‘Río de sapos’ de Juan Nuñch: la devoción a la Muerte

¿Existen los nahuales? Una sabia de la comunidad wixárika le aseguró a Juan Nuñch que sí. Y Nuñch, documentalista, proyeccionista del proyecto Kiltro Cinema de Veracruz, fue a buscarlos en la región de Catecamo, famosa por sus prácticas mágicas y de curación. Encontró a Francisca Hernández, quien en su templo El encanto del búho practica la devoción a la Muerte y atiende las enfermedades de cuerpo y alma de la comunidad. Juan conoció prácticas, saberes, creencias, experiencias de trance que influyeron en su propia experiencia de vida y de cineasta. Es la experiencia que comparte en Río de sapos.

Río de sapos, documental de Juan Nuñch, explora el sincretismo mágico y místico del culto a la Muerte en los Tuxtlas, Veracruz, y los ecos de este misticismo en la naturaleza en las comunidades de este territorio. Es la recuperación de un territorio y su magia, de sus visiones y sus saberes, de la sobrevivencia a un culto desdeñado por las religiones hegemónicas.

Río de sapos forma parte de la sección Ahora México de Ficunam 14. Tuvimos la oportunidad de platicar con Juan Nuñch, para averiguar si logró conocer algún nahual. 

 

Río de sapos, Dir. Juan Nuñch

Río de sapos inicia con el interés de retratar a una comunidad y su cultura; de ahí te disparas a universos visionarios, un tanto fantásticos. ¿Cómo surge la idea de Río de sapos

Hubo un tema que dio pie a Río de sapos y es el nahualismo. En una comunidad wixárika, una mujer me decía que había nahuales en el pueblo donde ella vivía, que ella los había visto convertirse en animales. Yo había escuchado de los nahuales, pero que alguien te lo diga con esa seguridad, te vuela la cabeza. Me interesó investigar sobre el nahualismo. Es un tema mesoamericano: sus primeros relatores eran frailes que redactaban sus primeras visiones cuando llegaron a América. A través de distintas teorías encontré tres tipos de naguales; uno era un nagual que se le aparece a los chamanes o las chamanas y sólo ellos los pueden ver. 

Conocí a Francisca años atrás de que me interesara este tema. Y la volví a buscar en su templo, El encanto del búho, donde hace sus ceremonias en el contexto de Catemaco. Ella no vive en Catemaco, sino en Zapoapan de Cabañas, más al sur. Es alguien muy respetada, no una charlatana que lucra con la desgracia de la gente. No le conté de mi interés en el nahualismo, le dije que quería estar cerca de su práctica, que tenía interés en contar su historia. Viví un mes con ella.

Platicando con distintas personas sobre el nahualismo, me hablaron de otras cosas más: gigantes, duendes, chaneques, pactos con el diablo: un imaginario infinito de posibilidades místicas. Ahí supe que el documental iba a ser muy difícil. Yo conocía el término de la fe cinematográfica y me gustó seguirlo. Hace esta distinción: la fe es algo en lo que uno cree, la fe cinematográfica es creer en lo que vemos. Yo sabía que iba a ser difícil grabar algún rastro de nahual, más allá de algo que pudiera recrear. Entonces me fueron llamando la atención otros temas: ¿Qué ocurría con los sueños? ¿Con los cuentos? ¿La tradición oral? Porque cuando hay una ráfaga fuerte de viento, te dicen que ahí hay una energía que se mueve y yo empecé a sentirla. Por eso la película, más que contar una historia, te lleva a un viaje por un territorio que confabula el misticismo y el sincretismo actual.

 

El concepto de la fe cinematográfica me hizo pensar en cómo manejas tu cámara. Sobresalen dos momentos: cuando presentas el templo, y después, una secuencia que inicia con unos lagartos, después la imagen vuela y aterriza en el pueblo, como un animal. No sé si querías que la cámara fuera un nahual, pero pensaba en cómo la técnica, el dron en específico, se pone al servicio del misterio. 

Este proyecto tendría tres historias de nahuales, cada una con un animal que lo representaba. La cámara subjetiva venía de esta planeación, que ya no se hizo. Los documentales son así, partes de una idea y después se va abriendo, hasta que termina en una cosa distinta. Las tomas de las que hablas tenían que ver la película La familia chechena de Martín Solá, que muestra el trance de la danza sufi. Solá mantiene la cámara varios minutos y empieza a generar un trance similar al de la persona que baila. No puedes despegar tu mirada y eso se me hace mágico. Yo quería que no pudieras escapar de esto, que desde la filmación se pudiera transmitir el trance. 

