Arturo Ripstein y sus cortometrajes: formas del júbilo, el gozo y la diversión

Ya era el gran Ripstein, porque para entonces —finales de los sesenta, inicios de los setenta— su ópera prima, Tiempo de morir, ya formaba parte de los títulos esenciales del cine de la década.

 

Pero aún no era el Ripstein de El castillo de la pureza o La región sin límites. Se trataba de un cineasta joven, con la energía de confrontar las historias convencionales de la época. Tenía dardos mordaces, que conmovían la somnolencia previa al cine mexicano de los años setenta.

 

De esta época —1970, 1971— son los cortometrajes Autorretrato, La belleza, Exorcismo y Crimen. Con motivo del Día Nacional del Cine Mexicano se exhiben en la plataforma digital FIlminLatino. Esto también dio pretexto para platicar con el director de Principio y fin. Hablar del cine de juventud, del aprendizaje, de la irresponsabilidad o el rigor como formas de conocimiento.

¿Qué le parece que ahora podamos tener sus cortometrajes en FilminLatino? 

Es una mirada un poco antropológica, los hice en el 68, alguno en el 69. Estábamos haciendo un documental espléndido, Quien resulte responsable, que también se ha visto poco, lo dirigí yo pero firmó Gustavo Alatriste. Filmábamos en 16 mm, blanco y negro, sobraron rollos de película y se los pedí a Alatriste. Éramos un equipo singular: el fotógrafo Alexis Grives, Tony Kuhn, Rafael Castanedo  de editor, Paul Leduc como sonidista. Teníamos media hora de película y Grivas propuso hacer un corto de media hora; había sobrantes más chiquitos, de ocho o doce minutos. Adecuamos la narrativa a la cantidad de material. Era más divertimento, jugar con ciertas exploraciones que me preocupaban y siguen siendo parte de mis intereses. En ese momento tenía una pretensión verdaderamente heroica: fotografiar el tiempo. Yo escribí el guioncito, buscamos dos o tres actores y trabajamos en rodajes de dos días máximo; era francamente una de las formas del júbilo y el gozo y la diversión.

 

Autobiografía hacía pensar en estas biografías precoces que entonces hicieron escritores menores de 35 años como Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, pensaba si no sería su aportación a ese ejercicio.

Recuerdo esas biografías, la Leñero me gustaba mucho, a Monsiváis siempre me costó trabajo entenderle, lo único que me pareció delicioso es que decía: ‘Tengo 24 años y no conozco Europa’; José Emilio Pacheco, como siempre, límpido y preciso; y Salvador Elizondo brillante; pero nada de eso cruzaba por mi cabeza, más bien era entrarle al selfie, las primeras selfies de la historia.

Los cortos los filma un grupo llamado Cine Independiente de México, imagino que eran usted, Alexis Grivas y los que se sumaron a este proyecto…

Cine Independiente de México es producto de un estado de intoxicación etílica. Estábamos en una fiesta con Felipe Cazals, Tomás Pérez Turrent, Pedro Miret y Rafael Castanedo, en medio de la euforia alcohólica decidimos hacer una compañía productora. Yo había tenido problemas con un largometraje y no quería volver a trabajar en la industria, eso fue pretexto para inventar esta cosa, que no era más que un título. Decidimos hacer tres películas: Cazals hizo Familiaridades, yo La hora de los niños y Castanedo intentó una adaptación de un cuentito de Dostoievski que no filmó. No teníamos manera de financiar, entonces filmamos un documentalito que era más jarana, desmadre y jaleo, sobre el Salón Independiente, uno de los primeros momentos de lo que después te llamo la Ruptura en México, una exposición en Ciudad Universitaria. Aprovechamos el rodaje para utilizar nuestras artes de la súplica y la limosna y les pedimos a todos que nos regalaran un cuadro. Muchísimos nos regalaron uno o dos, los vendimos y con eso sacamos el financiamiento. Además teníamos otra especie de fraude monumental: vendíamos acciones de Cine independiente de México a mil pesos y hubo quien lo compró, el otro día hurgando en un cajón encontré compras de Luis Buñuel, Luis Alcoriza y una tropa de absolutos notables. Nos dividimos el dinero, que eran como diez mil dólares, le tocaron cinco a Cazals y cinco a mí; Castanedo se retiró del proyecto.

