienen ritmos para bailar. Con el sonidista elegimos estas cumbias y en la mezcla reventamos los bajos para que se sintiera como un sonidero. Construimos el realismo cumbiero como las películas de bajo presupuesto que aprovechaban lo que muchas producciones ven como errores.
David Illescas participó en Sin señas particulares y Chicharras; Vitter Leija participa en Rotten in the sun y Lluvia. ¿Cómo fue el acercamiento y el trabajo con ellos?
Kristyan Ferrer me recomendó a Davis; me dijo que tenía una vena cómica sorprendente. Imaginé a Chuy como un personaje más ojete o detestable, pero David lo volvió complejo.
De Vitter vi su trabajo en Instagram, me gustó y lo contacté. Me preocupaba que su personaje no se movía, pero hablé con él y le encantó.
En el trabajo de mesa exploramos las corporalidades. Para la escritura del guion, fui con una embalsamadora a investigar. Al inicio, fui por mi cuenta, después con el fotógrafo, el director de arte y el sonidista y finalmente, con los actores.
Con David y Vitter pasamos un día completo en la embalsamadora; le decía a David: “ella trabaja los cuerpos como si estuviera cocinando un huevito revuelto, con esa normalidad tú tienes que mover a estos güeyes”. Fue un proceso extraño, pero nos enriqueció muchísimo; cuando llegamos al set ya traíamos una gran dinámica. No teníamos tanto material fílmico, así que la mayoría fueron tomas únicas; ensayábamos y grabábamos. Básicamente el corto está filmado en plano-contraplano y eso permitió improvisar: muchos diálogos salieron en el momento.
Quería que Vitter dijera sus diálogos y que la voz saliera de él, casi todo es Vitter hablando desde su garganta sin mover la boca; eso provocó una dinámica interesante entre ellos.
El otro elemento es Lyn May, una de las ficheras más importantes de México, con una personalidad muy característica. ¿Qué le daba a tu película y cómo la convenciste de participar?
Cleopatra es un personaje que me costó visualizar; quería una actriz adulta pero no sabía cómo acercarme a alguien. Mis productoras propusieron a Lyn May; les dije: “estaría increíble pero no va a suceder, no nos va a alcanzar”. Una semana después llegaron con su número. Me contestó súper buena onda; le caí a su gimnasio, le platiqué qué onda, le gustó la idea y ya; fue realmente accesible.
Recuerdo que empezamos a filmar y le bailó a la cámara cuando no estaba planeado. Todo el tiempo tuvo apertura, pero también fue honesta cuando algo no le encantaba.
Pese a que Levantamuertos está en clave de humor negro, no deja de ser tan cándida como Aguacuario, hablas de la amistad y de los vínculos afectivos. ¿Es a propósito o va ocurriendo?
Quiero hacer un cine que apapache. Me encanta el cine denso, pero quiero hacer un cine que te haga sentir bien; donde puedas hablar de cosas importantes, pero que siga en ese apapacho del cine.
Probablemente tiene que ver con mi mamá, porque ella va al cine para pasarla bonito y eso me parece político. Quería que Levantamuertos fuera una película donde la gente se divirtiera, pero que se hablara de temas como la paternidad ausente o la muerte.
En mis visitas, le pregunté a la embalsamadora ¿qué era embalsamar? Me respondió que su trabajo era ayudar a las personas a despedirse de la mejor manera. Su respuesta resignificó todo. Quería que Chuy descubriera que su trabajo era despedir de la mejor manera a los muertos, que a su manera redescubriera su labor, que antes hacía nada más por hacer.
La vida es una serie de encuentros… de repente encuentras a alguien y termina cambiando tu vida de una u otra manera. En ambos cortometrajes, el punto en común es que son dos personas que después de un encuentro cambian.
Aguacuario se fue a Berlín hace un año y ahorita te vas a Róterdam; ¿qué significa presentar tu trabajo en estos festivales?
El cine es para que se vea y eso sucedió con Berlín, porque le abrió un montón de puertas a Aguacuario. Ahora me sorprendió que Levantamuertos, que era tan personal, resonara en lugares donde nunca pensé que llegaría; pensaba que era una peli para ver con tus compas con unas chelas, y que ahora se vea en Rotterdam, un festival concebido para cine vanguardista o de arte, que haya espacio para estos cortos, resignifica un montón el poder de la comedia.
Estoy emocionado con el cine porque me di cuenta que las cosas que salen desde la honestidad, conectan de alguna u otra manera incluso en lugares donde no esperabas y me está abriendo oportunidades para que pueda seguir con otros proyectos.
Levantamuertos (México, 2025). Dirección: Jose Eduardo Castilla Ponce. Guión: Victor Duarte, Jose Eduardo Castilla. Producción: Claudia Garcés, Magnolia S. Orozco, Jose Eduardo Castilla. Sonido: Francisco Gómez Guevara. Cinefotografía: Carlos Vega Ardón. Edición: Bruno Serrano. Dirección de arte: Gabriel García Ruiz. Elenco: David Illescas, Vitter Leija, Lyn May, Ruben Cristiany, Kala Martínez, Carmen Vera, Jaime Estrada.
*Artículo de María Fernanda Ortiz Zamora.