En la toma del dron había una construcción más marcada: es una isla en los Tuxtla que se llama Agaltepec, que también le llaman la Isla Cocodrilo; el cocodrilo representa al guardián del inframundo, la idea era recrear una energía que sale desde el inframundo y llega hasta la Santa Muerte que Francisca invoca. Usamos un dron de carreras, que puede ir a altas velocidades y hace maniobras muy interesantes. Nos ayudaba a generar esta sensación de que algo nos observa. La idea era generar un ente subjetivo que se estuviera moviendo.

 

Río de sapos, Dir. Juan Nuñch

Las experiencias visionarias en el cine o la literatura pueden ser intensas, pero tan aleatorias que pueden tratarse de todo y de nada. Cuando uno quiere relatar una experiencia de este tipo, ¿cómo trabajas esta parte?

Río de sapos tiene varios temas: el chamanismo, la Santa Muerte, los sueños, la familia, la naturaleza, la zafra. Yo sabía que quería hablar de estas cosas, y fui imaginándome cómo podía hacerlo desde un lugar donde no se explicara. Creo que el misterio se ha ido perdiendo en casi todo, nos hemos ido acostumbrando a entender o a pensar que entendimos, y se me hace una preconcepción errónea, como pensar que ves un documental y ya conoces un país o una problemática, cuando en realidad sólo viste una película de dos horas.

Yo quería hacer una película que no necesitaras entenderla, que cualquier persona pudiera verla y la pudiera vivir y sentir. Quiero que tú interpretes, que hiles ciertas cosas y según tus experiencias tengas una interpretación de lo que viste. Es un cine más activo y que también exige más. Durante el montaje yo me daba cuenta de que a veces le exigía mucho al espectador, que a veces que me contradecía y lo estaba haciendo muy narrativo. Tenía que buscar un punto medio, darte pistas, elementos para que no sientas que no estás entendiendo. 

Lo proyectamos en la comunidad donde grabamos la zafra, Pueblo Viejo, y al final se me acercó un señor y me dijo: “Esto que estamos viendo lo conocemos y eso nunca nos había pasado”.  Más allá de vanagloriarme del trabajo que hice, me gusta que una persona que nunca ha visto cine de autor independiente, alguien que no va al cine porque en este lugar no hay ningún cine, tenga estas sensaciones al ver un película. 

Hay un autor que me gusta mucho, Anish Kapoor, tuvo una exposición en la UNAM, ahí vi su trabajo. Dice que el arte no necesita títulos ni explicación. Tú ves un círculo y no sabes qué te está queriendo decir, pero sientes algo, ves unos espejos y empiezas a sentir cosas. Río de sapos buscaba eso, es más parecido a la poesía que a una novela, o a la leyenda que al mismo documental: es una película que busca que la sientas.

 

¿Qué tan difícil fue filmar en el templo de Francisca, los rituales a la Santa Muerte?

Me involucré con Francisca y su familia a un grado bastante cercano. Ahora te diría que somos como familia. De hecho Brianda, la niña que sale en la primera escena, yo soy su padrino de bautismo. Para mí, los 76 minutos de la película es el resumen de un proceso social de cinco años.

Grabé las ceremonias tres años, pero fui durante cinco años a la ceremonia. Obviamente la cámara impone a los que asisten al templo, pero Francisca me ayudaba, les decía que íbamos a grabar y con ella la gente se sentía con confianza. Había una emoción porque son comunidades aisladas, y conocer a un equipo de filmación se vuelve una experiencia interesante. 

Esta sociedad está de algún modo oculta, pero no tanto porque ellos quieran, sino porque las religiones hegemónicas los han hecho menos. En la investigación que hicimos sobre el culto a la Muerte supimos que viene de tiempos prehispánicos y nunca murió, sólo que estuvo oculto. En tiempos modernos se ha ido mostrándose cada vez, y te aseguro que cualquier persona que llegue al templo con Francisca, ella lo va a recibir con los brazos abiertos, pero primero le va a echar una miradita a ver qué tipo de persona es.

 Yo desde el principio traté de ser honesto y decirle qué quería hacer. “No pretendo cambiarle la vida a nadie ni afectarle a nadie, pero es lindo contar esto que usted hace, porque es una referente en este territorio”.

 

Río de sapos (México - Qatar. 2024). Dirección: Juan Nuñch. Guion: Juan Nuñch. Fotografía: Ignacio Gómez Camacho. Edición: Arturo Jara, Adolfo Gurrola, Juan Nuñch. Música: Concepción Huerta. Sonido: Pedro Peña, Gerardo Villarreal. Compañía productora: Chulada Films. Participan: Francisca Hernández, Placido Nagio, Hannia Nagio, Paula Hernández, Brianda Albañil.