 

Dicen las historias de cine mexicano que en 1965 el cine era menor, los momentos más interesantes son la fundación del CUEC, el Concurso de Cine Experimental y la aparición de Tiempo de morir, su primera película. Usted hacia vanguardia desde los foros, ¿por qué después el afán de intentar cine experimental?

Mi película como hito no lo es en absoluto, está hecha con un desconocimiento y una torpeza propias de un jovencito que no había ido a la escuela, y también esa es su ventaja, no ser determinada por el cine de ese momento, haber logrado algo es el rigor por ignorancia, no lo contrario.

 

El castillo de la pureza es la primera película donde empezamos a ver la mirada y los temas de Ripstein, la filma después de estos ejercicios experimentales… ¿Cree que estos trabajos lo van prefigurando para que pueda llegar El castillo y lo que ocurrirá después?

Estos cortos me soltaron la mano, que es muy importante. Tiempo después hice un documental con Juan Soriano, un documental maravilloso no por mí sino por Juan, y él me enseña que uno se vuelve pintor cuando la mano te obedece. Es exactamente igual en el cine: entre la idea que tiene uno de la película y el resultado suele existir un enorme abismo, y soltar la mano hace que ese abismo —que nunca desaparece— sea cada vez más estrecho. Entonces todo esto sirvió para hacer la carrera que hice después, para bien y para mal.

Antes se formaban en cineclubes y ahora puede ser equivalentes las plataformas, que tienen ofertas amplias, ¿qué le parece que en FilminLatino haya quince películas suyas, una especie de corpus del cine de Arturo Ripstein?

Que haya quince películas mías es una forma de la piedad de parte de Filminlatino, que tiene la generosidad y la dulzura de programarme. Como Borges me jacto de tener más cerca de mi corazón las películas que he visto que las que he hecho, y gracias a las que tengo en el corazón he hecho las que he hecho, también para bien y para mal. Por supuesto que tener estas plataformas es importante, hay que conocer la historia de lo que uno trabaja o lo que a uno le gusta. El cine no empieza con uno, todo viene concatenado a sus principios, sus orígenes; original en última instancia es volver al origen. Pero hay que tener disciplina para que estas plataformas tengan un sentido, no es nada más pasar el tiempo y ver todo lo que uno quiera, es muy peligroso. La libertad es punzante y traidora, como puedo hacer lo que quiera no hago nada, como puedo ver lo que sea no veo nada, hay que tener disciplina y armarse de conocimiento y rigor, tener un método sin la menor duda.

 

¿Usted ha visto en el cine mexicano de los últimos diez años algo que le haya llamado la atención?

Hay muy poquito, como en todo, ¿cuántas grandes novelas hay en México al año, o en el mundo, cuántas sinfonías o cuáles son los cuadros que cambian la manera de entender el mundo? Al cine se le exige que cada año tenga cientos de obras maestras y eso no existe en el mundo. Dios es avaro para la repartición del talento, entonces hay un montón de directores que se dicen directores, pero hacer una película no es dirigirla, son cosas distintas. Y por supuesto hay un puñado muy estrecho de cineastas que en este momento les toca llevar el estandarte y lo han hecho muy bien. Hay en este momento dos clases de cine: el comercial que ha abolido las consonantes del diálogo, con un estilo de actuación ventrílocuo y que es un cine putrefacto, y el otro cine, que busca ser un cine de autor y que es poco y muy malo también. Como el cine se democratizó cualquiera lo hace, necesita un teléfono y dos cuates y ya, la posibilidad de que todo mundo lo haga hace que haya enormes cantidades de mierda. No hay cineastas, hay hacedores de películas, los cineastas son mínimos. Son contados en México y en el mundo entero, y sí hay unos que me importan muchísimo, que los sigo y estoy muy atento a su trabajo, me emocionan y me son enormemente gratos.

 

¿Como qué cineastas jóvenes de México hay que seguir?

Eso no se lo digo porque si digo tres o cuatro hay dos o tres más que me van a quedar pendientes, de por sí el repudio a mi persona y mi trabajo es enorme, no quiero aumentarlo.